En el Día de la Niñez, renovar la esperanza
Cada año, en la Argentina, como en otras partes del mundo, se celebra el Día de la Niñez. Es una de esas costumbres cuyo origen, probablemente, se pierda en el tiempo. ¿Desde cuándo lo hacemos? Desde siempre, podría decirse. Otro tanto podría afirmarse respecto del Día de la Madre y del Día del Padre. Más recientemente, apareció el Día de los Abuelos y también el Día del Amigo. Los hombres –da cuenta la historia de ello– nos caracterizamos por la fiesta y la celebración.
¿Qué significado puede revestir, entonces, el Día de la Niñez? Podrían apuntarse tres ideas en este sentido. La primera es la vuelta a nuestros orígenes; la segunda, renovar la esperanza y la tercera, cumplir con un deber.
Volver a nuestros orígenes. Al fin de cuentas, cada uno de nosotros es el mismo que fue misteriosamente concebido y nació sin pedir mucho permiso. Luego de tantas batallas existenciales, de tantas idas y vueltas en el intento de ser felices, del aprendizaje que proporcionan las frustraciones para adoptar una visión realista acerca de lo que puede ofrecer este mundo sublunar, vernos como niños en nuestros hijos o sobrinos constituye un llamado a la autenticidad y a ir a lo esencial.
Renovar la esperanza. Cuando los grandes ya tenemos cierta edad, y con una mirada trascendente de la vida o sin ella, caemos en la cuenta de la contingencia y limitación de nuestra vida, es espontáneo volver la mirada a la infancia. Esas edades de la vida de las que habla Romano Guardini se van encarnando en nosotros, pero como anida en nuestro corazón ese deseo de inmortalidad sabiéndonos mortales, miramos a nuestros “sucesores”, es decir, a los niños, como nuestra esperanza. ¡Ay de la sociedad que mata a sus niños!
Cumplir con un deber. Más allá de los motivos subjetivos para celebrar el Día de la Niñez, hay un deber que se impone por sobre todo interés personal. En torno a los niños se edifica la sociedad, al menos una sociedad sana que aspire a perdurar en el tiempo y que pretenda generar una alianza entre las generaciones a lo largo de la historia. La “ecuación” mental es sencilla: en los niños está depositado el futuro de nuestra patria. Del bien de la prole depende el porvenir. Entonces, ¿cómo no vamos a abogar por la familia fundada en el matrimonio que les ofrece a nuestros hijos esa estabilidad tan necesaria para una buena educación?
Los niños confían en nosotros. Celebremos su día. No los defraudemos. Cuidemos nuestras familias como el mejor regalo que podemos hacerles a ellos.ß
Vicerrectorado de Formación USAL