En busca del sentimiento perdido
Sobre Mujer bajando una escalera, de Bernhard Schlink
En la Antigüedad griega la representación verbal de una representación plástica se denominaba écfrasis. Esta práctica de escritura, destinada a que el lector “visualice” una obra pictórica, se ha mantenido en el tiempo y ha dado lugar, por ejemplo, a la “Carta que el Gaucho Martín Fierro dirige a su amigo D. Juan Manuel Blanes con motivo de su cuadro Los Treinta y Tres”, o a la transposición de El grito de Edvard Munch en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick que derivó en la película Blade Runner. Es precisamente un cuadro el punto de partida de Mujer bajando una escalera, la última novela Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944). La écfrasis que brinda el narrador en la primera página se corresponde de modo inequívoco con Ema. Desnudo en una escalera, obra del famoso artista alemán Gerhard Richter, quien nada tiene que ver –según advierte una nota final– con el creador ficticio de la pintura que lleva el nombre de la novela.
Cronológicamente, la historia comienza en Fráncfort a fines de los años sesenta. Irene es la esposa de Peter Gundlach, un empresario millonario que le ha encargado un retrato de su esposa a Karl Schwind, un pintor que décadas después será el más cotizado de todos. Del tiempo compartido y la desnudez de la modelo surgió una intimidad que ha hecho que ella abandone a su esposo por el artista. Pero Gundlach conserva el cuadro e intenta vengarse del pintor dañando su obra, obligando a Schwind a restaurarla una y otra vez, ya que necesita fotografiarla para su catálogo y porque es su creación más preciada y no podrá seguir pintando hasta que sienta que ese cuadro está a salvo. Para recuperarlo, llega a un acuerdo con el millonario: Gundlach le devuelve el cuadro y Schwind le devuelve a Irene. El narrador y protagonista de la novela es un joven abogado que supervisará el insólito intercambio. Pero luego de ver el cuadro, se enamora de Irene y acepta participar del plan que ella le propone: robar la obra y fugarse juntos. Tras el robo, Irene lo traiciona y desaparece sola. Cuarenta años después, en un viaje de negocios, el abogado se reencuentra con el cuadro en la Art Gallery de Sídney. Después de una breve indagación, localizará a Irene en una reserva natural de Australia.
Aquí comienza la aventura de este abogado que ha hecho una gran carrera, está viudo y es padre de tres hijos mayores. Luego de que Irene le negara la posibilidad de rescatarla de dos hombres que no la consideraban más que un objeto, el reencuentro será para él una segunda oportunidad de darle un sentido más trascendente a su vida, que no ha sido otra cosa que dejarse arrastrar: “Es extraño lo inevitable y, al tiempo, lo aleatoria que ha sido mi vida […]. La decisión sobre mi profesión vino dada por mi espíritu de contradicción, y me casé porque no había ninguna razón para no hacerlo. Lo uno me llevó a montar un gran bufete, y lo otro, a tener tres hijos”. Su decisión de no volver a Alemania para continuar con sus días de oficina y transacciones comerciales también le permitirá conocer un poco mejor a la mujer que amó –de un modo ingenuo y repentino– cuarenta años atrás.
Irene ya no es la joven que era y ha tenido experiencias que él ignora e irá descubriendo poco a poco. Así como en El lector –el libro más conocido y vendido de Schlink– el nazismo era un componente sustancial de la trama, en Mujer bajando una escalera, el pasado de Irene como activista radicalizada en la Alemania del Este parece sólo un condimento para aportarle misterio y rebeldía al personaje, y explicar su aislamiento y clandestinidad en un país extranjero. El enredo poco verosímil del cuadro va quedando relegado y pierde toda su importancia mucho antes del final de la novela. Es casi una excusa para contar la historia de una transformación, la peripecia de un hombre que pretende tomar contacto no tanto con su pasado como con el sentimiento que mejor justificó su existencia: el amor.
MUJER BAJANDO UNA ESCALERA
Por Bernhard Schlink
Anagrama Trad.: Txaro Santoro
247 págs, $ 285