En busca de una nueva mayoría
A medida que transcurre oficialmente la campaña electoral (que en realidad ya se desarrolla en forma extraoficial desde hace varios meses), sentimos que tanto los muy escasos debates como los abundantes monólogos de los candidatos suelen naufragar en la banalidad o la repetición. Siempre son los mismos argumentos: el Gobierno, igual a ajuste y pobreza; la oposición, igual a corrupción y violencia. Se trata de destruir dialécticamente al contrincante de turno, el que a su vez se encarnizará en el mismo sentido cuando le toque actuar.
La que en sus pocas apariciones ha llevado hasta sus últimas consecuencias esta táctica ha sido la ex presidenta Cristina Kirchner, campeona del traslado de culpas y de la rotación de identidades. Si sus ministros se equivocaron, más se equivocó Macri. Si hubo corrupción entre los suyos, ¿quién puede controlar a todo el mundo? Y si los líderes opositores y los periodistas con espíritu crítico fueron insultados y "escrachados", ¿acaso ella no recibió agravios irrepetibles? (Aquí la ex presidenta hace trampa con su razonamiento, midiendo con la misma vara las opiniones que llevaban firma y asumían los riesgos con las cloacales afrentas anónimas.)
Y sin embargo, dejando de lado el anecdotario electoral y las pobrezas del discurso de campaña, una persistente sensación recorre la escena pública, y es que podríamos -téngase en cuenta el condicional: sólo "podríamos"- estar frente a un cambio de rumbo en el país tan válido como el de 1983. La producción intelectual y periodística acerca del tema es cada día más copiosa, se mezcla con el discurso de campaña y a menudo resulta difícil saber si estamos en presencia de una realidad en marcha o de una expresión de deseos.
El peronismo ha sido el partido hegemónico en el sistema político argentino de los últimos 70 años. De este total ha gobernado 36, 24 de los cuales fueron en los últimos 28.
Es lícito asignarle, entonces, una importante responsabilidad al frente del Estado durante este período y afirmar que ha fracasado en su gestión, sobre todo en los terrenos económico e institucional. Compartió este fracaso con el militarismo conservador que fue su rival. La Argentina como proyecto de crecimiento, como invención del futuro, no existe más, pero debería y puede existir, y quizás esa necesidad sea la que late por debajo de las superficialidades de la campaña actual. ¿Cómo lograr el cambio, o por lo menos descubrir el camino que lo inaugura y las ideas que lo sustentan?
No inventamos nada si decimos que ese cambio consiste en el pasaje de un fracasado modelo populista a un poco experimentado pero deseable modelo republicano. El populismo significa sindicatos del Estado, elección y persecución del enemigo social, caudillos protectores. Agreguemos también, a menudo, la corrupción.
La república, en cambio, idealmente hablando, significa respeto de la división de poderes (y en especial de la independencia de los jueces), además de no confundir adversarios con enemigos y permitir una amplia libertad de expresión. Lamentablemente, también está expuesta a la corrupción, aunque es menos distraída para combatirla. A gruesos trazos identificaremos, en consecuencia, la coalición gobernante Cambiemos con el modelo republicano y las diversas agrupaciones peronistas con el populismo (la segunda adhesión es mucho más antigua y operativa que la primera).
La explosiva presencia del kirchnerismo, que quiso incorporar al peronismo en lugar de ser parte de él, se va disipando y es posible que sufra una dura derrota en las elecciones del 22 de este mes. Con ello se hará inevitable una reorganización partidaria que llevará algún tiempo para consolidarse. Sus posibilidades en las presidenciales de 2019 serán escasas.
El presidente Macri requiere un segundo período presidencial si busca alcanzar -y ciertamente lo hace- el renacimiento de la república, un esperado crecimiento económico y las reformas modernizadoras que el país necesita. Hasta podría pensarse en una reforma constitucional con un régimen semiparlamentario.
El pasaje no será fácil. El riesgo está en que la dispersión en el Congreso se mantenga y bloquee la gobernabilidad. En ese caso, con flexibilidad, habrá que construir una nueva mayoría que sume nuevos aliados a Cambiemos.
Esos aliados no podrían ser otros -por más que muchos, hoy, lo consideren imposible y contraproducente- que los dirigentes del Frente Renovador, Sergio Massa y Margarita Stolbizer, políticos moderados, honestos y que descreen del populismo y creen en la democracia. Es difícil, pero vale la pena intentarlo.