En Bielorrusia, el "dueño de la pelota" vuelve a ganar
Hace ya un cuarto de siglo que el primitivo Alexander Lukashenko -que ya tiene 65 años y actúa con una perimida personalidad de estilo soviético- es el amo y señor de Bielorrusia. Y que ciertamente actúa como tal. A la manera de una suerte de "dueño eterno" del simpático país de los rusos blancos.
El domingo pasado se cerraron finalmente los cinco días continuos de las nuevas elecciones bielorrusas que, como siempre, fueron absolutamente amañadas. Hasta la misma Internet de pronto desapareció del espacio. Para impedir así su uso electoral, obviamente.
Como consecuencia de esas elecciones, Lukashenko se proclamó ganador de un nuevo "mandato" popular. El sexto, para seguir así gobernando dictatorialmente a su país. Encantado con sí mismo, se hace llamar "Batka" que podría traducirse, entre nosotros, como "Tata".
Enterados de los resultados de las urnas, que presuntamente proclamaban a Lukashenko como ganador, en cuya veracidad pocos, muy pocos, creyeron, la gente salió a las calles de Minsk, la ciudad capital, y de otras grandes ciudades del país, como Gomel o Vitebsk, para allí gritar su enorme disgusto y su sensación de hartazgo y poner así bien en evidencia -ante los ojos del mundo- el nuevo fraude electoral cometido.
Fueron, como era de esperar, policialmente reprimidos con abundante gas lacrimógeno, balas de goma, y fuertes cañonazos de agua fría.
Para garantizar el resultado de la reciente elección, Lukashenko previamente había mandado a la cárcel u obligado a emigrar a todos sus candidatos rivales.
Por esto, al final su oponente electoral terminó siendo la esposa de uno de ellos: Svetlana Tikhanovskaya, que, sin experiencia política previa, actuó durante toda la compulsa eleccionaria muy dignamente y con el coraje requerido, a la manera de símbolo. La gente, cabe puntualizar, concurrió -respetuosa y masivamente- a sus eventos.
Para Lukashenko, que parece despreciar abiertamente a las mujeres, tener que enfrentar a una de ellas fue una inesperada y seguramente desagradable cachetada.
Según las pretendidas cifras preliminares, Lukashenko habría obtenido en triunfo por más del 80,23% de los votos y su rival, en cambio, habría logrado algo menos del 10%. Los dos líderes que primero lo felicitaron efusivamente por su supuesto triunfo fueron los de líderes autoritarios que gobiernan a la Federación Rusa y a China. Todo un símbolo.
Temeroso de una intervención rusa, que mira a Bielorrusia con ojos que expresan "hambre" de conquista, Lukashenko fraguó un pretendido complot externo, que edificó sobre la evidente ficción de que 33 mercenarios rusos habían participado activamente en la campaña e intentado, sin éxito, influir en sus resultados, en su contra.
La gente, harta y frustrada, pero sin mayores esperanzas, portando en sus muñecas las cintas blancas con las que la oposición se identificaba como tal, gritaba a voz de cuello: "que se vayan todos", como ocurre también con los políticos, cada vez más, en otras latitudes.
Esto previsiblemente no ocurrirá, al menos en el corto plazo. Los casi 10 millones de bielorrusos, en mi opinión, deberán esperar y seguir insistiendo en la comprensible y enorme dimensión moral de su hartazgo.
Exembajador de la Argentina ante las Naciones Unidas.