En Bielorrusia, el dictador Lukashenko visita a sus rivales en la cárcel
La Argentina y Bielorrusia atraviesan –al mismo tiempo- momentos particularmente difíciles. Las calles de las principales ciudades de ambos países se han llenado de protestas pacíficas, pero multitudinarias, ruidosas y constantes. La desconfianza en el futuro es la característica común que aparece nítida en ambas crisis. La desesperanza popular generalizada es otra.
Los dos gobiernos que sufren esas expresiones masivas de repudio son muy diferentes.
El que circunstancialmente encabeza un poco experimentado e irrealista Alberto Fernández, a la manera de líder democrático, es visto por muchos en la Argentina como el más incompetente de la historia reciente del país. El que, en Bielorrusia, lidera en cambio desde hace ya 26 años, Alexander Lukashenko, tiene perfiles claramente autoritarios y recurre constantemente a la represión, a la intimidación y a los palos, en general. Pero su pueblo ya no le teme y cada domingo vuelve a la calle, pese al accionar duro y violento de la policía y de las fuerzas de seguridad de Bielorrusia.
Lukashenko, un autócrata mediocre de 66 años, acaba de generar una inesperada sorpresa. Se reunió, en la sórdida cárcel en la que están alojados sus opositores, con ellos, por cuatro horas y media. Para intercambiar allí, pese a la obvia incomodidad del lugar y la situación, puntos de vista acerca de cómo manejar la difícil etapa que atraviesa su país desde que Lukashenko, con fraude, se "impusiera" en las elecciones presidenciales de agosto pasado, que han sido impugnadas de nulidad por sus opositores.
En Bielorrusia, Lukashenko llamó a sus opositores: "ratas". En la Argentina, el novel jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, señaló que los opositores "no son pueblo", "ni gente". Difícil argumentar cuál de esos insultos, tan inaceptables como vergonzosos, es el más agraviante.
El rival hoy más temido por Lukashenko es el exbanquero Viktor Babariko, que –detenido- estuvo entre quienes asistieron a esa extraña reunión política.
Para Lukashenko hay un peligro formidable, que está creciendo aceleradamente y que seguramente quiere dejar pronto de lado. Me refiero a su largo incumplimiento del compromiso asumido con la Federación Rusa de integrar las soberanías de ambos Estados, lo que, de suceder, dejaría a Lukashenko en carácter de frágil segundón de Valdimir Putin, lo que ciertamente no lo atrae, para nada, como posibilidad.
Particularmente porque una vez que haya sido consumada la integración de ambas naciones, Lukashenko no tendría ya una posible digna marcha atrás.
Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas