En América latina, un conflicto de significados
Desde hace ya varias décadas, la práctica de la representación democrática está experimentando una significativa mutación, inaugurando una nueva etapa del gobierno representativo, signada por una relación más compleja y volátil entre representantes y representados.
Para muchos, el rasgo más distintivo de esa mutación es la pérdida de centralidad de los partidos políticos y el crecimiento del electorado independiente y de novedosas formas de intervención ciudadana en el espacio publico. Pérdida de centralidad no significa que los partidos desaparezcan o se vuelvan triviales: siguen siendo esenciales como mecanismos para acceder al gobierno y para gobernar. Sin embargo, estas tareas las realizan en un ambiente social que ha cambiado sustancialmente en cuanto a cómo son evaluados: importantes sectores de la ciudadanía ya no "sienten" a los partidos de la misma manera que lo hicieron sus abuelos o padres, y cuando se movilizan para reclamar por derechos o para cuestionar medidas o conductas gubernamentales lo hacen generalmente a través de canales extrapartidarios.
En América latina, estas transformaciones tuvieron lugar al mismo tiempo que muchos de los países retomaban la senda del gobierno representativo luego de interludios autoritarios o de largos períodos de inestabilidad institucional. La aparición de una ciudadanía más activa se tradujo en la formación de un fuerte movimiento regional de derechos humanos y en una pluralidad de iniciativas ulteriores, orientadas a mejorar la práctica de la representación democrática.
En años recientes, a este conflicto vertical entre representantes y representados se le superpone en ciertas sociedades, sobre todo a partir de la irrupción de Hugo Chávez, un conflicto horizontal al interior del sistema político, que aparece estructurado no por partidos, sino por liderazgos políticos fuertes, que construyen su legitimidad e identidad política fomentando un proceso de polarización política que expresa un modelo democrático alternativo al promovido por la política ciudadana.
De esta manera, el escenario regional es testigo de un conflicto más amplio sobre la propia definición de la democracia, que no está tan presente en las democracias del Norte. De un lado, están aquellas sociedades donde se establece un sistema representativo renovado, debido a la formación de nuevos partidos y coaliciones, como es el caso de Chile, Brasil y Uruguay. Por el otro, sociedades como la Argentina, Ecuador, Venezuela, que experimentaron dramáticas crisis de representación que desembocaron en la reconstrucción política a través de fuertes liderazgos presidenciales y de formas populistas de democracia. En síntesis, el escenario regional está cruzado por una pluralidad de intervenciones políticas organizadas alrededor de ideas contrapuestas acerca de la naturaleza de la práctica democrática.
La proliferación de expresiones de descontento ciudadano extrapartidario estarían expresando una tendencia particular de la actual mutación del gobierno representativo: la pluralización de la representación política. La pérdida de centralidad de los partidos supone también una pérdida del monopolio de la representación que antes se adjudicaban. La pluralización contemporánea de la representación no solamente se expresa en movimientos extra-institucionales, sino también en la creación de numerosos mecanismos de participación ciudadana, en el activismo judicial promovido por las cortes y por la sociedad civil, y en el nuevo lugar que ocupan los medios en la vida política.
En vez de añorar la época dorada de partidos fuertes, que probablemente no regrese, o de recurrir al atajo populista de la descalificación o la indiferencia para campear temporaria y precariamente la debilidad del sistema político, sería más productivo pensar en cómo estructurar política e institucionalmente esta nueva etapa del gobierno representativo.
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