Empresarios de la Argentina con síndrome de Estocolmo, ¡uníos!
No somos psicólogos, ni psiquiatras, ni expertos en salud mental. Pero permítasenos la siguiente analogía: buena parte del empresariado argentino sufre de síndrome de Estocolmo.
Como los criterios de diagnóstico para identificarlo no están descriptos en el Manual de Trastornos Mentales (DSM-5), consideremos que quienes lo sufren se muestran comprensivos, relativamente empáticos y hasta benevolentes con quienes les quitan la libertad, al punto de identificarse con algunas de sus posiciones.
Nada muy lejos de lo que constatamos en nuestras prácticas de consultoría y en diálogo con muchos empresarios conocidos. En el contexto de una presión impositiva asfixiante, marcos regulatorios complejos, la carga laboral más alta de la región, inflación arriba del 50%, políticas de desarrollo productivo erráticas y contradictorias, cambio de reglas de juego y de compromisos asumidos… los empresarios se silencian unos a otros: “no hagas mucho ruido, a ver si encima se enojan más y disciplinan a toda la industria con más impuestos o regulaciones”. No los hagamos enojar, a ver si esta noche nos prenden la tele por quince minutos, diría el rehén.
No todos están cooptados por el mismo trastorno. Algunos pocos se convirtieron en carceleros tan crueles como los mismos victimarios. Viven de regímenes especiales, beneficios, lobby y premios. En vez de abogar por reglas justas, prefieren beneficios sectoriales. “Somos todos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”, decían los cerdos de la Rebelión en la granja orwelliana. No son eficientes ni competitivos porque les alcanza con ser amigos de alguien. O socios. Es una cancha tan inclinada que no llega a ser ni capitalismo de amigos porque ese rótulo supone que se trate de “capitalismo”. En este caso, en el que el estado se lleva toda la ganancia de las empresas medianas del país, Argentina inventó un régimen propio, no capitalista sino estatista. Y algunos pocos prefieren este contexto de no competencia y de amiguismo político porque es el único en el cual sus negocios (y su capacidad “de gestión”) funcionan.
¿Miedo? ¿Instinto de supervivencia? Que eso lo definan los psiquiatras. Nosotros estamos sorprendidos por las muestras de apoyo disimuladas y en privado que recibimos por ponerle voz a un reclamo del que sus víctimas no dicen nada. Los empresarios tienen miedo. Disimulan, sonríen y, en algunos casos, aunque entienden su situación de cautividad, hasta empatizan y adhieren a proyectos que esmerilan su capacidad de crear valor y emplear. El vínculo es tóxico y la relación es violenta, pero el estado te cuida… mientras sigas pagando, claro.
¿Qué opinan en el Ministerio de Desarrollo Productivo de la quijotesca arremetida contra las Sociedades por Acciones Simplificadas (SAS)? Mientras algunos precandidatos a diputados nacionales proponen seguir aumentando los impuestos, la parte del gobierno que debería velar por tener una macro ordenada, por promocionar el desarrollo productivo, la creación de empresas y la exportación, calla. Nobleza obliga, la decadencia argentina no es responsabilidad de un solo partido: lleva décadas. A la vez, las listas de precandidatos de todos los espacios son una renovación de los mismos de siempre. Un refrito de los que estaban. El eterno retorno de lo igual. ¿Por qué ilusionarnos con que las cosas serán diferentes si las personas que van a legislar van a ser más o menos las mismas? Mientras el sector privado languidece, el sector político permanece y se queda encerrado en un debate centrípeto que no le importa a nadie más que a los que participan del mismo. De la sociedad y de sus problemas, ni idea. La incapacidad de diálogo entre las grandes coaliciones no hace más que darle espacio a la antipolítica, en lo que posiblemente sea una versión institucionalizada del “que se vayan todos”. En un mes veremos si el pronóstico se cumple. Y así, entre debates zonzos, nadie cambia las reglas de juego de un país en el que crear valor es misión imposible.
Y de todo esto, los empresarios no dicen nada. No dicen nada, de hecho, de casi nada. ¿Prohibición de despidos? Nada. ¿Doble indemnización? Nada. ¿Quince impuestos nuevos? Nada. ¿Piqueteros bloqueando plantas de empresas? Nada. ¿Estatización de la hidrovía? Nada. ¿Prohibición de la salmonicultura en Tierra del Fuego? Nada. No puede ser que no tengan una opinión desarrollada de ningún tema que afecte el contexto de creación de valor de la Argentina. Y si la tienen, ¿por qué no la dicen? ¿Por qué no se escucha? ¿Por qué nadie les presta atención?
Los países no se desarrollan sin un sector privado innovador, pujante y fuerte. Sin empresas no hay paraíso: las necesitamos. Los necesitamos, empresarios. Habiendo prácticamente desaparecido la clase media y con récords de pobreza históricos, los necesitamos más que nunca. Rompan las cadenas y sean una voz en el debate público. Dejen de tercerizar los reclamos en académicos ignotos que, por más buena voluntad que tengan, son insignificantes. Se tienen que hacer cargo de sus problemas. Rebélense contra los carceleros, los supuestos empresarios que manchan una vocación tan hermosa como la de ustedes. No acepten la dádiva de un beneficio particular a cambio de un silencio cómplice: únanse como sector para que crear valor sea posible en la Argentina, sin importar la capacidad de lobby industrial. Rebélense contra un Estado que no para nunca de exprimir. Rebélense contra los reclamos abusivos que impiden producir y empujan a sus colegas a la quiebra. Exijan menos impuestos y reglas más parejas para todos. Sino vamos a seguir siendo testigos de una Argentina que, en lenta agonía, es menos capaz de albergar los sueños de desarrollo y movilidad social que todos queremos. Y seguiremos despidiendo amigos e hijos en Ezeiza, incluyendo los suyos propios.
Probablemente haya que aprender mucho del marxismo, en este sentido: empresarios argentinos con síndrome de Estocolmo, ¡uníos! Únanse y hagan que las cosas cambien. Es urgente y es su responsabilidad.
Sena (PhD), IEEM, Escuela de Negocios-Universidad de Montevideo; Vassolo (PhD), IAE Business School-Universidad Austral