Emoción incomparable
Por supuesto que no pude evitar dos recuerdos del papa en mi ciudad, Buenos Aires
ROMA. Es lunes y en el aeropuerto de Fiumicino hay varios peregrinos de diferentes partes del mundo que se disponen a volver a sus casas. Hace menos de 24 horas vivieron, en el Vaticano, la
de Juan Pablo II, el papa viajero de origen polaco que sigue muy presente en tantos corazones, y de Juan XXIII, el italiano nacido en Bérgamo, no tan vivo en la memoria de los fieles pero que fue quien hizo nada menos que la convocatoria al Concilio Vaticano II, el llamado "papa bueno" por sus actitudes de misericordia. En lo personal, tenía previsto pasar en Roma parte de la Semana Santa y participar de la audiencia general del papa Francisco del miércoles 23. Pero decidí prolongar mi estadía en la ciudad cuando tomé conciencia del clima con el que se viviría la canonización de los papas.
Casi todos coincidían en algo: tenían muy vivo el recuerdo de Juan Pablo II por las visitas a sus países
Al hablar con peregrinos venidos de los más diversos lugares y culturas, casi todos coincidían en algo: tenían muy vivo el recuerdo de Juan Pablo II por las visitas a sus países. Uganda, Indonesia, Australia, Líbano, Venezuela, México, Guinea...Una lista larguísima.
Muchos habían visto, aunque más no fuera por unos segundos y en su papamóvil, al Pontífice polaco; habían escuchado su mensaje y lo habían sentido un hombre cercano. La ceremonia en que se proclamó la santidad de alguien con quien se había compartido algún momento, se vivió entonces como una experiencia única e impresionante para el espíritu.
Por supuesto que no pude evitar dos recuerdos del papa en mi ciudad, Buenos Aires. El primero, en 1982, cuando yo era una nena y junto a mi familia y tantas otras personas gritábamos "¡Queremos la paz!", agitando banderas sobre la Avenida del Libertador, mientras Juan Pablo saludaba desde el papamóvil. El segundo, cuando en 1987, ya adolescente, participé en la 9 de Julio, junto a mi hermano y varios amigos de la Parroquia San Agustín, de aquella conmovedora Jornada Mundial de la Juventud en la que él nos dejó su mensaje.
Entre quienes estuvieron en estos días aquí, son muchos los que tienen recuerdos imborrables de algún momento cerca de Juan Pablo II. "Él estuvo en la Cofradía de la Virgen del Rocío, en Sevilla; salió al balcón y dijo que todos deberían ser rocieros, por aquello de compartir", me cuenta Maruja Vilches, que vino con otros miembros de hermandades sevillanas. "Amamos mucho a Juan Pablo II porque estuvo en nuestra tierra y fue muy bueno con nosotros", me dicen Elias Mader y Sabah Mrad, que forman parte del muy numeroso grupo de peregrinos del Líbano. Algo similar me comenta, mientras organiza la salida de su gente desde la Via della Conciliazione tras la ceremonia, un sacerdote de la diócesis de Kampala, en Uganda.
En el centro de la Plaza San Pedro, la mexicana Esperanza Ramírez dice que la emociona recordar que el papa viajero haya elegido a su tierra para hacer la primera visita pastoral. "Es una gracia para la Iglesia lo que él ha hecho y por eso estamos aquí", considera Francisco Bultron, integrante del movimiento católico Camino Neocatecumenal, mientras baja del micro con el que él y sus compatriotas de Puerto Rico recorrieron Roma. "Juan Pablo II bendijo la piedra fundamental del seminario Redemptoris Mater de Macerata", me notifica Paul Felice, un seminarista italiano de 22 años, que convive en esa casa con compañeros que son de 18 nacionalidades diferentes. "Vinimos para dar gracias a Dios por Juan Pablo II y Juan XXIII", agrega. "Gracias a Dios" fue la inscripción puesta en una larga bandera polaca (los polacos han sido mayoría y muy madrugadores, claro, para ganar ayer lugares en la Plaza San Pedro), a la que se ataron globos blancos y amarillos con las inscripciones "JPII" y "JXIII". Fue parte del colorido que los fieles le dieron al evento.
Los provenientes de la tierra de Karol Wojtyla hicieron su aporte con diferentes trajes típicos. Y llamaron la atención los africanos que estamparon en sus túnicas grandes imágenes religiosas: algunos, las del Sagrado Corazón o la Virgen María; otros, las de los dos nuevos santos.
Se llevan una alegría profunda y la fe renovada. Y claro: la devoción por dos santos nuevos
Que a cargo de la canonización haya estado Francisco, el papa argentino que se supo ganar el amor de tantos fieles del mundo entero (¡dato comprobado en este viaje!) no es un dato menor. Ni para esta cronista ni para muchos presentes. "Si con Juan Pablo nos convertimos, con Francisco nos santificamos", declaran Adriana y su marido, llegados desde Río Cuarto (Córdoba) con su hijo.
Muchísimos peregrinos no pudieron ingresar en la Plaza San Pedro. En muchos casos incómodos y apretados, siguieron la ceremonia desde la central Via della Conciliazione o desde calles aledañas. Aun así, no restaron valor al hecho de haber estado aquí. Se llevan, dicen, una alegría profunda y la fe renovada. Y claro: la devoción por dos santos nuevos, a uno de los cuales muchos conocieron y, tal vez, hasta llegaron a tocar sus manos o recibir su mirada.
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