Emmanuel Carrère: "No volvería a perjudicar a nadie con lo que escribo"
El autor de notables libros como El adversario y Limónov explica por qué terminó volcándose a la no ficción y toma distancia de las declaraciones del polémico Michel Houellebecq tras los atentados de París
Afable, articulado, juvenilmente sobrio, es un hombre que da la impresión de estar en eje, como si acabara de terminar una sesión de tai chi, la más pacífica de las artes marciales y aquella que practica con cierta regularidad. La invención pura es algo de lo que abdicó hace tiempo. Sus libros hoy -y desde hace ya quince años- aparecen narrados por un mismo e invariable narrador, un cronista que se atreve a transitar el delgado límite entre la exhibición y la honestidad: el propio Emmanuel Carrère. Seguramente, por esta razón, al dialogar con él se tiene la sensación de estar sentado ante un viejo conocido y se instala sin buscarla una atmósfera de extraña familiaridad que permite, por un lado, indagar sin pudor sobre cuestiones íntimas, y, por otro, no querer importunar con preguntas que ya hayan sido respondidas en sus libros.
El itinerario del autor de El reino es el resultado de una evolución progresiva: primero fue crítico de cine, después publicó un pequeño ensayo sobre Werner Herzog, y poco más tarde se atrevió a esbozar su primera novela. La intriga reside en saber en qué punto de este recorrido se dio cuenta de que se había convertido en escritor. "Creo que con la publicación de El bigote, que fue mi tercera novela y la primera que tuvo éxito -responde-. Las dos anteriores habían tenido algunos artículos favorables, pero no pasaban de eso. De hecho, si no las hubiera publicado, no le habrían faltado a nadie. Con El bigote empecé a considerarme escritor por una cuestión material; es decir, porque empecé a ganarme la vida escribiendo."
El proceso de producción de los libros de Carrère parece ser, según lo que él mismo cuenta en ellos, difícil, tortuoso, y por momentos pareciera que va a abortarlos antes de comenzar, pero finalmente llega a buen puerto. "Es simplemente una cuestión de paciencia. Sé efectivamente que para mí los libros son procesos lentos y hasta tortuosos, como se dice, que hay momentos de desánimo y de angustia. Pero al mismo tiempo, una de las ventajas de envejecer es que sabemos un poco mejor cómo funcionan las cosas, y que hay que esperar, porque hay procesos de maduración que nos escapan. No creo tanto en mi voluntad, en mi determinación, sino más bien en que las cosas van a pasar fuera de mi alcance. Esto no significa que el trabajo no exista, la parte de trabajo existe y es muy importante, sobre todo en libros como los míos." Limonov y El reino, su último libro, que acaba de aparecer en castellano, son ejemplos contundentes de esto. "Sí, allí las investigaciones fueron enormes, pero eso es tranquilizador, es algo a lo que nos podemos aferrar."
Desde la publicación de El adversario, es decir, el libro con el que Carrère abandonó la ficción para pasar a escribir no-ficción, todas sus obras fueron éxitos literarios. Más de uno se preguntará si esto implica de alguna manera una presión para el autor, si es más fácil escribir algo nuevo después de un título con éxito que después de uno que pasó desapercibido. "El éxito tiene su costado peligroso, porque con la notoriedad uno tiende a darse demasiada importancia. Sin embargo, cuando uno hace cosas un poco extrañas, como es mi caso, es muy alentador saber que hay lectores que me siguen. Es como si el lector fuera alguien con el que uno está acostumbrado a jugar al ajedrez, como si fuera un partenaire con el que uno se conoce y siente ganas de ir brindándole cosas más audaces cada vez."
Podría decirse de Carrère que es un novelista converso, porque abandonó la ficción para dedicarse a la no-ficción. Pero, ¿qué siente el autor cuando relee El bigote o Una semana en la nieve? ¿Se produce en él un extrañamiento? "No me releo mucho -acota- pero de los libros de ficción que escribí, sólo guardo un buen recuerdo de esos dos, porque me parece que están bien. Son dos novelas cortas que tienen en común una gran rapidez en la ejecución. Suena raro hablar de inspiración, es un concepto un poco romántico, pero finalmente hay ahí algo de verdad. Me gustaría hoy, treinta años después de aquellas primeras novelas y siendo alguien distinto, poder escribir un libro de ésos, con esa impronta rápida y suelta, más como un boceto que como un cuadro pintado con esmero. Pero eso no lo decido yo. Es necesario que suceda. Lo importante es estar disponible. Me gusta mucho una anécdota de Flannery O'Connor que decía que se sentaba todos los días en su mesa de trabajo aunque no hiciera nada, porque pensaba que si algo sucedía, tenía que estar ahí."
Primera persona
Algo realmente llamativo en Emmanuel Carrère es que los temas que trata y los protagonistas que elige parecen ideales para perderse en investigaciones y escapar de sí mismo, pero en su caso ocurre lo contrario, porque la primera persona está siempre al acecho. "Para que tenga la impresión de que hay un tema, algo que puede pasar, tengo que tener esa sensación de que hay algo absolutamente exterior a mí, alguien que a priori parece opuesto a quien soy, que tenga un temperamento absolutamente diferente al mío, una vida absolutamente distinta a la mía, ya sea la de un criminal como Jean-Claude Romand o la de un aventurero fascista como Limónov, y al mismo tiempo tengo que sentir que hay una especie de afinidad o de intimidad que me concierne a pesar de todo -admite-. Y esa relación tan delicada es a la vez algo que está completamente afuera de uno y que habla de uno de la manera más íntima. Es siempre un momento muy asombroso cuando se encuentra algo que tiene esa cualidad. Y sin esa especie de encuentro sé que no puedo hacer gran cosa. Puede ser un tema, aunque casi siempre es una persona. Si fuera un pintor, sería un retratista porque, a fin de cuentas, soy un retratista."
Su narrador en primera persona suele ser tan cerebral que da la impresión de que Carrère se está espiando a sí mismo todo el tiempo. "Es verdad. No lo había pensado. Es muy justo lo que dice -reconoce-. Me hace pensar en una frase que me dijo mi amigo Hervé Clair. Es una frase que cito en El Reino, sobre lo que los estoicos pensaban de la meditación, que no es muy distinto de lo que piensan los budistas: que la meditación es algo así como un paciente espionaje de uno por uno mismo."
En este continuo mirarse, se desliza en sus libros una curiosa compulsión, la de confesar hasta el hartazgo la clase social a la que pertenece. "Creo que es importante. Molesta que sea importante, pero lo es. Tiene que ver con esto que veníamos diciendo de la observación de uno. Todos estamos sometidos a cierto determinismo social y la única manera de liberarnos de él es verlo, tener conciencia y trabajar sobre él."
Otra característica en la obra de Carrère es la notable eficacia de su montaje, cualidad que probablemente haya aprendido del cine, de su trabajo como guionista, adaptador y director. "Es algo que aprendí del cine, sí, y me alegra que lo haya notado, porque el montaje es lo que más me gusta a la hora de escribir. La parte más dura de un libro es la de vomitar la materia prima y los grandes bloques, pero cuando uno tiene esos bloques sobre la mesa puede empezar a jugar, a ponerlos juntos y eso es lo que me provoca el mayor placer."
Pero no todo es placer en los libros de Carrère. Basta para probarlo con pensar en Una novela rusa -la primera novela en la que además de narrador es el protagonista- y en los problemas que le trajo al autor con su madre y su novia de entonces. Los conflictos suscitados tras esa publicación hacen pensar en ese tema, delicado e incómodo, que tiene que ver con el límite de cada escritor, y en cuál sería el límite de Carrère, si es que se lo plantea. "Sí, tengo un límite pero en ese libro lo traspasé. Y no me arrepiento. Ese libro me salvó prácticamente la vida. Pero no lo volvería a hacer. No volvería a perjudicar a nadie con lo que escribo. Y no lo digo tanto por mi madre, con ella la cuestión no fue tan grave, sino más bien por mi novia de entonces."
Defensor del psicoanálisis
El efecto catártico que Una novela rusa tuvo para Carrère invita a preguntarle, con algo de impudor, si la escritura del libro le sirvió para disminuir o para aumentar sus sesiones con el psicoanalista. "Me sirvió para terminar con ellas, después de haberme analizado durante años con tres psicoanalistas distintos -apunta-. Personalmente soy un defensor del psicoanálisis y aprovecho para decirlo acá, en Argentina, que es algo así como la tierra prometida de los psicoanalistas. En Francia, en cambio, donde el psicoanálisis tuvo una gran importancia, hoy es muy atacado. En mi experiencia, que es de lo único de lo que puedo hablar, aquello que podía esperar del psicoanálisis me fue dado, y más también." En este sentido, Una novela rusa parece haber recogido los frutos de intensas sesiones. "Fue un típico libro de fin de análisis y doy fe de que el análisis ayudó a que saliera lo que no podía salir de otro modo. Yo no creía en las virtudes catárticas de la literatura pero ese libro en efecto las tuvo. Después de terminarlo mi vida cambió bastante. Cambié mucho después de ese libro. Algo que dice Freud y que me gusta es que con el psicoanálisis uno puede recuperar la capacidad de amar y trabajar, y también cuando dice que el psicoanálisis sirve para pasar del sufrimiento neurótico al sufrimiento ordinario. Una novela rusa es como una antología de mis neurosis y el libro que sigue, De vidas ajenas, está abocado a las desdichas corrientes, que no minimizo. Me refiero a ser confrontado con la muerte, la enfermedad, la separación, con esa parte incomprensible de la vida de la que no podemos escapar y a la que hay que hacerle frente."
La honestidad de Carrère y sus lecturas eclécticas, en las que la ciencia ficción tiene un lugar importante (en particular, Philip K. Dick, sobre el que escribió una biografía, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos), lo llevan a dudar un buen rato cuando se le pregunta acerca de la familia de escritores en que su obra podría inscribirse: "Me siento cerca de esa gente para la que escribir se parece a darle forma a su experiencia de vida. Es una tradición de escritores a la que pertenece Montaigne, alguien que da cuenta de lo que es haber sido un ser humano, esa cosa tan limitada que es la piel de cada uno, en un momento histórico determinado; es decir, dentro de sus circunstancias, los límites que implican ser un hombre y no una mujer, haber nacido en un país y no en otro, pertenecer a una determinada clase social".
La admiración literaria que Carrère profesó en más de una oportunidad por Michel Houellebecq no parece hacerse extensiva a sus dichos en general ni tampoco, en particular, a aquello que el autor de Sumisión escribió sobre los atentados de París del 13 de noviembre: "Tengo estima y admiración por el trabajo de Houellebecq, pero no comparto todo lo que dice y no creo que lo que apareció en el Corriere della Sera sea lo más inspirado que pueda haber escrito -responde Carrère-. Lo que pasa es que Houellebecq cree mucho en lo que dice. Yo no tengo esa capacidad. Tengo tendencia a pensar una cosa y después pensar lo contrario. Nunca podría decir, por ejemplo, que Hollande no sabe lo que se debe hacer. Como todo el mundo, estoy horrorizado con lo que pasó, y además la cuestión de proximidad pesa. Ocurrió en París, en mi vecindario, mi universo. Pero si me preguntan puntualmente si hay que mandar tropas a Siria, no tengo idea. Entiendo que haya un debate al respecto y que el debate sea legítimo. Puedo leer un artículo de Bernard Henri-Lévy que dice que claro que hay que mandar tropas a Siria, que no hay otra cosa que hacer, que es lo que hubiera hecho Churchill. Y también puedo leer otro que dice que mandar tropas a Siria es una locura furiosa, que es lo mismo que hizo George Bush con Irak y que nos va a llevar a la catástrofe, a ríos de sangre y de fuego. Pero la realidad es que sobre eso no sé nada. Nunca tuve vocación política, y me parece que los políticos tienen un trabajo increíblemente difícil, porque los motivos en los que se basan ciertas decisiones no podría imaginarlos nunca".
Biografía
Carrere nació en París en 1957. Hijo de una conocida historiadora de temas soviéticos, comenzó como crítico cinematográfico. Publicó al principio obras de ficción convencionales, pero sus libros más conocidos se basan en casos verídicos: El adversario, De vidas ajenas y Limónov. Acaba de dar a conocer El reino