Elogio del trabajo
“El trabajo es el alimento del alma”, me decía mi madre en idioma árabe, con persistencia religiosa. Crecí oyendo esa frase. Cuando era niño me resultaba incomprensible, en la adolescencia me parecía irritante, en mi juventud comencé a percibir su sentido, y fueron los avatares de la vida los que la llenaron de profundidad.
Disfruté y sufrí trabajando. Sentí alegría y angustia. Pero sin dudas, los múltiples empleos que he tenido me han forjado.
Tengo el honor de haber trabajado mucho, desde chico. En todas las posiciones aprendí algo, conocí a alguien interesante, descubrí un aspecto no develado de la realidad, pero sobre todo pude vivir la creciente sensación de ser útil, de aportar a la gloria de la creación de valor, a la sensación indescriptible de poder resolver algo.
El trabajo condensa aspectos esenciales de la condición humana, en el trabajo aprendemos, en el trabajo colaboramos, en el trabajo creamos, en el trabajo competimos, en el trabajo debemos disciplinarnos, en el trabajo desplegamos muchas de nuestras capacidades y se nos hacen patentes nuestras limitaciones.
Por eso siento un especial compromiso por contribuir a recrear una sociedad con trabajo digno para todos y todas, y por eso mismo reniego de las frases de ocasión y de la recurrencia de respuestas fuera de época.
Para generar trabajo se necesitan al menos tres cosas: a) saber hacer algo útil de un modo eficiente; algo que satisfaga la necesidad o el deseo de otra persona; b) que una organización (empresa, estado, etc) disponga de los elementos materiales para que ese saber hacer pueda desplegarse; c) que un marco regulatorio razonable permita vincular (con utilidad para ambos) a quienes pueden hacer las cosas, con las organizaciones que disponen de los medios materiales.
En síntesis: saber hacer + inversión + reglas.
El trabajo nos exige, hay que prepararse, corresponde aprender, estudiar, ensayar, practicar. Necesitamos todos reentrenarnos para trabajar en un mundo emergente digitalizado, global, ultrarelacional, cambiante. Necesitamos mucha más inversión, pero sobre todo muchas más empresas. Sin empleadores, el “saber hacer” no encuentra su lugar. Nos corresponde a todos señalar un sendero de trato benévolo a las empresas. Hay que multiplicar nuestra capacidad de crear. Solo allí el conocimiento se transforma en bienes y servicios útiles. La empresa es el dispositivo que transforma el talento en bienes, y que nos organiza para alcanzar objetivos que nos exceden en forma personal. Un ejemplo claro son las vacunas contra el Covid, esta claro que la ciencia opera en los laboratorios (y por suerte lo han hecho rápido), pero para fabricar millones de dosis, distribuirlas, garantizarles las condiciones de inocuidad, se necesitan empresas. Entre el conocimiento y la inmunidad lo que hay es una cadena de empresas que resuelven los pasos necesarios para lograr lo que nos es indispensable a todos.
Necesitamos reentrenarnos para trabajar en un mundo emergente digitalizado, global, ultrarelacional, cambiante
Por último, necesitamos nuevas reglas. Los trabajadores organizados, resisten las palabras, los gestos y las actitudes que amenazan su situación, pero lo cierto es que la tecnología se ha vuelto volátil, los mercados se han integrado en base a comunicaciones continuas, las respuestas se han acelerado y hecho instantáneas. Todas esas y otras condiciones presionan al trabajo como lo conocimos. No será la resistencia sino la creatividad la que permitirá aprovechar y gestionar adecuadamente este entorno tan complejo.
Corresponde cuidar a las personas, y prepararlas para un mundo laboral más cambiante y más “conocimiento intensivo”. Si nuestras reglas no toman nota de los que sucede en el contexto, es probable que aún con las mejores intenciones, nos vaya cada vez peor.
Las adecuaciones de las condiciones de trabajo no son una perversidad, sino el resultado de una revolución tecnológica. Así como el industrialismo de escala alumbro la negociación colectiva, la revolución informacional impone la necesidad de una formación sistemática, de una mayor inversión en las personas y una disposición más alta al cambio laboral.
Argentina ha tratado durante demasiado tiempo de gestionar las situaciones complejas dilatando respuestas, buscando en los manuales viejos o imponiéndole al que piensa distinto un criterio rector. Los tres caminos conducen a la frustración.
La post-pandemia debe ser el momento de un gran dialogo laboral argentino, no se puede dilatar más. El centro de las conversaciones debe ser excluyentemente como reconstruir la sociedad salarial que incluya y canalice nuestro esfuerzo orientándolo a la productividad. Ese dialogo debe hacerse con los datos del hoy, y no con la nostalgia de lo que fue, y para que prospere tiene que tener como único sentido la construcción de una sociedad más justa.
Uno de los resultados del trabajo: disponer de ingresos suficientes para decidir las cuestiones esenciales de la vida sin deber favores a ningún burócrata, es el otro nombre de la libertad y la dignidad.
Como dice mi madre: “el trabajo es el alimento del alma”.
Diputado Nacional (UCR-JxC) por la provincia de Buenos Aires