Elijo los libros que caben en un bolsillo del saco
En las redacciones de los diarios se reciben muchos libros. A inicios de mes, cuando las editoriales distribuyen las novedades, llegan los “servicios de prensa”, elegidos con criterio por los encargados de esa tarea en las distintas empresas que publican libros. Si uno se dedica a trabajar con libros, ¿qué más podría pedir? Sin embargo, cierta conciencia culpable que nace del carácter inabarcable de leer y escribir sobre tantos libros tarde o temprano se impone. Por suerte, con Internet se crearon muchas revistas digitales, todas muy buenas, que complementan el trabajo de los grandes medios y muchas veces lo superan. Algo de ese espíritu desinteresado del periodismo artesanal sobrevive en esas revistas digitales. Leo dos con frecuencia: Sólo Tempestad y La Primera Piedra.
Mis favoritos entre los libros que llegan, si bien tal vez no mensualmente, son los que envían por su propia cuenta los escritores que viven en las provincias. Envueltos en papel madera y reforzados con cinta, esos libros de cuentos y de poemas en ediciones modestas de inmediato capturan el interés. Cada escritor es un mundo y en la Argentina los libros, pese a todo, florecen en todas partes.
De esas ediciones, por una cuestión más bien práctica, elijo los libros que caben en un bolsillo del saco. De pocas páginas, escritos quién sabe en cuánto tiempo en soledad, los libros de poetas amortiguan los viajes por la ciudad. La repetición rompe cualquier hechizo, pero un poema leído detrás de otro crea una medida del tiempo diferente. Nunca se entiende del todo el significado de un poema y aquello que decanta puede ser apenas un malentendido privado, una ironía del sentido o la creencia de una sola persona, el que lee.
Hace poco llegó un libro de poemas desde Tierra del Fuego. Se titula Alguien lo dijo y la autora, Anahí Lazzaroni, nació en La Plata pero vive desde la infancia en Ushuaia. El Suri Porfiado, la editorial que publicó el nuevo libro de Lazzaroni, cumple diez años de vida este mes. En cada página, como dije, hay un poema cuyo efecto, aunque fuera leído en apenas dos o tres minutos, puede perdurar mucho más. Eso siempre depende del grado de lucidez y de sensibilidad que uno tenga. Aunque nunca sobra, la sensibilidad puede crecer. La poesía huye hacia la alegría.
Es habitual que el lector se haga una imagen del autor o de la autora de los poemas mientras lee. Hay poetas aguerridos, sarcásticos, frágiles y sabiondos. Escritoras que aman las islas, las plantas y los animales y otras que registran a distancia la lucha entre los humanos y el mundo (en la que, como todos sabemos, siempre gana el mundo). Alguien lo dijo está dividido en cuatro partes y la última dedica varios poemas a los poetas. Uno de ellos, “No se sabe”, describe el grado necesario de incertidumbre que regala la poesía.
No se sabe por qué la poesía marca a algunos seres,
los retiene, los hace torpes.
Apartados del mundo o unidos a él con hebras invisibles.
Las palabras tejen la red. La luz fluye.
¿Cómo hará para decidir quiénes serán los distinguidos?
¿Los busca entre los fuertes? ¿Los encuentra entre los
débiles?
Éste es apenas uno de los poemas que Lazzaroni escribió en un territorio (como ella cuenta en otro poema) en el que suceden pocos imprevistos. Allá hay viento, luz y personas dentro de las casas vecinas mientras ella “teje la red” con ayuda de las palabras y la luz fluye desde el sur del país hasta la redacción de un diario en Buenos Aires.