Elige una amenaza y tendrás tu identidad
No hay nación sin narración. Es el punto de partida para pensar en las identidades colectivas; esos relatos que nos dicen quiénes somos y cómo deberíamos comportarnos. Relatos que se construyen y perduran cuando generan sentido y que son revisados cuando pierden su correlato con lo real. Y así estamos hoy en la aldea global, preguntándonos, aquí y allá, quiénes somos y qué queremos ser.
Donald Trump nos presenta una identidad: la de un Estados Unidos que quiere ser grande de nuevo. Y nos presenta los obstáculos: la inmigración latina, el influjo musulmán, el juego sucio de China y el terrorismo islámico. Theresa May afirmó hace poco que el Brexit representaba una oportunidad para preguntarse qué querían ser los británicos. Algo similar se preguntan en Francia, con Macron en las grandes ciudades y Marine Le Pen en la periferia vendiendo distintas ideas de país. El primero, la de una Francia abierta y multicultural; la segunda, la de una nación cerrada y católica que lucha contra el "monstruo antidemocrático", como definió a la Unión Europea.
En toda Europa se escucha un debate entre europeísmo y nacionalismo. El miedo a la tecnologización y la automatización; el resentimiento contra la globalización; la crispación frente al terrorismo y la inseguridad cultural frente a la inmigración. Elija una amenaza y construya su identidad, como hizo Putin frente al internacionalismo liberal. Pero hay más. No se trata sólo de un sentimiento antielite y antiglobalización. Desde otro lugar, Justin Trudeau propone pensar Canadá como un Estado posnacional, abierto y cosmopolita. Incluso Xi Jinping afirmó hace unos días atrás que China debe abrazar la globalización para alcanzar el sueño chino. Y Tony Blair salió a defender la tradición europea del Reino Unido.
¿Cómo entender esta oferta de relatos? En principio, no se trata de una sola dimensión. Cierto, las identidades políticas estuvieron definidas históricamente en términos ideológicos. Pero existe otra dimensión, más compleja, que va de lo abierto a lo cerrado frente a la globalización, el multiculturalismo o la delegación de soberanía. Así, es posible identificar derechas que se quieren cerrar, como la de Trump o May, frente a derechas que persisten en ser abiertas, como la de Rajoy, y también izquierdas abiertas, como en Francia, frente a izquierdas críticas del capitalismo globalizado como Podemos o Syriza. El futuro inmediato del orden mundial estará dado en buena medida por cómo se articulen estas identidades a nivel nacional, sobre todo en Estados Unidos, Europa y China, y a qué equilibro se llegue entre soberanía y globalización.