Elevemos la calidad de la conversación política
Los sucesos dramáticos que vive nuestro país tras la muerte dudosa del fiscal Nisman, en un contexto de creciente antagonismo entre grupos del sistema judicial y entre sectores políticos, no son señales de un ambiente óptimo para una campaña presidencial que privilegie una conversación política madura y de contenidos. Nuestro país enfrenta desafíos de largo plazo que el próximo gobierno deberá afrontar.
¿Qué inversiones en infraestructura necesita priorizar la Argentina? ¿Cómo se articulan los objetivos de incluir y de mejorar la calidad de la educación? ¿Tienen las familias los apoyos necesarios para que los más pequeños crezcan y se integren al sistema educativo para asegurar futuras generaciones capacitadas e integradas a una economía formal? Éstos, entre muchos otros, son problemas que requerirán del próximo gobierno decisiones en el corto plazo con efectos en el largo plazo. Los ciudadanos tienen derecho a saber qué piensan los que quieren ser presidentes. ¿Qué desafíos priorizan? ¿Cómo los enfrentarán?
Al mismo tiempo, la realidad inmediata, llena de suspicacias y de contradicciones agudas, llena la conversación pública. ¿Existen mecanismos de control institucional sobre el comportamiento de jueces y fiscales que asegure su independencia de intereses políticos y económicos? ¿Cuáles son los ejes y el marco institucional de la seguridad nacional? Alrededor de estas cuestiones, hay discusiones crispadas, movilizaciones y críticas. A estos problemas les sobran posiciones tomadas y les faltan marcos de convivencia para la discusión, para el procesamiento de las diferencias. Parecería que el único modo de abordar las perspectivas diversas es la estigmatización de las múltiples posiciones.
El debate político es una de las principales herramientas de la democracia para constituirnos en una comunidad, sobre la base de las diferencias. Es necesario reconstruir nuestras capacidades de procesar las diferencias en marcos de convivencia que hagan del disenso un dispositivo para mejorar las políticas públicas y las instituciones. No produce un resultado aséptico y libre de las contradicciones: tiene como motor el conflicto, pero canalizado dentro de un suelo común.
La campaña presidencial de 2015 ofrece a los candidatos presidenciales la oportunidad única de llevar el diálogo político a otro nivel. Ellos tienen la alternativa de repetir los prejuicios de unos sectores sobre otros, de explotar el conflicto en su beneficio electoral o de proponer soluciones superadoras. Sin embargo, las soluciones superadoras no son meros deseos ingenuos de un país mejor. Son propuestas reales, realizables y, sin duda, con prioridades diversas, según las ideas de los candidatos y sus agrupamientos partidarios.
Discutir la calidad de la conversación política para este año es una vía para salir del laberinto. Un debate presidencial sería una señal imprescindible para mostrar que individuos que compiten, grupos políticos que disienten, pueden compartir un espacio común. El debate se transformaría así en mucho más que un programa de TV. Sería un bien público, un ejercicio que pondría en escena nuestras capacidades de convivir con el conflicto y de encontrar liderazgo que los conduzcan a mejores puertos de los que han partido.
El autor es coordinador general de Argentina Debate