Elena Liberatori, la jueza que se convirtió en la Némesis judicial del macrismo en la ciudad
Sus intervenciones son vistas con recelo por Macri, que le atribuye a la magistrada el intento de poner trabas a su gestión de gobierno
Para el jefe de gobierno porteño la artífice de un complot judicial en la ciudad tiene perfume de mujer. Y nombre y apellido: Elena Liberatori, la titular del Juzgado Contencioso, Administrativo y Tributario número 4 de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, a su composición del personaje que lo desvela le falta un rostro. La magistrada asegura entre sus amigos que no lo conoce, que jamás se cruzaron y que si el azar los encontrara frente a frente, Mauricio Macri sería incapaz de reconocerla. Ella sabe lo que él piensa de su trabajo. Y él no esconde las dudas que le genera su desempeño: lo expresa públicamente cada vez que un expediente que involucra al gobierno de la ciudad cae en el escritorio del luminoso despacho de la jueza, sobre Avenida de Mayo.
La última semana, Elena, que escribe su nombre con H, intervino en el conflicto por la toma de colegios, citó a las partes en conflicto e hizo lugar en su juzgado para que más de ochenta personas se sentaran a conversar. Antes, en septiembre, limitó la utilización de la línea 0800 que el Ministerio de Educación porteño había dado a conocer para denunciar "irregularidades". "Sólo para delitos", lo limitó la jueza, que en breve dará a conocer su decisión de fondo. Y como si fuera poco, ordenó de manera inmediata la reincorporación de los docentes y la directora de la escuela 3 del barrio de Monte Castro, a los que el gobierno de Macri había apartado por haber realizado una parodia de su administración. El ministro de Educación, Esteban Bullrich, había sido categórico: " Los apartamos por haber dramatizado el cierre de cursos y realizado una representación disvaliosa de Macri y de Bullrich ante un grupo de niños". Pero ellos volvían emocionados a ocupar sus cargos con el guiño de Liberatori, que, además, acusaba al ministerio de haberlos intimidado.
En Liberatori, Macri hoy ve lo que en otro momento vio en el juez (actualmente de licencia) Andrés Gallardo cuando lo intimó a retirar el cartel luminoso de la 9 de Julio, o en la jueza Patricia López Vergara cuando intervino en el tema del subte: una recurrente dinámica judicial al servicio de impedir con medidas legales una plena gestión de gobierno. ¿Por qué? La jueza no lo dice o no lo sabe. Los pocos íntimos de esta mujer reservada aseguran que tampoco la desvela la mirada del jefe de gobierno porteño. Aunque muy de vez en cuando ensaya una explicación: " Bad printing ", dice en un impecable inglés. Una "mala impresión", para el uso autóctono.
O dice: " You never have a second chance to get a first impression ". Algo así como que no hay una segunda oportunidad de causar una primera impresión, y tal vez eso es lo que le pasó allá por 2008 cuando tramitaba la causa de OSBA y, ante una decisión incómoda, Macri, en plena conferencia de prensa, dijo: "Que el marido de Liberatori de Aramburu se haga cargo de lo que hace su mujer".
Entonces, el jefe de gobierno no sabía que la jueza y su ex estaban formalmente divorciados. De ese matrimonio no nacieron hijos, aunque a su manera Liberatori se considera madre. "Tengo hijos de cautelares", suele repetir. Y desde una foto en su biblioteca sonríe una nena que nació fruto de un tratamiento de fertilización in vitro que una obra social se negaba a costear hasta que ella intervino. Y suele mencionar orgullosa a Martín Alejandro, a quien a través de una medida cautelar se lo reconoció como hijo biológico de dos mujeres, la que donó el óvulo y la que lo engendró. O a Tobías, que fue anotado pese a la negativa del Registro Civil tras la decisión de sus dos papás de optar por la subrogación de vientre en la India. O mellizos de Francia. La lista sigue, y entre expedientes y fotos el tema de la maternidad no parece ser una cuenta pendiente.
Nacida y criada entre Belgrano y San Isidro, Liberatori creció con dos hermanas mujeres que llevan el nombre Amanda, como ella, y se educó entre varones en un bachillerato público donde eran cinco exponentes del género femenino en una lista de treinta. Quiso ser ingeniera, como su padre, que trabajó en el INTA. O como Mauricio. Pero las aulas de la Facultad de Derecho de la UBA la tentaron más, a pesar de las restricciones de un mundo donde las mujeres todavía no podían caminar sus pasillos enfundadas en pantalones. Mientras estudiaba cuidó chicos y dio clases de francés. Hasta que, prolija, tras cinco años de cursada se recibió en 1974. Su paso por la primera cátedra de Derechos Humanos y Garantías, con Andrés D'Alessio al frente, y su amistad con las hermanas María Luisa y Carmen Storani hicieron que se afiliara al radicalismo y un poco más: trabajó en la candidatura de Raúl Alfonsín; pequeño aporte en un comité de zona norte, acomodando las sillas y no mucho más. Lo más cerca de la militancia que alguna vez estuvo esta chica de zona norte apasionada por el derecho administrativo, el único que la sedujo de los dos lados del mostrador, como abogada y como jueza.
En su discurso de tono agudo que la caracteriza suena una y otra vez la palabra "primera": fue la primera jueza que le otorgó el DNI según la identidad autopercibida a Florencia de la V; en el estudio en el que desarrolló la profesión por más de 15 años se trabajó en el proyecto de norma del primer decreto de privatización, y, como corolario, integró la primera camada de doce jueces de la ciudad, de una justicia a la que se resiste a llamarla "menor". Con su llegada a la magistratura y con el protagonismo de una justicia que nacía de la mano de los nuevos nombramientos, empezaron los sutiles encontronazos con los jefes del gobierno porteño. Con todos, sin excepción aunque con distinta intensidad. A Fernando de la Rúa lo intimó a reincorporar a una persona cesanteada "por ser factor real o potencial de subversión". Con Aníbal Ibarra no se encontró nunca personalmente. Aunque resulta imposible que no lo recuerde: presentó ocho pedidos de juicio político en su contra mientras duró su mandato. Y la relación con Macri es conocida. Con Macri, apuntan sus colaboradores, personalizando en él la problemática y no en su equipo de gobierno, con el que, aseguran, trabaja mancomunadamente, colabora y tiene buena relación. A sus empleados, que en más de una oportunidad la tienen que esperar hasta altas horas de la noche en el despacho (" le gusta trabajar a contraturno") llegó a sugerirles que el problema con Macri y con cada uno que ocupó ese sillón se reduce a una explicación más humana que política: a nadie le gusta el control. "Ni del nutricionista cuando tiene que pesarte ni de la Justicia cuando, como en mi caso, controla los actos de gobierno."
Despojada, sin fanatismo por las marcas, clásica a la hora de vestirse sin desvivirse por la imagen, Liberatori apenas deja adivinar algo de la mujer detrás de la jueza. Poco. Hablar de su vida privada la incomoda hasta la risa. Algunos objetos hablan por ella: un retrato de Lola Mora. Una foto sacada a las apuradas con Baltasar Garzón. Un bate con la inscripción "abogado defensor". Otra foto de otra mujer; la premio Nobel de Medicina Levi Montalcini. Y huellas de sus viajes al Complejo Astronómico El Leoncito, en San Juan, donde despunta su otra pasión. Sobre la biblioteca, una frase recortada de un diario de 2007, cuando asesinaron a Carlos Fuentealba. "A un maestro no se lo mata". Manuscrito, debajo, un agregado "ni se lo espía".
QUIEN ES
Nombre y apellido
Elena Liberatori
Trayectoria educativa
Se crió entre Belgrano y San Isidro, cursó el secundario en un bachillerato público y se graduó de abogada en la UBA. En sus tiempos de estudiante cuidó chicos y dio clases de francés.
Choques con el poder
Integrante de la primera camada de doce jueces de la Ciudad, tuvo "encontronazos" con todos los jefes de gobierno. Fue quien entregó el primer DNI con identidad autopercibida a Florencia de la V.
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