Elegir al periodista, la lógica de las estrellas caprichosas
El problema no es Rial sino la forma en la que el Gobierno encara su obligación de informar y de ser transparente
Los gustos periodísticos de Cristina Kirchner han evolucionado. Antes, ella sólo contestaba de buena gana preguntas que le hacía en un registro banal un notero de CQC, las que se le podían ocurrir a una actriz simpatizante como Soledad Silveyra o las que le formulaba un senador propio, Daniel Filmus, entrevistador amateur. Ahora elige de a uno a periodistas que, por algún motivo, le merecen confianza. Primero, Hernán Brienza, kirchnerista confeso. Hace pocas horas, Jorge Rial, especialista en farándula, probablemente uno de los mejores de la especialidad, desde la que se expandió al terreno político sin traicionar su estilo.
Ahora bien, ser un periodista elegido por la Presidenta para hacerle a ella una entrevista, ¿es un premio o un castigo para el periodista? A primera vista parece un privilegio, una distinción: nada menos que la presidenta de la Nación lo eligió -entre miles de periodistas- para hacerle a ella lo que en la Argentina llamamos reportaje (en otros países hispanoparlantes reportaje significa historia, cobertura). Pero, en verdad, los presidentes no seleccionan periodistas aptos para entrevistarlos, entre otras cosas porque la sola actitud de hacer esa selección sugiere funcionalidad, conveniencia, subordinación, y podría manchar la reputación del profesional preferido.
¿Es un premio o un castigo para el periodista?
Un periodista al que escoge el aparato gubernamental para que le formule preguntas a una presidenta que dogmáticamente descree del periodismo profesional genera, de manera inevitable, una duda: ¿por qué habrán confiado en él? Muchísimo más si se trata de una presidenta empeñada desde hace años en no responder preguntas a periodistas –o bufones, actores, entrevistadores de ocasión- que no ofrezcan garantías respecto a su poca voluntad de incomodar a la entrevistada con preguntas que le disgusten.
El problema, entiéndase bien, no es Rial sino la forma en la que el Gobierno encara su obligación de informar y de ser transparente. Recuérdese la doctrina K: "Yo no voy a hablar contra mí misma", dijo Cristina Kirchner tiempo atrás, cuando los periodistas acreditados en Casa de Gobierno le reclamaron conferencias de prensa. Las preguntas sin filtro la llevarían, cree ella, a autoincriminarse. Y quizás algo de razón tenga, por lo menos si el modelo es el resultado de la serie de preguntas frescas que le hicieron en Georgetown y Harvard, no periodistas sino meros estudiantes universitarios.
Uno tiene en algún lugar de la memoria el dato de que las celebridades, por lo menos las de personalidad extravagante, eligen a qué periodista le dan una entrevista y a cuál ni siquiera le atienden el teléfono. Pero una cosa es un astro de fútbol caprichoso, que no tiene obligaciones republicanas en cuanto a la información pública de los hechos que protagoniza, y otra un presidente. Por eso, en muchas democracias es habitual que los presidentes brinden conferencias de prensa periódicas y lo hagan, claro, sin militantes ni aplaudidores presentes: sólo periodistas, tan diversos como la sociedad, que preguntan, por cierto que en forma educada, aquello que entienden necesario preguntar. Elegir quién pregunta muchas veces significa elegir hasta dónde se pregunta, más allá de los climas intimistas, familiares, confesionales o lacrimógenos que puedan crearse con oficio y astucia.
Muchas veces el kirchenrismo funciona por prueba y error antes que en base a convicciones inamovibles
Si se analiza con detalle la reciente entrevista realizada por Brienza se advierte que la Presidenta no reveló allí nada demasiado últil o que no hubiera dicho antes. Impactó, claro, que mencionara un par de insultos de alto voltaje para expresar que le producen dolor (si bien nadie se ocupó de aclarar que esos insultos no los propina la prensa sino en todo caso personas aisladas en las redes sociales), pero poco fue lo que esa entrevista aportó al conocimiento público respecto de los temas que el secretismo oficial resguarda.
Muchas veces el kirchenrismo funciona por prueba y error antes que en base a convicciones inamovibles. En ese método aleatorio quizás deban inscribirse la autorización a funcionarios oficiales y candidatos para pisar medios del Grupo Clarín (luego de aborrecer a Hugo Moyano, cuando era oficialista, por hablar con TN) y, ahora, los reportajes con periodistas seleccionados. Cristina Kirchner considera, evidentemente, que las prolíficas vías de distribución del pensamiento presidencial (cadena con aplaudidores, cadena con bandera sola, discursos con aplaudidores sin cadena, cataratas de tuits , Facebook, comunicados de Parrilli, olas de declaraciones de voceros más o menos guionados por la Casa Rosada) son insuficientes. Por eso, ha replicado un nuevo formato, el de la celebridad que habla para el periodista escogido. Nada indica que por ello la comunicación oficial haya revisado su impronta unidireccional.