Elecciones a la vista
Este domingo, los argentinos tomaremos una decisión trascendental, porque elegiremos al próximo presidente. Esta decisión, por lo visto, marcará nuestro futuro. Mauricio Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa, Margarita Stolbizer, Adolfo Rodríguez Saá y Nicolás del Caño integran la lista de los presidenciables. Según cómo votemos, así será nuestro porvenir. Toda decisión implica un riesgo. ¿Somos los dueños de nuestro destino? ¿Cuáles son los beneficios y los perjuicios que nos esperan según cuál sea nuestra decisión?
Tenemos, por lo pronto, algunas preferencias. Pero ellas no son, quizás, enteramente racionales. ¿Deberíamos preferir, por ejemplo, a quien más nos gusta, aun sabiendo que no va a ganar? Esta decisión ¿no sería más bien sólo un capricho? Es difícil saber con claridad cómo funciona nuestro mecanismo de decisiones. Saber si, por ejemplo, es enteramente racional. Millones de argentinos emitirán cada uno su propio voto, pero la interacción entre sus sufragios individuales tendrá una consecuencia que no sabemos si será lógica, previsible, o si será, en definitiva, producto del azar.
A veces, los propios votantes ordenan sus preferencias. Hay, así, partidos mayoritarios y partidos minoritarios, de manera que la propia gente ordena anticipadamente la distribución de los sufragios. Pero hasta aquí vale la anticipación, porque una cosa es anticipar las propias decisiones y otra es, cuando se las anticipa, mezclarlas con ingredientes electorales de otro origen. Lo cual quiere decir que, aun cuando nos creemos racionales, no lo somos tanto.
Si incluso en el interior de un comité queda lugar para las sorpresas, ¿cómo podríamos anticipar las preferencias y las interacciones de millones de personas en un momento dado cuando votan a ciegas, sin saber cómo se comportarán los demás, en el mismo momento en que ellas votan?
Vistas así, pareciera un milagro que se formaran mayorías y minorías. Sin embargo, se forman. Cuando se ha conformado una mayoría, tiende a establecerse una tradición. Y esta tradición cuenta, con prescindencia de lo que la originó. Lo cual significa que las tradiciones, cuando se establecen, tienden a convertirse en hábitos mentales, definen conductas establecidas, amistades, simpatías y antipatías que los analistas son capaces de estudiar y, hasta cierto punto, anticipar.
En tren de generalizar, podríamos decir que, más allá de sus variaciones, hay cinco propuestas de los presidenciables que son similares, lo cual tal vez podría llevarnos a inferir que en la Argentina actual predomina una mayoría conservadora. ¿Podrían catalogarse de este modo cinco de las seis propuestas presidenciales? De aquellas cinco propuestas que dicen querer un cambio de verdad, ¿cuántas serían "revolucionarias"? ¿O la Argentina actual es, en resumidas cuentas, conservadora?
Según una tesis a la que habría que prestarle cierta atención, el argentino típico es alguien a quien le gusta pensarse como revolucionario, pero es en el fondo conservador. Dice ser un revolucionario, pero en el fondo le huye al cambio cuando éste se le hace presente. Es en el fondo sólo un revolucionario de la boca para afuera, pero, a la hora de la verdad, es un conservador.
Lo cual envuelve una contradicción. En efecto, ¿cómo catalogar a quien prefiere pensarse como un revolucionario siendo un conservador? ¿Como alguien que se engaña a sí mismo? ¿Pero por qué se engañaría a sí mismo? ¿Por qué preferiría que lo tuviesen por un revolucionario? Sería interesante profundizar esta contradicción, la de fingir lo que, en el fondo, sólo pretendemos ser. Una conducta propia de los románticos estudiantes, no de la gente madura. Aunque tal vez valdría la pena permitirnos pensar si somos inmaduros los argentinos. O en todo caso por qué, qué nos falta todavía para arribar a las estribaciones de la madurez.
O tal vez tengamos hoy el síndrome del niño precoz, que estuvo por llegar a la madurez antes de tiempo y ahora se siente perdido. Le falta poco, pero es tanto... Para llegar a una respuesta, bastaría aprender lo que decía el cardenal Ratzinger antes de ser papa, cuando todavía escribía sobre la paciencia de Dios. Algo indescifrable para los seres humanos.
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