El viejo problema de no ser confiables
La Argentina sigue ofreciendo un “frente anarco-dialoguista” para encarar algún tipo de solución al conflicto de las islas, pero la confusión, y los discursos políticos más dirigidos a la tribuna, dominan la estrategia de nuestro país
Las Malvinas son argentinas o algún día quizá lo serán. Listo, ya quedó expresado el cliché que nos impusieron desde la escuela primaria. Ahora, lo cierto es que no sabemos cómo lograr una solución más allá del cliché. Es celebrable que en tiempos recientes se hayan oído algunas voces que expresan conceptos diferentes -sin que sean dictados de la razón- que empiezan a hacer pie entre la estupidez y la estridencia nacional-populista. El nuevo discurso puede variar, si bien con argumentos diferentes y razonables, dado que cada expresión busca observar un panorama más amplio.
Lo leímos, con dificultad, cuando diecisiete intelectuales quisieron presentar un documento que recomendaba tomar en cuenta otros factores en la disputa por las islas. No pudieron hacer público su documento. También leímos un artículo de Luis Alberto Romero, que preguntaba si realmente queremos las islas porque, así como estamos constituyen una muy útil distracción. Y lo leímos en La Nacion del 21 de marzo a Claudio Negrete, que se preguntaba si merecemos tener las islas con tanto por solucionar en tierra continental. Leímos también una circular del 26 de marzo que envió Rodolfo Terragno que instaba la búsqueda de nuevas formas de negociar con Gran Bretaña. Es de lamentar que no hayamos leído ni escuchado nada de los políticos y ministros, encorsetados en su visión primaria que los llevó, en 1982, a celebrar el desembarco de Fortunato y callar el infortunio.
Más de lamentar es que estos últimos son nuestros voceros y representantes y ofrecen evidencia de que, colectivamente, no son confiables. Es más, se aseguran que la sociedad argentina no sea confiable en su relación con el mundo. Somos muy tratables personalmente, pero un desastre como sociedad. El problema de esto es que puede desembocar en varios millones de posiciones políticas. A nivel individual somos rápidos en reclamar respeto por nuestros derechos (para este caso léase reclamo territorial), pero no nos apuramos a respetar los de otros (véanse piruetas de la diplomacia o consideración de los isleños). El frente anarco-dialoguista que ofrecemos es confuso y, valga la repetición, no somos confiables.
Una de las claves de este argumento se apoya en la forma de encarar "Las Malvinas" en la relación con el Reino Unido. Nos enseñaron que son argentinas. No lo son. Pensamos que deberían ser parte del territorio nacional. Muy bien. Pero por ahora son de los isleños y de los pingüinos (isleños, no continentales) y a partir de esos extremos -el reclamo y la posesión- podríamos encarar a todos los otros componentes que desbaratan un camino de acción posible. Pero de otra forma no podemos esperar que nos tomen seriamente.
El voto de las Naciones Unidas cada año en respaldo del reclamo argentino es un soplo en favor de nuestra causa. Nada más: un gran número de misiones diplomáticas instaladas en Nueva York seguirán votando en favor nuestro en todas las asambleas que sean necesarias, a cambio de algún otro favor (se pagan caros y además el pago tiene su peso en el voto electoral doméstico), se erigirán en defensores del anticolonialismo, pero no aportarán nada. Esto trae el recuerdo del acto de Caracas, en 1982, cuando se anunció un apagón en solidaridad con la Argentina. Era todo lo que los venezolanos estaban dispuestos a dar en solidaridad con un régimen contra el que se había pronunciado su gobierno en varias oportunidades. No se sabe si el apagón registró un milímetro de barril en las reservas energéticas.
No es razonable pensar a esta altura del camino que es posible dividir el tema Malvinas en lotes de paquetitos con las cosas que nos gustan (historia, derechos territoriales, derechos de isleños, vuelos o no, etcétera) y otros paquetitos con los aspectos que nos gustan menos (la guerra, los veteranos, los muertos, la impresión que dejamos en el mundo, las desorbitadas manifestaciones integradas por veinte individuos, aparentemente apañados por algún sector de gobierno, etcétera). El eventual traspaso del gobierno de Malvinas, su negociación, la creación de un gobierno bipartito para una transición, la constitución de un territorio diferente de las demás provincias argentinas, etcétera, incluyen todos esos aspectos.
Ocurrió recientemente que un respetado diplomático narró una historia del arrebato al reclamo pasando por las más diversas instancias diplomáticas, habló del pasado, pero otorgó una mínima reflexión a los intereses o los deseos de los isleños, que son parte del hoy. Poca atención prestó al conflicto armado de 1982. Esa circunstancia no puede ser puesta de lado en el diálogo con una nación guerrera, unida legal y económicamente a un bloque de naciones con historias guerreras que tuvieron que debatir largamente, para adentro y para afuera, el peso político de sus muertos y sus pérdidas. Nosotros tratamos de ignorar a nuestros veteranos mientras los muertos sólo reciben el ocasional beso en la fría superficie de la tierra que los cubre.
Generaciones
No podemos perder de vista que la guerra de 1982 postergó por una generación un posible traspaso real de las islas y si seguimos con la actual política de desplantes y vituperación va a pasar otra generación sin ver un pasaporte emitido en el archipiélago.
Tampoco podemos seguir soslayando que los dos importantes pasos dados en el camino a un principio de solución fueron el acuerdo entre Buenos Aires y Londres en la ONU de buscar las condiciones para la descolonización (el gobierno laborista británico de entonces le pareció muy buena idea) y, más recientemente, el paso logrado mediante los diálogos del embajador Lucio García del Solar. El primer punto fue durante la gestión de Arturo U. Illia; el segundo durante la presidencia de Carlos Menem, ambos gobiernos que, por una razón u otra, hoy no nos queremos ni recordar. Poco serio es no aceptar que el pasado nuestro es común a todos.
Hoy tenemos un gobierno que anunció, el primero de marzo, en un discurso más dirigido a la tribuna que a la diplomacia, que se van a establecer de prepo tres vuelos semanales a las islas. Esto surge de la presidenta cuyo marido, también en un gesto dirigido a la popular, mandó a los británicos a volar a otra parte hace algunos años. En tales circunstancias, es difícil pedir que nos tomen en serio.
Vista desde la distancia, la estrategia del canciller Guido Di Tella (de quien hoy también hay pocos en la política que se quieren acordar) de enviar regalos navideños con casetes con el pingüinito Pingu de la BBC a los isleños y luego ositos de peluche, parece una política (un gesto de seducción) mucho más iluminada que escuchar a nuestros representantes buscar adjetivos con los que puedan enrostrar de pirata o colonialista al gobierno de David Cameron.
Por último, dejemos de engañarnos. Un sondeo de opinión inglés contratado por el matutino conservador The Daily Telegraph, oficialistas, que mostró que los británicos piensan que las Malvinas deberían ser argentinas, no decide nada. Tampoco convence a Cameron, que sabe que el voto conservador no respaldaría la encuesta. Esa encuesta nos dice que a los ingleses les importan tres pingüinos las islas y deberíamos aprovechar la circunstancia seriamente. Pera tenemos que ponernos serios, ser creíbles y confiables. Nada más.