El video de un presidente en blanco y negro
Ante la manipulación discursiva que propone el poder, se hace cada vez más necesario reivindicar el espíritu crítico, el realismo y la honestidad intelectual
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El spot que acaba de lanzar el Presidente, con su mujer, su hijo y su perro como coprotagonistas, podría juzgarse como una pieza muy pobre en materia de comunicación política, con recursos anticuados y hasta una estética frívola, más parecido a un folleto que a una elaboración conceptual. Tiene, sin embargo, un extraordinario valor: revela, a través de una narrativa simplona hasta el exceso, las distorsiones con las que se mira la realidad desde el poder. Expone una forma mezquina, sesgada y superficial de analizar el país. Y, sobre todo, exhibe un gigantesco malentendido sobre lo que la sociedad espera de un gobierno.
Alberto Fernández ha expuesto en formato audiovisual un collage de logros, talentos y virtudes de la Argentina que nada tienen que ver con su gestión presidencial. Lo que intenta es proponer una mirada idílica sobre el país, con la pretensión de apelar al orgullo nacional e instalar la idea de que “somos mucho mejores” de lo que creemos ser: ganamos el Mundial, obtuvimos el Globo de Oro, tenemos cinco premios Nobel en nuestro haber. “Somos una sociedad de sueños realizados y de victorias colectivas”, dice. “Tenemos la mejor salud pública de Sudamérica y una educación que nos enorgullece”, agrega en pose actoral. Le falta decir, como decían los militares que intentaban explotar el patriotismo, “somos un pueblo derecho y humano”. O rescatar del folclore popular aquella sentencia chauvinista: “Somos los mejores del mundo”, y recordar, golpeándose el pecho sobre la camiseta, que tenemos un papa y una reina argentinos. El spot podría haber terminado con una pregunta: ¿de qué nos quejamos? Y completarse con un reparto de calcomanías: “Argentina, hermoso país”. Apenas sería grotesco si no desnudara la indigencia conceptual de un gobierno al que le toca administrar problemas tan inmensos como complejos, a los que el video presidencial no hace la más mínima alusión.
El spot oficial es parte de un guion que le han escrito al Presidente en alguna usina, siempre costosa, del marketing electoral. Está en la misma línea de uno anterior que contó con el auspicio de la vocera presidencial y que refutaba a un enemigo imaginario que supuestamente cree que la Argentina es “un país de m…” sin advertir que, en realidad, somos una maravilla. El relato se acopla con un rasgo populista que apela a los sentimientos más que a la razón y que intenta maquillar la realidad con discursos ramplones y patrioteros. En este caso, sin embargo, la épica y la ideología naufragan en las aguas de lo burdo.
Es un guion que exacerba, además, las antinomias: nosotros queremos y valoramos al país; “los otros” lo desprecian; nosotros somos “la patria”, “los otros”, “el antipueblo”. Es un juego de eslóganes que también se articula con la esencia de los populismos, sean de izquierda, de derecha o, como en la versión local, de una especie de conservadurismo regresivo revestido de retórica seudoprogresista. También remite a aquella consigna con la que los militares descalificaban los cuestionamientos y las visiones críticas: “Son parte de una campaña antiargentina”, decían antes. “Son antiderechos y odian al país”, dicen ahora.
Por supuesto que nuestro país tiene talentos, fortalezas, zonas luminosas y nichos de excelencia. Por supuesto que esos activos nos reconfortan, y además nos muestran un camino. Muchos son la herencia de un pasado que en varios aspectos fue mejor; otros son el fruto del empuje, la innovación y la creatividad de un presente lleno de contrastes. Puestos a hacer un inventario de nuestros orgullos nacionales, el listado al que apeló el Presidente se queda muy corto: está lleno de olvidos u omisiones. En el podio de la excelencia contemporánea habría que mencionar a médicos de la talla de Julio Palmaz, el creador del stent, o Fernando Polack; en el cine habría que nombrar a Campanella y a Oscar Martínez, entre tantos otros; en el mundo del arte, a Kuitka, a Les Luthiers o a Barenboim, por citar algunos. En la arquitectura, a César Pelli; en la danza, a Julio Bocca y a Paloma Herrera; en la tecnología, a los unicornios y a Marcos Galperin. ¿Se puede hablar de las fortalezas del país sin mencionar la potencia de la agroindustria?
El inventario no solo ha sido sesgado e incompleto, sino además oportunista e hipócrita. Si tenemos “la mejor salud pública de Sudamérica”, ¿por qué el hijo del Presidente, a quien él mismo expone haciéndolo protagonista del video oficial, nació en una clínica privada y no en un hospital público? Decir una cosa y hacer otra se ha convertido en una marca de la gestión presidencial.
La fuga de la clase media a la salud y la educación privadas es uno de los tantos datos insoslayables de una crisis que el libreto oficial esconde bajo la alfombra.
Aludir a los talentos argentinos sin preguntarse por qué muchos de ellos se van a vivir y a trabajar fuera del país es otra forma de esquivar los debates centrales.
El video expone la peligrosa tendencia a las simplificaciones y al maniqueísmo, como si las cosas fueran “blanco o negro” y como si pudieran reducirse a un puñado de eslóganes y etiquetas. El país exige miradas complejas que incorporen matices y visiones modernas. Exige, además, diagnósticos y evaluaciones de fondo, con estadísticas rigurosas y perspectiva histórica. Hablar de “una educación pública que nos dio cinco premios Nobel” es mirar la realidad con un prisma simplista y distorsionado. ¿Quién representa hoy a nuestro sistema público de enseñanza, aquella escuela de Bahía Blanca en la que se formó César Milstein o la secundaria donde la mitad de los estudiantes abandona antes de tercer año? ¿Cuál es la distancia entre la actual universidad pública y la de los años treinta en la que brilló Bernardo Houssay? ¿Está hoy nuestro sistema científico a la altura del que albergó a Luis Federico Leloir en la década del cincuenta? Son preguntas que demandan honestidad intelectual, no discursos ni videos demagógicos.
Del spot se desprenden otros interrogantes de fondo: las fortalezas que tiene la Argentina, ¿las tiene gracias a las condiciones que hoy ofrece el país o a pesar de esas condiciones? Esas muestras de calidad y de excelencia, ¿representan el estándar general o son islas en un mar de empobrecimiento y decadencia? Muchos de esos logros son el resultado de una cultura que el Gobierno ha combatido e incluso despreciado. ¿Qué otra cosa representa la proeza argentina en Qatar si no el triunfo de la competitividad, la excelencia y la meritocracia? ¿Cómo se ha modernizado el campo si no es con el esfuerzo, la inversión y la iniciativa privada? Lejos de estimular esos valores, en el discurso del poder han sido estigmatizados.
El video presidencial parece invitar a una suerte de conformismo celebratorio, con una mirada simplona y una lógica pedestre. Pero además busca apropiarse de méritos y conquistas ajenas. El sentido de apropiación también conecta con el espíritu y la filosofía de los gobiernos autoritarios. ¿Qué tienen que ver el gobierno y el Estado con la película que ahora triunfa en festivales internacionales? Si hay algo que, en todo caso, nos recuerda Argentina, 1985 (aun con sus indulgencias y omisiones) es que hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que los fiscales se respetaban y las sentencias se acataban.
Hay una Argentina que siempre ha sobrevivido a los malos gobiernos e incluso a las dictaduras. El arte, el deporte, la innovación y la creatividad nunca se han dado por vencidos, ni siquiera en los contextos más adversos. Por supuesto que hubo tiempos más propicios que otros, y atmósferas más o menos favorables. Pero videos como el que propone el Presidente pudieron hacerse en cualquier momento histórico. Siempre pueden y podrán mostrarse imágenes parciales poniéndoles “letra y música” con dosis de arbitrariedad, demagogia y oportunismo.
De un gobierno, sin embargo, se esperan soluciones, no relatos artificiales e impostados. Se esperan planes, no folletos; propuestas, no propaganda. ¿Se pueden solucionar los problemas cuando ni siquiera se los menciona? Así como sobreviven nichos de profesionalismo y de excelencia, es innegable que el país ha retrocedido en materia educativa, científica e institucional. La calidad de vida se ha deteriorado, el sistema previsional está al borde del colapso, la salud es una bomba de tiempo y los niveles de pobreza e indigencia han alcanzado niveles dramáticos, con una estructura social cada vez más fragmentada y desigual. En lo que va del actual gobierno la inflación se duplicó, creció la deserción escolar y aumentó el empleo informal y de baja calidad. No somos ni los peores ni los mejores del mundo. Somos un país con desafíos enormes y con inmensos problemas estructurales, que espera de su gobierno un trabajo serio y racional, no “videítos para la tribuna”. Somos también un país con grandes fortalezas, con enormes talentos individuales y exitosas experiencias colectivas, sobre todo en las áreas del arte, la academia y el deporte, pero también en algunos rubros productivos. Mirarnos con condescendencia y no con autoexigencia no es, precisamente, un rasgo que conjugue con las ambiciones históricas de la Argentina.
El video presidencial es mucho más que una desafortunada estrategia de marketing. Es, en definitiva, la expresión de un populismo demagógico que se encuentra en las raíces del deterioro argentino. Frente a la manipulación discursiva que propone el poder, se hace cada vez más necesario reivindicar el espíritu crítico, el realismo y la honestidad intelectual. Esos valores tampoco han sido derrotados. Por eso la Argentina tiene futuro.