El viaje como arte de la digresión
Hallar fortuitamente un libro y viajar son dos circunstancias que suelen ir de la mano en los primeros textos de la chilena Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962). Quien viaja se vuelve extranjero, es "el que viene de afuera", lo que supone la errancia, el no lugar, poner en pausa la tierra de pertenencia. El viaje narrado es búsqueda con un objetivo, pero ese objetivo suele suspenderse, perderse o demorarse en innumerables hechos, espacios, gente que obliga o invita a prestarles atención; son una digresión necesaria para el relato y, paradójicamente, su esencia.
Dos viajes visibles hay en Los perplejos: el que realiza Maimónides en el siglo XII en su exilio, cuando las nuevas autoridades musulmanas lo expulsan de Córdoba, pasa por Fez, Tierra Santa, Alejandría y finalmente Alappi; y el de la narradora que en el siglo XXI sigue el periplo del filósofo, intentando contactar con algo que la ayude a escribir sobre él. Ha ganado una beca y debe presentar un libro sobre algún aspecto de la vida o la obra del pensador cordobés. Rimsky afirmó en una entrevista que con esta novela intentó encontrar un lugar a pesar del mandato, en particular dentro del judaísmo. Salirse del mandato también significa hallar un lugar desde donde escribir, desmontar la lectura autorizada y ocuparse menos del contenido que de la forma por narrar. Su personaje Maimónides es un hombre que duda, diferencia entre leer con el corazón y con el entendimiento y se pregunta si leer es interpretar, separar la apariencia de lo visible. En el principio de este pensamiento y de la historia está Ibn Nasi, el traductor de la Metafísica de Aristóteles que las nuevas autoridades almorávides ven con recelo y revoluciona la cabeza del joven filósofo porque en la nueva traducción no hay contradicción entre filosofía y religión.
El título de la novela hace referencia a la gran obra de Maimónides, Guía de perplejos, en la que intentó armonizar fe y razón y desentrañar el significado del Libro sagrado, por lo que fue cuestionado e incluso rechazado por los rabinos de su tiempo. Los perplejos son los fluctuantes, los dudosos que están inciertos del camino a emprender: "La vida admite la transición por la perplejidad, pero no la persistencia en ella".
El montaje de las escenas y el juego entre los narradores desdibuja la frontera temporal e impone a Rimsky una resignificación constante. La voz de Maimónides a veces se confunde con la de la narradora por la contigüidad espacial de los párrafos. Y también aparece un narrador en tercera, como si se desdoblara una omnisciencia que puede ver lo que piensan y sienten los otros personajes. El conjunto es fragmentario aunque constituye una unidad con capas de sentido literal y metafórico. Así, la narradora conoce en Yugoslavia a un hombre que se dio cuenta mientras luchaba por su país que participaba de un genocidio y desertó; Moira (¿la madre de la narradora?) se queja por una actitud reprobable de los vecinos de su barrio en Santiago de Chile y la ¿hija? le dice que no se trata de antisemitismo sino de barbarie. Estos fragmentos se leen entreverados con el exilio de Maimónides que a su vez alude a la universal persecución de los judíos.
Aquel yugoslavo, un perplejo que "pasa las noches en vela contemplando el error del mundo no necesita palabras, sino los cuidados compasivos que proporciona una fe" de la que la narradora descree. La perplejidad es, para Rimsky, una manera de mirar al mundo sin juzgarlo, de leer sin conexiones que organicen y se fijen en un sentido; es dejar que las cosas estén ahí para que cada uno encuentre sus relaciones y solo entonces atar palabra por palabra. Una propuesta desafiante de un libro bello y nostálgico.
Los perplejos
Por Cynthia Rimsky
Leteo. 274 páginas, $ 550