El verdadero apocalipsis puede provenir del espacio
Antes de 2025, el mundo presenciará –es una forma de decir– "una colisión mayor en el espacio", que podría tener imprevisibles consecuencias. Los científicos que asistieron en enero a un coloquio de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) intuyen que la congestión que presentan las tres órbitas principales nos llevará pronto a un punto de inflexión tan importante como las amenazas que enfrenta la Tierra debido a la crisis climática y la reducción de la diversidad.
En 63 años, desde el lanzamiento del primer satélite ruso, en 1957, el hombre logró la hazaña de reproducir en el espacio una destrucción ambiental análoga a la que ocasionó en la Tierra desde el comienzo de la Revolución Industrial, hace dos siglos: superpoblación –en este caso, de artefactos espaciales activos y obsoletos– y montañas de detritus metálicos que nadie sabe cómo recuperar y reciclar
En 63 años, desde el lanzamiento del primer satélite ruso, en 1957, el hombre logró la hazaña de reproducir en el espacio una destrucción ambiental análoga a la que ocasionó en la Tierra desde el comienzo de la Revolución Industrial, hace dos siglos: superpoblación –en este caso, de artefactos espaciales activos y obsoletos– y montañas de detritus metálicos que nadie sabe cómo recuperar y reciclar.
El Comando Estratégico de EE.UU. censó el año pasado 34.000 trozos de metal mayores de 10 cm que pueden destruir un satélite, 900.000 de más de 1 cm y 130.000 objetos de más de 1 mm. En total, esas 8000 toneladas de basura espacial no representan una masa enorme, pues equivalen al peso de la Torre Eiffel. Pero, a la velocidad de 7 km/segundo, el menor de esos residuos, de 0,01 mm –más pequeño que una cabeza de alfiler–, puede perforar la combinación protectora de un astronauta. "Desde la Tierra, se puede modificar la trayectoria de un satélite o de la Estación Espacial, pero es imposible controlar esos desperdicios", explica Pierre Omaly, experto del Centro Francés de Estudios Espaciales (CNES).
La acumulación de materiales abandonados aparece como el despojo grotesco de la tecnología más sofisticada que produjo el ser humano en toda su historia. En sus comienzos, la conquista del espacio invitaba a abrir el camino hacia las promesas de nuevos mundos, como un revival del fervor que despertaron los viajes de Vasco da Gama y Colón, el Renacimiento y los primeros balbuceos de la ciencia. En cambio, por una nefasta alianza de incompetencia y ambiciones, el espacio devino una amenaza suprema para la humanidad.
Una colisión o un grave accidente espacial eran, hasta ahora, escenarios que solo se atrevían a imaginar los guionistas de Hollywood. Pero en la actualidad representan un riesgo concreto en un espacio –en la doble acepción del término– saturado por la presencia de los 19.284 satélites presentes en torno de la Tierra.
Esa congestión comienza a transformarse en una auténtica pesadilla. Sobre los 20 satélites bajo su responsabilidad, la ESA debió intervenir 28 veces en 2018 para evitar una colisión con residuos descontrolados.
La basura espacial no es la única ni la peor de las amenazas. Otra crucial intervención reciente de la ESA fue en 2019, para evitar una colisión entre la estación de meteorología espacial Aeolus y un satélite de la constelación Starlink de la empresa SpaceX, creada por el millonario Elon Musk.
A fin de poner un poco de orden en esos peligrosos embotellamientos, la start-up canadiense NorthStar creó una joint-venture con la empresa francesa Thales Alenia Space para lanzar 12 "patrulleros". Como la policía terrestre, se encargarán de regular la circulación y evitar colisiones con los objetos descontrolados, explicó su presidente, Stewart Bain.
Las amenazas se multiplicarán en los próximos años, debido al aumento de artefactos y a la codicia que suscita el espacio, que será uno de los sectores de mayor expansión en el futuro. Actualmente, se calcula que al menos 10% del PBI europeo está vinculado a la actividad espacial. Con el lanzamiento de 1500 nuevos satélites entre 2021 y 2040, la enorme infraestructura tecnológica que circula en torno de la Tierra será cada vez más esencial para la actividad humana y, por lo tanto, se convertirá en un negocio colosal que alcanzará un valor de 1 billón de dólares, según una proyección de Merrill Lynch.
La explotación del espacio cambió de era en los años 2010, cuando el cosmos dejó de ser monopolio de los gobiernos y quedó al alcance financiero de inversores civiles. Esa transformación radical fue favorecida por tres fenómenos paralelos: las reducciones de costo, inducidas por las innovaciones tecnológicas y la miniaturización; la llegada de nuevos actores ambiciosos, que vislumbraron las posibilidades de negocio que ofrecía la explotación comercial del espacio; por último, la migración de todas las actividades profesionales y recreativas hacia la tecnología digital. Con su adicción a las comunicaciones, un usuario de smartphone moviliza en sus consultas diarias los servicios de 40 satélites diferentes.
El lanzamiento de pequeños artefactos, de menos de 500 kilos, que había comenzado en 2010 a un ritmo de 181 por año, aumentará en forma progresiva hasta llegar a 1011 en 2029, según la firma especializada Euroconsult. Esa tendencia registró un crecimiento exponencial con la miniaturización. El satélite de observación Dove-2, lanzado en 2016, pesa apenas 4 kilos, un volumen casi insignificante en comparación con los 2200 kilos del Landsat, que comenzó a operar en 1999.
El impulso más importante, sin embargo, fue aportado por Elon Musk. Su idea de crear un new space comenzó a concretarse recientemente cuando su empresa SpaceX obtuvo autorización para su proyecto Starlink, que comenzó a lanzar 12.000 nanosatélites para proveer servicios de internet y otros 30.000 previstos para una segunda fase. Amazon también recibió el acuerdo de las autoridades norteamericanas para su programa Kuiper, que colocará en órbita 3200 satélites. En forma paralela, el gobierno británico y el operador telefónico indio Bharti Global acaban de adquirir OneWeb, que ya propulsó 74 satélites y prevé otros 600 lanzamientos en los próximos 24 meses.
"En poco tiempo vamos a asistir a un aumento vertiginoso de ese tipo de megaconstelaciones. Todo eso multiplicará los riesgos de colisión", se alarma Rolf Densing, director del Centro de Operaciones Espacial de la ESA.
Sin decirlo abiertamente, Densing y sus colegas de Asia y Estados Unidos no descartan en absoluto la espeluznante hipótesis conocida como síndrome de Kessler, que alude al escenario popularizado por el film Gravity: una colisión entre dos satélites disemina una infinidad de fragmentos, que destruyen otras naves y, a su vez, provocan una reacción en cadena que termina por inutilizar la órbita baja y pone término definitivo a la era espacial.
Esa ficción no es inverosímil. Tampoco lo es el diabólico plan de desviar un satélite norteamericano para embestir a una nave espacial soviética, escenario imaginado en un film de James Bond. Pero ninguno de esos jinetes del Apocalipsis es tan inquietante como la vertiginosa militarización del espacio, ahora sometido a la amenaza de guerra electrónica y posibles ciberataques contra satélites de comunicaciones militares y civiles (como la red de GPS, vital para los transportes marítimos y aéreos). En forma paralela, la panoplia de las grandes potencias incluye misiles antisatélites y cañones electromagnéticos que disparan proyectiles a una velocidad de Mach-5, así como naves espaciales que orbitan dotadas de rayos láser, armas de energía dirigida y otros pavorosos instrumentos de destrucción.
Los riesgos actuales no son totalmente irreversibles. Pero la historia de la humanidad muestra que la rivalidad internacional bien podría empujar al mundo muy lejos del "santuario de paz" que buscaban promover los pioneros de la conquista espacial.
Especialista en inteligencia económica y periodista