El verano del ornitorrinco porteño
Por Orlando Barone
EL ornitorrinco, mamífero residente en Australia y Tasmania, pasa por ser uno de los animales más esperpénticos de la Tierra. Cuando el escritor Abelardo Castillo, fundador con Liliana Heker de la revista El Escarabajo de Oro, decidió crear otra publicación se inspiró en un bicho raro para que fuera acorde. Así la bautizó El Ornitorrinco. La enciclopedia, en el rubro monotemas, no se anda con rodeos. Lo describe de costumbres anfibias, pelaje pardusco, pico aplanado como el de un pato y extremidades palmeadas, que en el caso de los machos están provistas de un espolón venenoso. Dice que al nacer, el ornitorrinco tiene dientes pero luego los va reemplazando por formaciones óseas. En tribus primitivas se lo llama mallagón o tambrit.
Es un animal raro, pero no feroz ya que su alimentación es más bien pacífica y minimalista: come hormigas.
Jorge Luis Borges sostenía que en el afán de imaginar un animal monstruoso el hombre era limitado. A lo sumo, decía, su imaginación copiaba al dragón o algo parecido. Acaso por esa limitación, el popular cuco de la leyenda infantil nunca logró tener un formato visible. Y los tecnologizados monstruos del cine de efectos son tan sobreactuados que no causan miedo sino risa. La idea de reivindicar a los dinosaurios fue un recurso por volver a las fuentes, aunque el mercado acabó convirtiéndolos en mascotas de los niños. Sólo el genio de Franz Kafka logró en La metamorfosis que un personaje se convirtiera en insecto y todos lo creyeran. Pero en ciertos ejemplares humanos de cualquier sexo, pasados con abuso por la cirugía estética, se está procreando un nuevo tipo de monstruo francamente increíble. La TV abunda en esperpentos de autofabricación voluntaria, muchas veces exitosos, sobre todo si actúan a cara descubierta.
La boca de algunos de estos ejemplares superan en dimensiones las de algunos peces como el gran budión maorí ( cheilinus ondulatus ) que tiene los labios del tamaño de una sandía abierta. Hay labios de farándula, de origen nacional, que aspiran a superarlo. No hay igual vocación por aumentar la capacidad del cerebro.
Tradicionalmente, la política fue fértil en la reproducción de un patrón zoológico más o menos previsible, compuesto por zorros, víboras, lobos, palomas, halcones, ratas, golondrinas, burros, insectos, piojos, yeguas, etcétera.Variedad coherente con la pertenencia a la sociedad de donde provienen los candidatos, aunque algunos parecen de otro planeta.
En la campaña para elegir gobierno en la ciudad de Buenos Aires se está acentuando la aparición de ejemplares raros, de resbaladiza clasificación en una u otra especie. Exhiben una fantasiosa mixtura de éticas, de ideologías, hábitat y aparato reproductivo. Esta última carácterística es cada vez más misteriosa: ¿cómo lo hacen, de qué forma se produce la cópula o el acto, y en qué instante se engendra una fecundación de tan incierta identidad genética? De todos modos, el ornitorrinco, con toda su rareza, está volviéndose bastante común en las internas porteñas y acabará siendo estándar. Acaso la versión primitiva todavía inconclusa de este tipo de modelo político fue José Octavio Bordón. Alternativamente fue emigrando de hábitat con distinta suerte para su supervivencia: Mendoza, la Capital Federal, los Estados Unidos y ahora la provincia. Logró resistir con alguna pérdida de sus antiguos atributos y sensible a la nostalgia por los tiempos de gloria.
Actualmente entre tanto pasaje de una a otra especie, de uno a otro orden zoológico, candidatos de novedosa capacidad mutante logran espectaculares cambios de imagen. A algunos de ellos últimamente les resultaría imposible definirse a sí mismos. Sobre todo si se comportan como chicles sobados en la lengua de un púber. Es probable, que en el momento en que intenten autodescribirse como un determinado tipo de coleóptero ya estén mudando, sin darse cuenta, a otro completamente distinto entre los cientos de familias y subórdenes. Ni siquiera pueden saber si son benignos o son plaga. ¿Cómo reconocerse gorgojo o coccinélido, unos peste y otros ayuda?
Aunque también hay coleópteros tan insignificantes e inocuos que no le hacen ni bien ni mal a nadie. Estos son los que abultan y permiten llenar las listas sábanas que si no se acortarían al tamaño de una funda. Antiguamente era muy fácil discriminar a simple vista a los políticos y aun memorizarlos en la misma corriente. Ya no. En el verano porteño, tal vez por las altas temperaturas y ante la falta de intensidad del público, algunos han estado adquiriendo una eficaz capacidad mimética que los hace indiscernibles a la casi extinguida mirada ideológica. Se han camuflado tan exageradamente que ni ellos deben saber ya cómo son, realmente. Antes de ir al comité se escriben en la palma de la mano el nombre del partido en el que se incluyen: porque en un acto fallido temen confundirse. Al dormirse a la noche militaban en otro y nadie sabe qué pase los aguarda al despertarse.
Esta ciudad luz tiene también desiluminaciones. La más inolvidable -e imperdonable- fue hace unos años haber elegido legislador de la ciudad a Erman González. Puro riojano cuya jubilación de casi 10.000 dólares mensuales ayudan a pagar los vivarachos porteños gracias al enroque de cajas que creó un cordobés: Domingo Cavallo.
Se ha vuelto tal costumbre la proliferación de ornitorrincos o coleópteros o algún nuevo engendro indescifrable que el ciudadano los prevé sin alarma. Se da cuenta que son mutaciones inofensivas, inconstantes. Juegos biológicos que nacen de un ecosistema permisivo y elástico en el cual se neutralizan a medida que se reproducen. Hay riesgos, no obstante. No tanto la amenaza de fecundar un monstruo, probabilidad de la que ninguna sociedad está exenta. Ni siquiera la tierra del vals y el Danubio. Sino que haya abuso y degeneración de la mutación. Y así como en el futuro se podría llegar a olvidar cómo era una mujer de carne y hueso y no de siliconas, se acabe por no saber cómo era un animal político auténtico.