El veraneo de los ingleses
RASTREAR la historia de Mar del Plata es gratificante si se llega sin tropiezos a su nutrida bibliografía que existe sobre el tema. Julio C. Gascón, intendente de la ciudad de principios de siglo, suscribió una de las historias más sustanciosas sobre los orígenes de Mar del Plata. También hay libros de leyendas, de anécdotas, biografías -como la de Pedro Luro, por Roberto O. Cova- y hasta la investigación que llevó a cabo Milcíades Alejo Vignati, quien consignó el diario que se llamó Una narración fiel de los peligros y desventuras que sobrellevó Isaac Morris y que el compilador Vignati lo sumó al diario del jesuita Joseph Cardiel, que recorrió la zona, agregándole precisos comentarios. El diario de Isaac Morris es poco conocido y cuenta cómo, junto a otros siete ingleses, quedó abandonado desde el martes 10 de enero de 1742, en plena Bristol de hoy. Se sabe que los jesuitas oyeron hablar de una playa de ingleses y se puede abrir una discusión si el nunca usado y luego demolido hotel Saint James, más el hábito de los ferroviarios británicos por los baños de mar, fueron suficientes para tapar una historia con la otra. Estos otros británicos iban hambreados en viaje a Inglaterra a bordo del Speedwell, reconstrucción de la naufragada nave Wager en una isla del Pacífico sur. Anclaron frente a lo que hoy es la Bristol, algunos nadaron hasta playa para hacer acopio de víveres y retornar a bordo. Pero la Speedwell los abandonó y resultaron los veraneantes obligados del 42. Encontraron un ojo de agua (donde actualmente está la plaza Colón), pero carecían de yesca, no sabían prender fuego y se alimentaron de focas y armadillos crudos. También les faltaba el ingenio para muchas cosas: por ejemplo, fracasaron por dos veces en Samborombón en sus repetidas marchas para entregarse en Buenos Aires al enemigo español (lo que significaba sobrevivir). Se detenían ante los cangrejales y no atinaban a cambiar el rumbo. A cuatro de ellos los mató la indiada. El resto fue apresado por tribus de Cangapol o cacique Bravo y vendidos hasta cuatro veces en un mismo día, sucesivamente por un par de espuelas, una cacerola de bronce, plumas de avestruz y baratijas. Hasta se los jugaron a los dados (en realidad, una especie de dados) y si bien cambiaron la playa por las serranías sureñas, no abandonaron el forzoso plan turístico. Consiguieron mejor suerte al ser negociados por la tribu a las puertas de Buenos Aires: el gobernador Domingo Ortiz de Rozas pagó de rescate 90 pesos y algunas chucherías. Remitidos a España (menos el moreno John Duck que había sido revendido antes), allá padecieron cárcel, pero, tres años después, llegaron a Londres y escribieron sus memorias. Fue la segunda promoción de las playas marplatenses luego de la carta de Juan de Garay al su "mui poderoso señor", suscripta el 20 de abril de 1582 y que elogió a la "muy galana costa".
Postales del Provincial
NO fue una broma del Día de los Santos Inocentes. El pasado 28 de diciembre la justicia bonaerense cumplimentó el desalojo ordenado contra la caduca concesión del Hotel Provincial y decidió su cierre hasta su venta, prevista para abril próximo. Así se cerró un capítulo más del largo y polémico trayecto que atravesó esa mole de 572 habitaciones que fue la eterna postal marplatense. Epicentro de los festivales internacionales autóctonos de cinematografía en su mejor época, y que convocó a multitudes alrededor de las mesas de su encumbrado casino. Ya en 1996 se quedó sin esas rumorosas salas de juego y al tiempo que caducó la concesión contractual. Desde entonces, deslucido y en decadencia, el hotel albergó la resistencia del concesionario que obligó al cruce judicial y también al mediático, embrollo de inacabables y mutuas recriminaciones.
Curiosamente, pende un reclamo jurisdiccional: está articulado en un complejo eslabonamiento de datos de agrimensura, de documentación cartográfica y jurídica. También se basa en la legislación que define los límites municipales costeros, según la traza del camino orillero. Esos abigarrados argumentos demostrarían que el Hotel Provincial fue asentado en tierra municipal, y los fundamentos ya han llenado centenares de fojas con las explicaciones pertinentes. Es decir, se reciclará la polémica inconclusa.
No es la primera ni será la última que suscita el edificio coequiper del Casino, ahora el único con salas de juegos de los cuatro que funcionaron hasta hace dos años en la ciudad. Cuando en 1938 del tablero del ingeniero Alejandro Bustillo comenzaron a surgir los perfiles del proyecto, su hermano ministro de Obras Públicas de la provincia tenía la aprobación gubernamental.
De inmediato se encendieron las objeciones: el nuevo asentamiento no sólo anulaba el panorama marino a las residencias cercanas a la plaza Colón, sino que desaparecía el parque General Paz, un bucólico vergel con laguna, puentecillos y botes de paseo donde se arrullaron no pocos romances recogidos por los trascendidos sociales de El Hogar.
La controversia creció porque a la desaparición del parque se sumaría la eliminación de la tercera rambla marplatense, una verdadera joya ornamental del art nouveau que superó en coquetería a la modestia entablonada que se incendió en 1906, segunda pasarela en la cronología costera.
El ingeniero Bustillo, que debió multiplicarse, ya que otro hermano suyo (Exequiel) presidía la Dirección de Parques Nacionales y lo abocó al proyecto del Llao-Llao (un doble trabajo porque la primera versión de madera se incendió frente al Nahuel Huapi y encaró la segunda versión más sólida), dio alguna prioridad al edificio del Casino.
El Provincial, tras la demolición de la rambla -que terminó con paseos más pitucos y crepusculares de la época-, fue inaugurado en febrero de 1950 para albergar a las grandes figuras de la cinematografía internacional y hasta a un presidente norteamericano: el general Dwight "Ike" Eisenhower. Los fantasmas de ese pasado quizá también protesten ante la piqueta del necesario reciclaje del hotel.