El valor de las conferencias de prensa
WASHINGTON- Son necesarias las conferencias de prensa con amplia participación del periodismo? El kirchnerismo está convencido de que no son una prioridad, de que no hay tiempo para ellas ni son una necesidad. Disienten la prensa crítica y el Foro del Periodismo Argentino (Fopea), que reclaman conferencias de prensa abiertas con intercambio de preguntas y respuestas entre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el periodismo.
En otras democracias, las conferencias de prensa son aceptadas como un ritual habitual. Son parte del empapelado político comunicacional que decora la acción política y las rutinas periodísticas. Es la costumbre política, y es la expectativa de la prensa. Son acontecimientos predecibles, especialmente en situaciones de crisis, en las cuales su ausencia es causa de ansiedad y especulación, y además síntoma de desinterés oficial a enfrentarse con el público y la prensa. Se espera que aun los jefes de Estado con "misantropía mediática", reacios a encontrase con el periodismo en espacios abiertos por carecer de talento o interés estratégico, se sometan a interrogatorios públicos.
Es equivocado pensar que las conferencias de prensa existen por amor a la libertad de expresión o la pasión por la discusión abierta, podio de por medio, entre poder político y el periodismo. Esa visión romántica ignora que son un invento relativamente reciente. No nacieron con la revolución democrática moderna, sino que se consolidaron a mediados del siglo pasado de la mano de cambios políticos y comunicacionales. Expresaron el creciente poder de presidentes y primeros ministros, y los deseos del periodismo de estar en pie de igualdad con funcionarios públicos. Son producto de un matrimonio de conveniencia, más que un sueño lírico democrático o una obligación constitucional.
Antiguamente, las conferencias de prensa propiciaban momentos íntimos en que los presidentes citaban al periodismo, especialmente sus columnistas preferidos, para tener conversaciones off the record - matizadas con cigarros y licor- respetuosas de "acuerdos de caballeros". Tal práctica fue considerada insuficiente cuando los políticos advirtieron la importancia de la "opinión pública" y los medios masivos, particularmente la televisión, en el proceso político. Optaron entonces por un abanico de prácticas estratégicas para lograr fines concretos, como seducir al electorado y conquistar simpatías legislativas. Desecharon la noción de que es suficiente pasar confidencias a un puñado de periodistas para influir al público. Se dieron cuenta de que las conferencias de prensa de amplia convocatoria son momentos importantes para reforzar su poder comunicacional y político, más allá de que podían ser sometidos a preguntas incómodas.
La audiencia principal no es la prensa, que es poco más que un invitado ineludible para llegar tanto a votantes como a legisladores. Son momentos para que los jefes de Estado marquen la agenda de noticias y sobresalgan en una escena mediática cargada de ruido informativo. Son oportunidades de crear "acontecimientos noticiosos" que inevitablemente atraen al periodismo. Reflejan las ambiciones de fortalecer su presencia mediática y mostrar sus dotes de persuasión, destacando la importancia de ciertos temas y objetivos de gobierno. Si fuera por quienes diseñan las estrategias comunicacionales oficiales, bastaría que periodistas, cámaras, luces y micrófonos fueran un simple decorado.
La frecuencia de las conferencias de prensa refleja cálculos estratégicos basados en las fortalezas y debilidades comunicacionales de cada jefe de Estado. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, el alto número de encuentros de algunos presidentes, como Kennedy, Clinton y Bush, fue reflejo de habilidades personales (sentirse cómodo en el intercambio con el periodismo, interés en dejar entrever su afabilidad y en conectarse emocionalmente con la ciudadanía). Presidentes sin tales cualidades, como Carter o Ford, y famosos huraños y desconfiados de la prensa como Nixon, en cambio, optaron por encuentros públicos ocasionalmente. En Gran Bretaña, primeros ministros como Blair prefirieron las conferencias de prensa para capitalizar su elocuencia verbal, mientras que otros sin ese talento, como Gordon Brown, optaron por esquivarlas.
Estudios recientes muestran que muchos líderes políticos se beneficiaron más que el periodismo con las conferencias de prensa, ya que éstas contribuyeron a cimentar altos índices de popularidad, particularmente en lo que respecta a la evaluación pública sobre temas de política exterior.
El surgimiento de las conferencias de prensa como evento público también expresó el interés del periodismo en países occidentales de obtener legitimidad social, de ser percibido hacia adentro y afuera como cercano y crítico al mismo tiempo, y en pie de igualdad respecto del poder. La demanda de encuentros periódicos y abiertos reflejó un creciente consenso sobre principios básicos, al tiempo que acrecentó la conciencia profesional de los periodistas y el valor de cuestionar a jefes de Estado en foros públicos.
Si bien la intención oficial fue crear un ambiente climatizado y agradable que permitiera transmitir mensajes sin tropiezos, el periodismo, progresivamente, devino más preguntón y escéptico, como concluyen estudios sobre Estados Unidos y países europeos. De ser simple mediador o interrogador, la prensa tomó actitudes más intransigentes y críticas, sustentadas en el principio de desconfiar de la palabra oficial. Tal actitud desafiante, sin embargo, no fue del todo consistente, ya que en ciertas ocasiones (por ejemplo, en situaciones de guerra y otras circunstancias de fiebre nacionalista), el periodismo sirvió también de amable alfombra para la intención oficial de comunicar sin filtro.
Ninguna de las condiciones que contribuyeron a la emergencia de la conferencia de prensa abierta existe en la Argentina contemporánea. Ni el oficialismo las necesita para influenciar la agenda noticiosa ni el periodismo en su totalidad reclama la oportunidad de preguntar a la Presidenta con regularidad. La estrategia comunicacional del kirchnerismo se sustenta sobre otros principios. Prescinde de la comunicación abierta con la prensa y prefiere plataformas previsiblemente más amigables donde el riesgo de preguntas punzantes o temas inesperados es mínimo. Por otra parte, el periodismo está profundamente dividido como para hacer reclamos al unísono. Aliado o enfrentado al Gobierno, carece de consensos como para encolumnarse detrás de demandas comunes.
La democracia precisa de las conferencias de prensa. Son oportunidades para que se hagan públicos temas que no siempre se ajustan estrictamente a la agenda oficial. No se debe exagerar su potencial de descubrir verdades urgentes, ya que son puestas en escena que se montan con sumo cuidado. Lejos de ser espacios para diálogo franco, son danzas de respeto, con códigos claros, que de tanto en tanto ponen a los jefes de gobierno en situaciones incómodas. Ni hay libreto firmemente establecido ni sorpresas constantes. Pero ofrecen un ojo de cerradura al lenguaje corporal y gestos faciales del poder oficial, particularmente en momentos en que estrategias finamente tejidas se empiezan a deshilachar. Como todo ritual, ofrecen la posibilidad de diálogos impensados, declaraciones fuera de libreto que de pronto alumbran pensamientos relevantes, y una comunicación no verbal que puede proyectar lo que no se quiere comunicar.
En otras democracias, tanto los jefes de Estado como el periodismo mantienen interés en encontrase en público, aun cuando haya alternativas para la comunicación oficial. Hoy en día, los jefes de Estado pueden perfectamente limitar su comunicación a plataformas sin preguntas. No precisan del periodismo para llegar a diferentes públicos. Pueden utilizar repetidas cadenas nacionales, eventos coreografiados con fieles aplaudidores y escenarios a medida, y ráfagas de 140 caracteres para dirigirse al twitter-establishment.
Sin embargo, las conferencias de prensa mantienen valor simbólico. Indican la intención presidencial de hablar a todos los votantes, a la prensa que aplaude y a la que critica, a legisladores propios y ajenos. Sugieren que el periodismo considera necesario exhibir sus credenciales de monitor de la acción oficial. Son rituales que recuerdan que tanto la política como el periodismo sirven a bienes comunes. Y resultan emblemáticas de la idea de que la democracia debe tener espacios para el encuentro de la diferencia, y de que la comunicación oficial no debe limitarse a cámaras de eco revestidas con enormes espejos.
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