El valor de la utopía
Por Alicia Dujovne Ortiz Para La Nación
"Se equivoca quien crea que la vejez es una pendiente hacia abajo. Por el contrario, se sube, y con pasos sorprendentes." Quien lo afirma es una mujer a la que se suele identificar con la imagen romántica de sus veinte años -ojos y trenzas de azabache, tez olivácea-, pero que alcanzó la plenitud en su retiro campesino del castillo de Nohant, ese Berry de las leyendas y de las brujerías que ella supo narrar con una prosa bastante más despojada que la de sus volcánicos inicios. Atrás había quedado el byronismo de sus años de juventud. En 1866, la autora de novelas ingenuamente satánicas - Lelia , Indiana , Consuelo -, la revolucionaria que veintidós años antes había salido a la calle junto al pueblo de París, la feminista liberada que había vivido tempestuosas pasiones junto a Musset y a Chopin, escribía en su Diario íntimo esta respuesta a las burlas suscitadas por el tan trajinado "mal del siglo", típico de un romanticismo ya por entonces agotado: "Tal vez nuestra enfermedad valía más que la reacción que la ha seguido; más que esta sed de dinero, de placeres sin ideal y de ambiciones sin freno, que no me parecen caracterizar muy noblemente la salud del siglo".
¿Qué había sucedido entre ese "mal" y esa "salud"? Algo que no es ajeno a nuestra propia época: el fin de una utopía. Los sueños de la revolución de 1830, en la que George Sand no intervino de manera directa, se habían evaporado con el advenimiento de Luis Felipe, llamado "el rey del justo medio" o "el rey burgués", que instauró un nuevo poder al que Balzac le dedicó la totalidad de su obra, el del dinero. Pero el 21 de febrero de 1848 habían resurgido. Ese día, los estudiantes y los obreros ocuparon las Tullerías como ya lo habían hecho dieciocho años antes y encendieron hogueras con los bancos de los jardines.
Mientras ellos fraternizaban, los dirigentes vacilaban. Lamartine propiciaba el llamado a elecciones. Louis Blanc exigía una revolución social. Ledru-Rollin fluctuaba entre los dos. Hoy, para muchos, estos dos últimos nombres son apenas estaciones del Metro de París. En aquel momento, sus dudas y disensiones dieron por resultado una feroz represión y un nuevo desvanecimiento de ilusiones, ahora sí por mucho tiempo. El partido socialista fue disuelto, se deportó sin juicio a miles de insurrectos y el ardor revolucionario dio paso al advenimiento de Luis Napoleón Bonaparte, al que la historia conoció como Napoleón el Pequeño y que dos años más tarde había terminado con todas las conquistas populares de 1848. El implacable juez de esa tiranía se llamó Victor Hugo.
Las dos verdades
George Sand había recibido la educación adecuada para volverse artista y rebelde. Se llamaba Aurore Dupin-Delaborde y tenía un doble origen social que la volvía sensible a todo lo que se desarrollara en los márgenes de la sociedad: padre aristócrata muerto durante la infancia de la niña, madre humilde a la que tampoco frecuentó demasiado porque su abuela paterna se la llevó a Nohant. Después de un matrimonio de conveniencia con el tedioso barón Dudevant, Aurore huyó a París con el poeta Jules Sandeau (de cuyo apellido provino la primera parte de su seudónimo), publicó sus primeras novelas y se relacionó con lo más granado de la vida literaria parisiense, La Revue des Deux Mondes .
Fue su segundo amante, Michel de Bourges, quien la puso en contacto con los socialistas. Pero el que mejor comprendió a esta mujer a un tiempo vehemente y callada, que se expresaba por escrito pero que no brillaba en los salones (ƒmile Zola dijo de ella que "se parecía a esos pájaros de mar, que marchan dificultosamente sobre la arena cuando la abordan y que reencuentran su poder y rapidez cuando baten las aguas con sus patas y sus alas") fue Franz Liszt al presentarle a Lamennais. El autor de Palabras de un creyente había hallado, con su "lógica del sentimiento", las exactas palabras para ella: la conciliación del corazón y de la razón. Conjunción de "una verdad religiosa y una verdad social" que George Sand encontraría también o sobre todo en la filosofía de Pierre Leroux, del que se convertiría en mecenas y propagandista.
Entre 1840 y 1850, las novelas de George Sand difundieron las ideas de Leroux como no había logrado hacerlo la obra teórica de su propio creador. Ella lo declaraba sin ambages: "¿Ha leído Consuelo ? Tiene capítulos aburridos: son los míos. Tiene páginas magníficas: son de él".
Pequeños napoleones
Al estallar la revolución de 1848, la novelista abandonó la calma de su castillo. París ardía, ella redactó el famoso Boletín 16, que llamaba al pueblo a la insurrección, y luchó en las barricadas. Pero la masacre de obreros le hizo perder las esperanzas. Tras el fracaso del movimiento, George Sand se refugió en Nohant, ya para siempre, y se dedicó a escribir sus deliciosas novelas campesinas, a la vez idealizadas y realistas: Franois le Champi , La petite fadette . Novelas que han resistido al paso del tiempo y al engañoso brillo de la leyenda de su autora.
George Sand fue mucho más que una morocha vestida de hombre, enamorada de un poeta al que le regaló sus trenzas recién cortadas, o de un músico polaco que tocó el piano para ella en un convento de Mallorca. Fue una auténtica socialista y una buena escritora capaz de hacer revivir la lengua popular de su Berry natal. Murió muy vieja, muy respetada, adorada por los jóvenes, que veían en ella una figura materna pero también a una luchadora capaz de apasionarse por esos ideales que en ciertas épocas se ocultan, no sabemos dónde. George Sand encontró en la sencillez del campo la "salud del siglo", más intemporal que secular. Su verdadero mal consistió, sin embargo, en no haber hallado a ningún otro Lamennais, a ningún otro Leroux para contrarrestar "la sed de dinero" o "las ambiciones sin freno" del tiempo que a partir de 1848 le tocó vivir.
Una historia moderna. Cambiando apenas los términos, las palabras del Diario íntimo podrían aplicarse a cualquier utopista de los años 60, aterrado ante el avance actual de tantos pequeños napoleones que lo han convertido en una patética figura de soñador con pelo largo. Baba cool llaman los treintañeros franceses prácticos y dinámicos al viejo hippie algo ridículo que sigue con sus flores y con su "paz y amor". Es que las revueltas estudiantiles que esos treintañeros protagonizaron en su adolescencia -París, 1986- evocaban la inversión de la cifra: Mayo del 68 visto al revés. Mientras los estudiantes de 1968, aquellos que ayer nomás decían "la imaginación al poder", hubieran podido confraternizar con los de 1848, los de 1986 eran muchachos y chicas bien peinaditos y prolijos que no protestaban para salirse del sistema sino para entrar en él.
Corazón y razón
Una generación más tarde, los que ahora protestan contra la globalización revalorizan a los baba cool volviendo a las flores. Hace unos días tuvo lugar en París una nueva manifestación contra la "mundialización", como se dice en Francia, y en particular contra un proyecto de reforma social impulsado por el socialista Lionel Jospin. ¿Qué actitud habría adoptado en vida la novelista de Nohant, frente a esa polémica cuyos polos son Pierre Bourdieu a la izquierda y Alain Minc a la derecha? ¿Qué "mal" romántico o qué "salud" pragmática habría elegido, o qué equilibrio entre los dos? Quizás, al hablar de "reacción", George Sand haya sido consciente de que todo lo es, o casi, en las familias y en la historia, y de que la verdadera salud acaso consista en liberarse de la fórmula reactiva: a generación idealista, generación financista, y viceversa. Ella seguramente lo comprendió al optar por la conciliación de corazón y razón: ni sedientos de dinero o presos de una ambición desenfrenada, ni entregados a la inútil belleza de una revuelta imposible como aquella que en 1848, ante sus ojos, ensangrentó París.
Por suerte, ciertas conversaciones generacionales interrumpidas en tiempos de crisis se reanudan más tarde, en el momento justo en el que cada uno encuentra su Nohant, no necesariamente castillo pero sí lugar de reflexión. Esto me permite agradecerle a mi madre, Alicia Ortiz, en cuya serie de veinte tomos parcialmente inéditos, Dos siglos de literatura europea , me he basado para escribir estas historias de escritores -Balzac, Stendhal, Sand-, el que aún me las siga narrando por escrito como siempre lo hizo de viva voz.