El valor de la mirada adolescente
Es muy común oír hablar de la adolescencia tardía o adultez emergente como conceptos para explicar fenómenos propios de nuestra época tales como la dificultad de los jóvenes para asumir compromisos a largo plazo, postergar ciertos roles adultos como el ingreso al mercado laboral, abandonar el hogar de los padres, tener hijos o casarse, entre otros. Suele ser relativamente común que se defina a los integrantes de las nuevas generaciones, identificadas como "millennials" y "generación Z", como inconstantes, excesivamente centrados en sí mismos, con baja tolerancia a la frustración, despreocupados por el futuro, con escasos niveles de abnegación laboral, con capacidad para realizar varias tareas al mismo tiempo pero dificultades para profundizar en alguna en particular. Como suele ser común en todos los períodos, los adultos maduros tienden a identificar con facilidad defectos y falencias de los más jóvenes, que muchas veces están vinculados al período vital que atraviesan y muchas otras a características socioculturales propias de las nuevas generaciones.
Sin embargo, estos lugares comunes pueden inducir a los adultos a un gran error. Muchos adolescentes, que aún ni siquiera son jóvenes, que se encuentran transitando su escolarización media, tienen mucho para aportar al mundo de los adultos y a quienes toman decisiones de relevancia social. Los adultos con responsabilidades tenemos que aprender a escuchar a los adolescentes y enterarnos de lo que está pasando en el mundo visto desde la posición de los más jóvenes. Nos sorprenderíamos si lográramos generar esa capacidad de escucha: tendríamos mucho para aprender e identificaríamos oportunidades de mejora en muchos ámbitos distintos.
No es casual que algunas organizaciones e instituciones estén empezando a recurrir a la mirada de adolescentes, bien formados y que han desarrollado capacidad crítica, para que observen sus ambientes de trabajo, sus procesos, su comunicación, sus formas de vincularse interna y externamente. Luego generan un informe con sus apreciaciones, que son justamente las de un adolescente (no se espera que sean las de un adulto). Es asombroso el valor que esas observaciones pueden tener para quien luego está a cargo de la gestión. Identificará oportunidades y posibilidades que un adulto con su propia mirada y propios filtros jamás habría percibido, en múltiples niveles y con distinto potencial de impacto. Las experiencias que se están desarrollando en este sentido están teniendo un gran valor y son una gigantesca fuente de innovación.
Tenemos que escuchar a los adolescentes, al tiempo que los orientamos y acompañamos. No nos olvidemos de que, desde la neurociencia, hoy sabemos que el cerebro en la adolescencia no alcanzó aún su máximo punto de maduración, y que, a la vez, se desarrolla en interacción con el ambiente. A mayor interacción con el medio (positiva), mayor desarrollo. Por eso mismo, hay que ayudar a los adolescentes para que expresen y compartan sus ideas y proyectos. Las nuevas tecnologías, las redes sociales y los medios de comunicación son espacios propicios para que desplieguen su visión del mundo. Hay que darles espacios y motivarlos para que se manifiesten. Los adultos, por nuestra parte, tenemos que aprender a escucharlos. Nos servirá mucho para entregarles más adelante un mundo mejor. Ellos traen el futuro.
Miembro de Número de la Academia Nacional de Educación