El único presidente latinoamericano con doctorado
Correa y Ecuador reaparecieron en nuestro horizonte en medio del conflicto por las paritarias docentes
¿Tiene algún efecto concreto en la vida cotidiana de una nación que su presidente no sólo sea un graduado universitario sino que también se haya esforzado con una maestría y un doctorado en las universidades mejor rankeadas del mundo? Mi hipótesis es que sí.
Me refiero al caso del presidente de Ecuador, Rafael Correa, el único presidente latinoamericano con un PhD, tal como se abrevia el doctorado en inglés.
Correa y Ecuador reaparecieron en nuestro horizonte en medio del conflicto por las paritarias docentes. Fue cuando el vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, mencionó la posibilidad de considerar a la educación pública como "servicio esencial". Mariotto se inspiró en la nueva Constitución ecuatoriana de 2008, fogoneada por el único presidente latinoamericano con doctorado, que establece una escala de prioridades: el derecho a la educación, que define como servicio esencial, está por sobre el derecho a huelga de los docentes, que puede ser prohibido o regulado para preservar la educación.
¿Tiene algún efecto concreto en la vida cotidiana de una nación que su presidente no sólo sea un graduado universitario sino que también se haya esforzado con una maestría y un doctorado?
No me voy a referir aquí a los Doctorados Honoris Causa, que responden a razones honoríficas, no estrictamente académicas. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, tiene un Doctorado Honoris Causa en Leyes, por ejemplo.
Tampoco al tratamiento de "doctor" que reciben, por ejemplo, los abogados en la Argentina, egresados de una carrera de grado, que en su mayoría no siguen buscando el nivel de posgrado con un doctorado real. El caso más claro es el de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: la voz de la locutora oficial que insiste en sus presentaciones protocolares con la referencia a la condición de "doctora" de la Presidenta, aunque su trayectoria en Derecho se detuvo en el título de grado, nos resuena inmediatamente.
Me refiero a los otros casos: a aquellos presidentes latinoamericanos que efectivamente creyeron que la educación formal y académica de largo aliento y de excelencia, más allá del primer título universitario y hasta el doctorado inclusive, reportaba un rédito. Bueno, de esos doctorados, el único que tiene uno es Correa.
El esfuerzo, el mérito académico y la búsqueda de la excelencia marcan el ritmo de la biografía educativa del presidente ecuatoriano. Origen de clase media, con beca al mérito que lo llevó a ingresar a la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil para graduarse de economista. Una segunda beca que lo condujo a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, una de las más antiguas de Europa y de prestigio, donde obtuvo una máster en Economía en 1999. Y un intercambio académico que lo condujo, en 2001, a un PhD en Economía por la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos, institución que ha dado 21 Premios Nobel entre sus alumnos y profesores y es una de las Big Ten, tal como se nombra a la liga de universidad del medio oeste de Estados Unidos, reconocidas por su nivel académico y de investigación. Correa habla inglés, francés y quichua.
En rigor de verdad, hasta hace unos días, había otro presidente latinoamericano con PhD. El ex presidente chileno Sebastián Piñera tiene un doctorado en Economía, además de una máster en la misma disciplina, por la Universidad de Harvard. Su tesis doctoral, en los años setentas, se tituló "Economía de la educación en países desarrollados. Una colección de ensayos".
No estoy diciendo que los políticos con título universitario son mejores, más inteligentes o más éticos que los que no tienen ningún título
No estoy diciendo que los políticos con título universitario son mejores, más inteligentes o más éticos que los que no tienen ningún título. Tampoco sostengo que necesariamente para construir un liderazgo político moderno y efectivo, y que sume votos, se necesite una acreditación universitaria.
Basta con citar los casos del ex presidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva o el liderazgo de José Mujica en Uruguay para refutar ese argumento. Ganar elecciones es otra cosa. Liderar un país, también.
Mi idea es otra. El valor de los títulos de posgrado se concibe no sólo por el conocimiento que aportan sino por su carácter de "señales": carteles de neón que le indican al mercado de trabajo que el dueño de una maestría o un doctorado es portador de una motivación que supera la media y de un carácter dispuesto a probarse, en principio, superando los obstáculos académicos. La teoría de las señalizaciones en educación lo viene explicando hace años.
En esa línea, un presidente con doctorado -y si es en el exterior y entre los más exigentes, mejor- es una buena señal para una sociedad.
Y me anticipo a las críticas: no busco desacreditar a priori las ventajas competitivas de la universidad pública argentina para exaltar embobada las virtudes de un máster o un PhD en una buena universidad en el exterior. Sin embargo, estoy convencida de que la experiencia educativa "afuera" aporta valor agregado a un líder moderno en un mundo moderno.
Su izquierdismo nacionalista y populista no rechaza la excelencia educativa
Dejar el terreno firme de la lengua materna. Despegarse de la zona de confort que garantiza la frecuentación de los compañeros de siempre y de los docentes que te palmean la espalda desde chiquito. Abandonar el refugio donde quizás tenés ganadas las batallas antes de empezar: el apellido siempre ayuda. Rebuscárselas para conseguir un lugar en un cupo mínimo a costa de competir con los estudiantes más ambiciosos y con ganas de esforzarse más. Exponerse a la posibilidad del rechazo. Extrañar el hogar paterno. Experimentar la humildad de ser nadie entre otros nadies de distintos países del mundo que están dispuestos a hacerse valer sin el peso de sus apellidos y a costa de sus propio talento y entusiasmo. Verse obligado a escuchar a otros bien diferentes y a testear las propias certezas confrontando con otras visiones. Reconocer la existencia de un afuera más allá del propio territorio nacional, un mundo donde el conocimiento se acelera. Conducir las pasiones ideológicas hacia la construcción de consensos con argumentos bien informados. Todo eso da un doctorado que se hace "afuera". Pero como mínimo deja claro el respeto práctico, y no solamente teórico, por el camino educativo.
En el caso de Ecuador y Correa, es evidente. Antes de su primera presidencia en 2006, la sociedad ecuatoriana estaba dominada por la indiferencia educativa. Las cosas cambiaron con Correa. Su izquierdismo nacionalista y populista no rechaza la excelencia educativa.
La voluntad política de un presidente que vive concretamente su compromiso con la educación de excelencia alcanza para sacar a todo un país de la siesta educativa
Al contrario. El ministro de Educación tiene un peso impensado para nosotros en cada gira presidencial. Ecuador acordó con la organización suiza que administra el Bachillerato Internacional (IB por sus siglas en inglés) -un programa educativo global comprensivo y de avanzada y que en la Argentina se imparte sobre todo en la educación privada de elite- la expansión del IB en 500 escuelas públicas. Se somete a las pruebas de calidad educativa de la Unesco. En diciembre último selló su incorporación a las pruebas PISA. Firmó con Finlandia, famoso por su calidad educativa, un plan de asesoramiento que acaba de empezar. Fundó un instituto nacional de evaluación educativa, que está incluido en la Constitución Nacional. Creó sistemas de evaluaciones en primaria y secundaria censales y muestrales y exámenes obligatorios de terminación del secundario que además son requisito para entrar a la universidad. Puso cupos y puntajes en las carreras universitarias: ciencias de la educación, además de medicina, son las que demandan más puntaje. Y resiste la presión del sindicalismo docente que en 2009, por ejemplo, hizo 23 días de huelga en oposición a la evaluación docente. Correa amenazó con echar a los docentes. Finalmente, los sindicatos aceptaron las evaluaciones.
La voluntad política de un presidente que vive concretamente su compromiso con la educación de excelencia alcanza para sacar a todo un país de la siesta educativa
Todavía le falta mucho a la educación ecuatoriana para probarse a sí misma y las críticas también arrecian. Pero más allá de los resultados educativos futuros es interesante ver cómo fue que la voluntad política de un presidente que vive concretamente su compromiso con la educación de excelencia alcanza para sacar a todo un país de la siesta educativa.
En el caso chileno, los pergaminos de Piñera son una señal y un síntoma de una escala de valores instalados muy claramente en ese país desde hace décadas. El currículum educativo de los candidatos presidenciales es un asunto mediático de peso en cada elección. El acceso a la universidad es una apuesta familiar y un logro híper valorado. La educación es un asunto vital y no es casualidad que Chile siga mejorando su calidad educativa según lo muestran las pruebas PISA, donde asciende sin pausa.
No apuremos los reparos condenado a los chilenos por elitistas y de derecha: la Argentina, sumergida en su retórica educativa inclusiva y progresista, se está pareciendo cada vez más a Chile en lo peor, con una matrícula privada cada vez más alta y una brecha educativa entre pobres y ricos cada vez mayor. En lo mejor, no se le parece: la Argentina sigue cayendo en PISA.
Hay sociedades que, me gusta decir, "tienden" más que otras a la educación. Últimamente, la Argentina es de las que "tienden" menos.
La Argentina, sumergida en su retórica educativa inclusiva y progresista, se está pareciendo cada vez más a Chile en lo peor, con una matrícula privada cada vez más alta
Los hijos de la presidentes tampoco sumaron peso social a la confianza en la educación. Máximo Kirchner no siguió el camino universitario y optó por dedicarse a cuidar el dinero amasado por sus padres. Además, en el caso de los chicos Kirchner, son sus apellidos y no sus talentos, nunca confrontados en igualdad de condiciones con los de otros, los que les abren las puertas de la política o del cine.
Por ser hija de su madre Florencia se ocupa de la filmación del video institucional con el que la presidenta de la Nación se dirige a la ciudadanía después de semanas de ausencia. Por ser hijo de sus padres Máximo se presenta en el horizonte político como dueño de un liderazgo que nadie ha podido comprobar fehacientemente todavía.
La Argentina, sumergida en su retórica educativa inclusiva y progresista, se está pareciendo cada vez más a Chile en lo peor, con una matrícula privada cada vez más alta
Y mientras que el Doctor Correa aprovecha las fotos protocolares para aparecer entregando diplomas de Bachiller Internacional a los primeros graduados de las escuelas públicas con IB, el festejo de los 30 años de democracia en diciembre, encuentra a la presidenta argentina junto a Sofía Gala, la joven hija de Moria Casán, para quien la universidad no es un tema.
Es bueno aclararlo: no busco la chicana fácil con los hijos de los presidentes o la joven Gala. Cada persona es un mecanismo delicado y único y su valor no se reduce a un título universitario o a su falta.
Sí me interesa pensar y cuestionar el sistema de valores sociales comunes y compartidos que se confirman o se desdicen en cada minué que se ejecuta desde el Estado y sus investiduras. En esa danza estatal, la educación y la excelencia no brillan… a pesar de los aumentos de participación de la educación en el PBI y la retórica que fustiga docentes y su ausentismo.
La indignación educativa que embarga a la clase política y la sociedad por los paros docentes va a languidecer, como siempre, hasta la próxima paritaria.
Por eso no estaría nada mal que un líder político argentino del futuro tenga a mano esa aventura educativa meritocrática, que bien ejemplifica Correa, para contársela a los ciudadanos. Para que ese compromiso educativo se renueve en cada una de sus apariciones. La hegemonía del relato de la inclusión, que opaca sistemáticamente a la búsqueda de la excelencia educativa personal, no nos está llevando a un buen puerto educativo en la Argentina.
Es hora de volver a hablar de educación como si en ella se nos jugara nuestra vida y la de nuestros hijos, como si en ella estuviera en jaque realmente algo del destino individual concreto y diario, sobre todo entre quienes están salvados desde la cuna y fijan las agendas del debate social.