El triunfo del hartazgo social
Una vasta y profunda protesta social se alzó ayer con la victoria. El Gobierno quedó atrapado dentro de una pinza conformada por la oposición clásica de Juntos por el Cambio y por la oposición rupturista del sistema que encarna Javier Milei. En rigor, fue Milei la enorme sorpresa de la jornada, porque logró resultados que ni las encuestas ni las elecciones provinciales previas habían anticipado. Fue, por lejos, el candidato más votado. El partido libertario será en los próximos cuatro años, si repite en octubre los resultados de ayer, un protagonista clave de la gobernabilidad del país. En efecto, si esos números se renuevan dentro de dos meses, Milei estará en una segunda vuelta contra Patricia Bullrich, aunque debe aceptarse también que la elección de ayer de Juntos por el Cambio fue realmente mala. Estuvo lejos del 40 por ciento de los votos, para hablar de cifras redondas, que cosechó en 2015, 2017, 2019 y 2021.
De igual modo, si todo se repitiera en octubre el kirchnerismo habrá quedado relegado a un humillante tercer puesto. Sería la conclusión definitiva de un ciclo político que duró 20 años. Sin embargo, lo que más preocupaba anoche a muchos sectores del “círculo rojo”, según la etiqueta que le puso Mauricio Macri, es cómo y quién gobernará el país durante los próximos cuatro meses que quedan de mandato de Alberto Fernández. El hombre fuerte de la administración es, al mismo tiempo, el candidato Massa, relegado a mero espectador de trofeos ajenos.
Milei significa en sí mismo la expresión de un voto protesta, pero la baja participación de la sociedad en la convocatoria electoral constituyó también otro síntoma de la reprobación social a una dirigencia social demasiado entretenida en sus propios conflictos. Ayer participó solo el 69 por ciento del electorado, la más baja participación en elecciones presidenciales desde 1983. En aquella elección de hace 40 años fue a votar el 85,61 por ciento del electorado. De la última elección primaria presidencial, la de 2019, participó el 76,40 por ciento, casi el 8 por ciento más del electorado que se comprometió ayer con el primer paso para elegir a un nuevo presidente. Se puede concluir que la mayor dosis de protesta estuvo dirigida hacia el Gobierno, simplemente porque es el Gobierno, pero también es cierto que la oposición cambiemita estuvo en el centro de la censura social.
Cómo y quién gobernará el país durante los próximos cuatro meses que quedan de mandato de Alberto Fernández. El hombre fuerte de la administración es, al mismo tiempo, el candidato Massa, relegado a mero espectador de trofeos ajenos.
Desde 2021, cuando Juntos por el Cambio ganó ampliamente las elecciones legislativas de ese año, sus dirigentes no han hecho más que discutir sobre cuál de ellos sería el próximo presidente. Doble error: dieron por ganada una elección dos años antes de que se realizara y perdieron el interés en los problemas de la gente común. Esa fue, al menos, la apariencia, que es lo que importa en política. Mientras la oposición más seria se divertía con sus cosas, Milei creció con el voto de los jóvenes de clase media y media alta y también con los jóvenes marginales del conurbano bonaerense. Ninguno sabe de categorías políticas o muy pocos de ellos las conocen. Milei es obra, al mismo tiempo, de una moda política que suele instalarse en la juventud apolítica en un país raro, donde los jóvenes de 16 años no pueden ser juzgados por algunos delitos, pero pueden elegir al presidente de la Nación.
De todos modos, ausentismo y Milei son expresiones cabales del hartazgo social con la dirigencia política en general. No debemos olvidar que fueron elecciones que se realizaron en un territorio geográfico con una inflación de entre el 120 y el 140 por ciento anual, con la mitad de su sociedad bajo la línea de la pobreza y con recientes seis muertos por el gatillo fácil de los delincuentes en apenas 48 horas. Bolsillos vacíos y el miedo a morir o a ver morir a familiares y amigos es una mezcla necesariamente peligrosa para cualquier estirpe política.
Si esos números se renuevan dentro de dos meses, Milei estará en una segunda vuelta contra Bullrich, aunque debe aceptarse también que la elección de ayer de JxC fue realmente mala. Estuvo lejos del 40 por ciento de los votos que cosechó en 2015, 2017, 2019 y 2021
El ministro a cargo de esa economía es Sergio Massa, un candidato devaluado, tan devaluado como el peso argentino y como el gobierno que él aceptó representar en las elecciones primarias. El ministro-candidato debió enfrentar una elección después de una semana en la que todas las noticias, tanto económicas como las que alarmó la inseguridad, fueron pésimas.
Debe reconocerse al mismo tiempo que el fenómeno Javier Milei frenó a los candidatos de Juntos por el Cambio y, sobre todo, le impidió a Patricia Bullrich sacarle una ventaja mayor a su contrincante en la coalición opositora, Horacio Rodríguez Larreta. El alcalde capitalino perdió en la propia Capital que gobierna frente a Bullrich, lo que significa, se lo mire por donde se lo mire, una anomalía política sin precedentes. Es la consecuencia, en parte, de las elecciones concurrentes, que resultaron un desastre sin paliativos. Rodríguez Larreta ordenó que los porteños votaran por primer vez el mismo día para autoridades nacionales y locales, pero en elecciones concurrentes. Significa que votaron en el mismo cuarto oscuro, pero con dos sistemas distintos: el de la boleta tradicional para las elecciones nacionales y el voto electrónico para los comicios capitalinos.
Muy pocos entendieron algo. Colas interminables de votantes, maquinas que no funcionaron y ciudadanos cansados que terminaron desertando de la votación. Las elecciones concurrentes las dispuso Rodríguez Larreta para que Martín Lousteau no se sintiera en inferioridad de condiciones frente a su oponente Jorge Macri. Una decisión destinada a conformar a los aparatos políticos que no tuvo en cuenta a la gente común.
Increíble osadía después de que el ausentismo fuera el gran protagonista de las elecciones provinciales que se realizaron desde febrero pasado. La baja participación de ayer era previsible. ¿Por qué le dieron más argumentos a la indiferencia social? La jueza electoral de la Capital, María Servini, fue la primera en advertir sobre las numerosas fallas del sistema electrónico, que tuvo mejores experiencias en elecciones pasadas. La Capital fue coherente con su historia: Juntos por el Cambio hizo una gran elección (con más del 55 por ciento de los votos a sus dos candidatos, Jorge Macri y Martin Lousteau), mientras el peronismo se redujo a poco más del 20 por ciento, que es el porcentaje que lo acompañó siempre en el distrito donde reside el gobierno nacional. Jorge Macri se terminó imponiendo contra un candidato del radicalismo, Lousteau, que recurrió a las buenas y a las malas artes para hacer su campaña electoral. La Capital seguirá en manos de Pro, que era el objetivo fundamental también del expresidente Mauricio Macri. El exmandatario detestaba la sola idea de que la Capital, donde inauguró el partido político que lo llevó luego a la jefatura del Estado, volviera al poder de los radicales.
Ayer participó solo el 69 por ciento del electorado, la más baja participación en elecciones presidenciales desde 1983. En aquella elección de hace 40 años fue a votar el 85,61 por ciento del electorado
Un dato preocupante se instaló ayer en Juntos por el Cambio: Axel Kicillof puede ser reelegido como gobernador bonaerense si la elección de la víspera se repitiera en octubre. La novedad fue que Néstor Grindetti resultó elegido candidato a gobernador por Juntos por el Cambio; perdió la elección Diego Santilli, que había ganado las legislativas de 2021. Seguramente Grindetti fue arrastrado por la buena elección de Patricia Bullrich y Santilli sufrió la derrota de su candidato presidencial, Rodríguez Larreta. Pero, ¿es posible imaginar un eventual gobierno de Juntos por el Cambio o del propio Milei con la provincia de Buenos Aires gobernada por un kirchnerista de pura cepa, como Kicillof? Un país imprevisible en el mediano plazo y aparentemente ingobernable en el corto quedó dibujado cerca de la medianoche.
Rodríguez Larreta no fue el único gobernante que perdió en su distrito. A Massa le ocurrió el mismo fracaso en Tigre. Su antiguo protegido y actual enemigo, el ahora intendente de Tigre, Julio Zamora, derrotó a la esposa de Massa, Malena Galmarini, en el distrito que el ministro-candidato había convertido en un bien ganancial de su matrimonio. Nunca se terminará de entender por qué los políticos corren riesgos innecesarios. ¿Para qué necesitaba Massa que su esposa fuera intendente de Tigre? ¿De qué le serviría en el triunfo o en la derrota para su combate nacional? Si bien lo que sucedió en Tigre fue, quizás, el golpe que más le dolió al candidato oficialista, la derrota nacional tiene un mayor significado para Massa. Los resultados nacionales de ayer son en rigor el pronóstico de su definitivo fracaso como candidato presidencial, aunque debe reconocerse que el paisaje electoral se instaló en un territorio muy confuso. Solo se puede colegir que terminarán compitiendo Milei y Patricia Bullrich, pero como toda deducción puede resultar un error.
¿Es posible imaginar un eventual gobierno de Juntos por el Cambio o del propio Milei con la provincia de Buenos Aires gobernada por un kirchnerista de pura cepa, como Kicillof?
Es cierto que Patricia Bullrich se transformó anoche en la política argentina con razonables posibilidades de ser la próxima presidenta de la Nación. Es probable que su campaña de aquí a octubre le permita agrupar a ese 40 por ciento de los votos que Juntos por el Cambio perdió. Su primera tarea será la de retener los votos que obtuvo Rodríguez Larreta. Ella tendrá en ese sentido menos trabajo que el que le hubiera tocado al alcalde capitalino, porque los votos de Bullrich podían fugarse hacia Milei. Es improbable que quien votó por Rodríguez Larreta lo haga después por Milei; son opciones antitéticas. Pero Bullrich no debería ignorar ni subestimar a los que votaron por su ya excontrincante, porque seguramente buscaron una política más serena. Un país más tranquilo.
La sociedad argentina vive demasiadas guerras (contra la inflación insoportable, contra el narcotráfico impune, contra el robo sin alma) como para aceptar que le prometan una nueva. Nadie debería desdeñar, con todo, que una mayoría de la sociedad aspira a un cambio profundo de los paradigmas políticos que prevalecieron hasta ahora, que es lo que prometen tanto Bullrich como Milei. Cambios en la administración de los recursos del Estado, en la política exterior, en la relación con los inversores, en la conservación del orden público y en lucha contra el narcotráfico y la delincuencia. Si se suman el ausentismo y los votos a favor del cambio que prometieron Milei y Bullrich, ayer venció un clamor social para que nada en adelante sea igual a como fue.