El triunfo de la solidaridad cívica
Testigo involuntario del golpe contra la ciudad a la que había elegido como refugio, el escritor español recuerda la vocación de ayudar de los neoyorquinos, en el momento más oscuro de su historia. Por sobre el disparate de las guerras y atentados posteriores, y más allá de la manipulación política de la tragedia, rescata esa lección de templanza en medio del dolor.
MADRID
Hacía apenas diez días que Antonio Muñoz Molina había llegado a EE.UU. cuando el mundo entero tembló en Nueva York. De aquel 11 de septiembre de 2001 el escritor español recuerda casi todo, pero especialmente recuerda esa luz enrarecida que llegaba hasta sus ojos, muy diferente a la que ahora ilumina el amplio y cálido living de su casa en Madrid. "Los restos de las Torres Gemelas habían dejado una nube de polvo espantosa que ensuciaba la luminosidad de la ciudad y hacía sentir un picor en la garganta. Luego nos enteraríamos de que estaba formado, en parte, por los cadáveres volatilizados de las víctimas del atentado", recuerda.
Pero hasta ese día en que aquella terrorífica nube cambió la visión de la ciudad en la que había decidido vivir, el escritor había disfrutado de 10 días de una vida neoyorquina "normal". Para eso había llegado a la Gran Manzana el 1º de septiembre junto con su mujer, la también escritora Elvira Lindo, y tres de sus hijos. Planeaban una estadía de tres meses en los que él pretendía, entre múltiples objetivos, hacer de guía turístico para sus pequeños, con el fin de mostrarles la ciudad que había empezado a amar durante su visita anterior, en 1990. Mientras tanto, Elvira aprovecharía el viaje para escribir una nueva novela y él, para dar clases de literatura en la City University. Luego, volverían a España para siempre.
La nube de terror no alcanzó a sepultar sus planes aunque sí a reinterpretarlos porque, si bien años después volvieron a España, ya no lo hicieron para siempre. Desde aquel fatídico momento -y sin saber a ciencia cierta si fue gracias o a pesar de él- empezaron a repartir su tiempo cada vez más entre Nueva York y Madrid, a punto tal que en los últimos tres años han vivido el primer trimestre de cada año en la ciudad estadounidense, donde Muñoz Molina continúa enseñando en la universidad, luego de haber dirigido allí el Instituto Cervantes durante varios años. Y Elvira, claro (que en estos días está en Buenos Aires para presentar su última novela), continúa escribiendo.
Quizá por el modo en que sus vínculos con Nueva York echaron raíces y por el modo en que conoció, mediante una situación extrema, los trazos más profundos del carácter del neoyorquino de a pie, hoy Muñoz Molina se siente más atraído y conmovido por la "normalidad" conservada por los ciudadanos de Nueva York durante el momento más oscuro de su historia que por la desesperación impuesta por el terror más absurdo. "Lo que nunca olvidaré es el haber sido testigo de la confirmación del espíritu de solidaridad cívica y de templanza en el dolor, que ha sido uno de los grandes aprendizajes en mi vida. El ver cómo la gente se esforzaba por ayudar, se contenía y se volcaba, es algo muy propio de la ciudad de Nueva York. La gente padeció el dolor, la herida del atentado, pero el carácter abierto de la ciudad no sufrió para nada", dice el hombre que ha sabido reflejar en libros como Sefarad y El jintete polaco el dolor de esas vidas privadas, arrasadas por la irrpución violenta de la historia. Y que en su última novela, La Noche de los tiempos , dejó fuertes huellas de la traumática experiencia neoyorquina a pesar de estar ambientada en el Guerra Civil Española.
Nacido en Ubeda, Andalucía, hace 55 años, Muñoz Molina sabe que el haber estado allí lo obligará a recordar una y otra vez ante propios y extraños la extraordinaria circunstancia de la que le tocó ser testigo. El mismo no puede dejar de pensar y analizar aquel momento fatídico de la historia universal del que hoy se cumplen 10 años. Aunque, prefiere detenerse en la condición humana, en sus amigos y conocidos que, luego del impacto y del dolor, parecieron transformarse para el escritor español en un universo de análisis más atractivo, fascinante y fecundo que el atentado como hecho histórico en sí mismo.
"Es que el ser humano se resiste, porque su capacidad de aceptación de lo imposible es limitada. Por eso mucha gente no puede entender que, fuera del espacio donde se produjo específicamente la tragedia del 11-S, hubiera una normalidad que se mantenía y a la que todo el mundo se aferraba... porque sin esa normalidad, estamos perdidos", reflexiona.
-¿Cree que el11-S nos ha dejado alguna enseñanza?
-Si algo nos enseñó el 11 de septiembre, es que es muy fácil hacer una matanza, si alguien está de acuerdo en sacrificarse. Porque nosotros tendemos a pensar que los grandes hechos tienen grandes causas y que éste en particular fue minuciosa y meticulosamente preparado en detalle. Pero si uno lo analiza, notará que hay una suma de casualidades e incompetencias varias, como por ejemplo de la CIA, que no le avisó al FBI sobre la presencia de ciertas personas con pasaporte de un país árabe, que hacen un curso para aprender a pilotear un avión, pero que sólo tenían interés en aprender a despegar, y no a aterrizar... Es decir: todos los sistemas de espionaje y control han demostrado ser muy vulnerables, porque, si alguien está dispuesto a morir matando... ¿cómo se lo detiene? Yo no lo sé.
-¿Se exagera cuando se dice que el 11 de septiembre de 2001 comenzó una nueva era?
-En parte, se exagera. Ya en esa época, todo el mundo quería saber qué había cambiado y qué estaba cambiando. Pero yo no notaba nada. Tenía una actitud distintiva de fijarme en lo que sucedía, y una incapacidad y poca voluntad de interpretar lo que estaba viendo...
-¿Quiere decir que el mundo no cambió demasiado?
-El mundo sí cambió desde entonces y se ha vuelto mucho más antipático. Cada vez que uno se ve humillado de una manera estúpida en un aeropuerto, cuando ve que las técnicas de vigilancia de las personas se han vuelto más sofisticadas, o ve las catástrofes de Irak y Afganistán, uno se da cuenta de que el mundo cambió... y que lo hizo para peor.
-¿Percibió algún tipo de autocrítica o de revisión en los EE.UU. sobre las razones que pudieron motivar el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono?
-Yo puedo juzgar lo que he visto en Nueva York, pero los Estados Unidos son varios países yuxtapuestos... o, como dice un amigo mío, EE.UU. es un gran archipiélago conservador, donde el concepto de víctimas y verdugos es inamovible, pero que tiene varias islas liberales a sus márgenes. Aunque yo me quedo con lo expresado por The New York Times pocos días antes de iniciarse los ataques a Afganistán, donde en un artículo se decía: "Vamos a bombardear ruinas".
-¿El planteo de una represalia militar por parte del gobierno de George W. Bush fue erróneo?
-La idea de la "Guerra contra el terror", propagada por Bush y su entorno, siempre me resultó metafísica, porque se trata de convertir en teología algo que es muy concreto. Y los que hemos vivido en países que han sufrido el terrorismo, sabemos muy bien que no se trata de un problema de guerras, sino que es un tema policial. Porque cuando el terrorismo se entiende como una guerra, y sobre esto en la Argentina hay bastante información, no se están haciendo las cosas correctamente, ya que al terrorismo hay que combatirlo a través de la policía. Es decir, que se lucha contra él de manera técnica y respetando el Estado de Derecho, con quirúrgico cuidado. Pero no a través de un ejército regular...
-¿Y por qué falló esta idea en los Estados Unidos?
-Lo hizo porque allí hay un concepto romántico de lo patriótico en varios sectores de la sociedad, que tiene mucho peso. Pero igualmente hay que destacar que hay un fuerte sentido de la autocrítica y unas investigaciones periodísticas ejemplares. Esto se vio, por ejemplo, en los escándalos de Abu Ghraib, que fueron revelados por periódicos estadounidenses.
-¿Cambió su punto de vista desde el momento en que se tomó aquella decisión de invadir Afganistán e Irak?
-Evidentemente, había que hacer algo, no para vengarse de Al-Qaeda sino para parar los pies a un movimiento terrorista tan brutal y agresivo, como lo demostró con España menos de tres años después. Yo creo que en Afganistán había que intervenir, aunque no sé cómo. Pero según me cuenta gente que estuvo en ese país, la manera de gestionar la intervención fue catastrófica, y no ya en el aspecto militar, sino también el político, porque se han tirado cantidades ingentes de dinero en apoyar dirigentes corruptos. Y esto por no hablar de Irak, donde Tony Blair, José María Aznar y Bush mintieron de una manera descarada y persistente, lo que nos hizo sufrir las consecuencias en 2004, en Madrid, y en 2005, en Londres.
-¿En qué se parecen y en qué se diferencian el 11-S y el 11-M, el atentado que mató a 191 personas en Madrid?
-Es una comparación de amarguras, donde por un lado fue inevitable ver similitudes con el 11-S, y por otra se vio una muy buena respuesta de los servicios sanitarios y de asistencia a las víctimas en Madrid. Pero lo que para mí fue muy doloroso, comparativamente, es ver cómo aquí, en España, no hubo pudor para manipular a las víctimas, es decir, cómo tanto el gobierno de entonces como la oposición pusieron el interés partidista por sobre el de las víctimas. En este sentido, es admirable el informe oficial que hizo el gobierno de los Estados Unidos con la comisión del Congreso de ese país sobre el 11-S, que es una maravilla de concisión, claridad y autocrítica sobre lo que sucedió, y por qué sucedió. Pero aquí nunca se hizo algo parecido, y algunos diarios siguen discutiendo las causas del 11-M, entendido por esos medios como un atentado provocado por el Partido Socialista Obrero Español. O sea, aquí se explotó visualmente la imagen de las víctimas, al publicarse fotos de los cadáveres, y la chusma política fue incapaz de ponerse de acuerdo para rendirles un homenaje solemne y verdadero a los muertos.
-Pero el desenlace judicial fue muy diferente...
-Aquí, a diferencia de lo que sucedió en Nueva York y en Londres, a los terroristas se los detuvo y se los juzgó, según la ley ordinaria. Y esto es importantísimo, porque los latinos tenemos fama de ser torpes y poco serios... pero aquí los terroristas fueron detenidos al poco tiempo y luego juzgados con todas las garantías y condenados. Y ahora están en la cárcel. Eso es importante destacarlo, aunque debe contraponerse con el discurso que se escucha impunemente en varios medios, en el que se buscan otros culpables.
-En varios países de Europa hoy la derec ha está ganando elecciones. Más allá de la crisis económica, ¿cree que estos resultados podrían estar vinculados a cierta molestia de los sectores más conservadores del continente con la creciente inmigración de origen árabe? ¿Ha llegado el fin del sueño de una Europa multicultural?
-El sueño multicultural europeo es un sueño que nadie se tomó en serio nunca. Es un sueño que en la superficie tiene buenas palabras, pero que no llega a asumir la legitimidad de la inmigración, en el sentido de aceptar que el inmigrante es igual al nativo. En ese aspecto, la Argentina tiene mucho que enseñar, al igual que los Estados Unidos. Porque el inmigrante tiene la oportunidad de participar en la vida económica, social y cultural... pero los europeos, siempre obsesionados con sus orígenes, no entienden, no comprenden que la ciudadanía es una cuestión legal, y no solo desde los derechos, sino también desde las obligaciones. Y esto, es lo más difícil.