El Tratado del Pilar y la traición a Artigas
A pesar de haber triunfado en el campo de Cepeda, lo fue a lo Pirro, pues el Tratado del Pilar significó una derrota para el proyecto federalista provincial
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“El 4 de febrero de 1820 entró en esta capital el señor director don José Rondeau, quien sin haber sido visto se dirigió a su casa en donde se halla; cuyo señor no da razón cómo ha sido la dispersión de nuestra caballería, ni aun la causa de su fuga tan precipitada, que no paró hasta llegar a su casa, y meterse en la cama”.
Con indisimulable ironía, Juan Manuel Beruti, en sus Memorias curiosas, da cuenta de la inesperada derrota de las tropas porteñas ante las provinciales.
Los vencedores en Cepeda, Estanislao López y Francisco Ramírez, jefes santafesino y entrerriano respectivamente, exigieron la desaparición del poder central del prepotente Buenos Aires y la plena autonomía de las provincias; la disolución del congreso que había declarado la Independencia en 1816 pero que trasladado a Buenos Aires había servido a los intereses unitarios; la suspensión de las secretas tratativas para coronar un príncipe europeo en el Río de la Plata que llevaban adelante por distintas vías los políticos porteños desconfiados de la suerte de las armas.
Una de las estipulaciones del Tratado del Pilar permitió la entrada triunfal de los federales en Buenos Aires. Lo narra, con indisimulable repugnancia otro contemporáneo, Vicente Fidel López: “Sarratea, cortesano y lisonjero, no tuvo bastante energía o previsión para estorbar que los jefes montoneros viniesen a ofender, más de lo que ya estaba, el orgullo local de la ciudad. El día 25 regresó a ella acompañado de Ramírez y de López, cuyas numerosas escoltas compuestas de indios sucios y mal trajeados a término de dar asco, ataron sus caballos en los postes y cadenas de la pirámide de Mayo, mientras los jefes se solazaban en el salón del ayuntamiento”.
Los habitantes de Buenos Aires, aterrados, esperaban atrocidades y saqueos , nada de eso sucedió, sino que al poco tiempo, por razones aún difíciles de explicar, en vez de ocupar el Fuerte, la Aduana y otros pilares del cuestionado poder porteño, se retiraron a Pilar, en las afueras.
A Buenos Aires no le quedó otra alternativa que también constituirse como provincia independiente, y su primer gobernador, el sagaz Sarratea, de innegables dotes negociadoras, firmó el 23 de febrero de 1820 con los jefes triunfantes, López y Ramírez, el Tratado del Pilar, en el que se admitía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central, de características federales, caducando el centralista, unitario, que hasta entonces regía en Buenos Aires. Acuerdo que a la larga no se cumplió. También, en su artículo 10º, se comprometían los caudillos a consultar los términos del Tratado con el caudillo oriental José Gervasio Artigas, su jefe, quien había sido tajante en sus instrucciones: “No admitirá otra paz que la que tenga como base la declaración de guerra al rey D. Juan (Emperador de Portugal con sede en Río de Janeiro, invasor de la Banda Oriental) como V. E. quiere y manifiesta en su último oficio”. Artigas necesitaba el apoyo de Buenos Aires para rechazar la invasión luso-brasilera a su Banda Oriental, ominosamente apoyada por el Directorio de Pueyrredón.
Pero un mes antes de la firma del Tratado, el 22 de enero a la madrugada, los portugueses habían caído sobre el raleado ejército artiguista en Tacuarembó y acuchillado a mansalva a sus hombres sin darles tiempo ni a enfrenar los caballos. Sus aliados provinciales, enterados el 17 de febrero de la catástrofe sufrida, fueron seducidos por un Sarratea que, sabedor de la pobreza a la que el autoritarismo porteño había sumido a dichas provincias, sacaría provecho de ello ofreciéndoles el oro y el moro para que consolidasen su poder en sus territorios. Con promesas de respeto y no agresión recíprocas se firmó el Tratado el 23 de ese mes, apenas un día después de iniciadas las deliberaciones, dejando de lado la cláusula que más importaba a don Gervasio y a tono con los deseos de Buenos Aires.
Luego vendrían la indignación del jefe oriental, sus combates contra Ramírez, la ruptura de éste con López por su alianza con Buenos Aires , la muerte del entrerriano, el exilio eterno del oriental en el Paraguay. Así se rompería la poderosa alianza federal que estuvo a punto de imponerse sobre el unitarismo porteño.