El tiempo guardado en cápsulas
Vaya hasta su computadora, pulse www.capsula2210.com e ingrese allí cuanta cosa se le ocurra para que sea leída, vista y o escuchada de aquí a doscientos años, durante los fastos del Tetracentenario de la Revolución de Mayo. En realidad, tiene tiempo hasta el 8 de octubre para que esa www aloje cuanto usted quiera decirles a los argentinos del futuro remoto respecto de los argentinos de aquí y de ahora. La idea de pergeñar esta cápsula del tiempo (un cilindro de titanio, hermético, que mide tres metros y pesa 250 kilos) se le ocurrió a la empresa Telefónica, inspirada en un emprendimiento más o menos parecido que la Westinghouse neoyorquina acometió hace 71 años.
Si la propuesta le suena atractiva, siga estos consejos: no pretenda deslizar mensajes ofensivos o sardónicos, reñidos con el buen gusto. Es decir, no cuente nada que guarde siquiera leve concomitancia con nuestra política interna. No se le ocurra definir a tal o cual funcionario y no arriesgue diagnósticos sobre el porvenir de la patria, ya que la posteridad creerá que usted es un alcornoque o un flor de nihilista. Haga la vista gorda, no intente explicar cómo hemos sido políticamente engatusados, una y otra vez, desde mediados del siglo XX.
Si incluye algún tema musical, por favor que no sea "Mil horas", esa brillante creación de Andrés Calamaro, cuya letra dice: "La otra noche te esperé bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro, y cuando llegaste me miraste y dijiste: loco, estás mojado, ya no te quiero". Los argentinos del tetracentenario quizá se revelen enternecidos por tan poética vicisitud, a la vez que pueden caer en lamentable confusión: muchas imágenes pictóricas atestiguan que el paraguas ya era un adminículo conocido por los porteños de 1810,
La cápsula del tiempo de la Westinghouse fue plantada en 1939, para que la abrieran los neoyorquinos del año 6939. Contenía una Biblia, una carta de Albert Einstein, copias de telas de Pablo Picasso y otros enseres intelectuales. En 1965, la desenterraron para agregarle un Pato Donald de plástico, música de los Beatles y noticias de la Segunda Guerra Mundial y de los progresos de la astronáutica y de la energía atómica. En la actualidad se duda sobre el carácter representativo de tal selección de objetos. Tienen ganas de abrirla de nuevo.
Una incertidumbre aun peor padecen los bonaerenses de Arrecifes: en 1910 sepultaron una cápsula del tiempo, en la Calle de los Olmos, para que fuese abierta durante los recientes festejos del Bicentenario. En su libro Biografía no autorizada de 1910 , Daniel Balmaceda da cuenta de este incordio: aquellos olmos ya no existen, nadie sabe hoy dónde diablos metieron ese cacharro.
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