El tesoro poco reconocido de los neurodivergentes
Las inteligencias prácticas merecen igual consideración que la recibida por las inteligencias abstractas
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Cuando era más joven, creía que todo el mundo pensaba, como yo, con imágenes fotorrealistas; con el parpadeo de una secuencia de diapositivas de PowerPoint o de videos de TikTok que van pasando por tu cabeza.
No tenía ni idea de que la mayoría de las personas piensan más con palabras que yo. Para muchos, son las palabras, y no las imágenes, las que dan forma a su pensamiento. Probablemente esa es la razón por la cual nuestra cultura se ha vuelto tan habladora: los profesores dan charlas, las autoridades religiosas predican, los políticos pronuncian discursos . Nosotros decimos que estas personas son “neurotípicas”: siguen unas pautas de desarrollo predecibles y se comunican, en su mayor parte, de forma verbal.
Nací en la década de 1940, cuando se empezó a diagnosticar autismo a los niños como yo. Mi uso del lenguaje empezó a los 4 años, y al principio me diagnosticaron una lesión cerebral. Hoy, muchas personas dirían que soy neurodivergente, un término que no solo abarca el autismo, sino también la dislexia, el TDAH y otros problemas de aprendizaje. La popularización del término neurodivergencia y que la sociedad sea cada vez más consciente de las distintas maneras en las que funciona el cerebro son avances positivos para muchas personas como yo.
Aun así, hay numerosos aspectos de nuestra sociedad cuya configuración no permite el buen desarrollo de los pensadores visuales, como somos muchos neurodivergentes. De hecho, muchos aspectos de nuestra sociedad parecen pensados para que fracasemos. Las escuelas obligan a los estudiantes a amoldarse a un mismo plan de estudios. El entorno laboral depende demasiado de las calificaciones escolares para juzgar la valía de los candidatos.
Cuando tenía 7 u 8 años, me pasaba las horas jugueteando y experimentando para tratar de descifrar cómo hacer que los paracaídas que hacía con pañuelos viejos se abrieran más rápido cuando los lanzaba al aire. Esto requería una observación atenta para determinar el modo en el que unos pequeños ajustes de diseño pueden afectar el rendimiento general. Mi fijación, rayana en la obsesión, se debía probablemente a mi autismo. Por aquel entonces había un libro sobre inventores famosos y sus inventos que me encantaba. Me impresionó que Thomas Edison y los hermanos Wright estuviesen tan concentrados en el objetivo concreto de averiguar cómo fabricar una bombilla o un aeroplano. Es probable que algunos de los inventores del libro también fuesen autistas.
Hoy, queremos que nuestros estudiantes sean muy completos; deberíamos asegurarnos que la educación que les proporcionamos también lo sea. La hiperconcentración es una señal clásica de pensamiento neurodivergente, y es crítica para la innovación y la invención.
A menudo me preguntan qué haría para mejorar las escuelas primarias y secundarias. El primer paso sería hacer más hincapié en las asignaturas prácticas: arte, música, costura, carpintería, cocina, teatro, soldadura. Estas asignaturas ponen en contacto a los alumnos con habilidades que podrían convertirse en una carrera profesional.
Si hoy fuese joven, me habría costado graduarme porque no podía pasar álgebra. Era demasiado abstracta, sin correlaciones visuales. No pasar matemáticas en la prueba de acceso a la universidad me impidió ir a la facultad de Veterinaria, pero hoy soy profesora universitaria de etología. Me invitan con frecuencia a dar charlas en empresas y organismos públicos, y lo primero que les digo a sus directores es que necesitan unos recursos humanos neurodiversos. Las competencias complementarias son clave para el éxito de los equipos.
Taiwán produce la mayoría de los chips de silicio de última tecnología del mundo. Buena parte del equipamiento mecánico especializado utilizado para el procesamiento de la carne se fabrica en los Países Bajos y Alemania. Cuando visité el Steve Jobs Theater de California, antes del Covid-19, descubrí que las paredes de cristal las había creado una empresa italiana y la cubierta de fibra de carbono fue importada de Dubái. La razón por la que este equipamiento procede de fuera de Estados Unidos reside, en parte, en las diferencias de los sistemas educativos. En Italia y los Países Bajos, un estudiante de alrededor de 14 años decide si opta por la universidad o por la formación técnica. La formación técnica no está peor vista, ni se considera una forma de inteligencia inferior. Y así es como debería ser en todas partes, porque el conjunto de competencias de los pensadores visuales es esencial para encontrar la solución a muchos problemas de la sociedad en la vida real.
Autora de Visual Thinking: The Hidden Gifts of People Who Think in Pictures, Patterns and Abstractions.