El terrible miedo a perder
El ex gobernador de Catamarca quiere abrir como sea las puertas del Senado. ¿Es el ocaso de una estrella fugaz?
Que el destino puede ser cruel e impiadoso es algo que Ramón Saadi sabe de memoria.
Su estrella, que parecía no querer eclipsarse jamás, se apagó un día caluroso de abril de 1991 cuando, derrotado por el cadáver de una adolescente y de miles de pies que caminaban en silencio, gritó desaforado: Del Presidente para abajo, que todos se hagan una rinoscopía.
¿Es necesario decir que Ramoncito firmó con esa frase su sentencia de muerte?
Parece que sí. Parece que es necesario, porque los clanes se rehusan a morir de muerte natural o a ser matados por sus propios errores.
Saadi quiere entrar en el Congreso como sea y, nunca como ahora, esa manía por no quedar fuera de un sistema que lo expulsó, lo patetiza hasta dejarlo nuevamente como un hombre sin fueros. Como un desaforado.
Turco y con fortuna
Ramón Saadi nació en Mar del Plata el 6 de febrero de 1949 y, a diferencia de su padre, Vicente Leonidas, que tuvo que remar desde abajo para hacerse un lugar en la cerrada estructura de la sociedad catamarqueña, que lo miraba como un "turco" sin fortuna, Ramón tuvo dinero y poder desde la cuna.
Es el segundo de tres hermanos. La mayor, Alicia, fue la luz de los ojos de don Vicente, aquel caudillo pícaro que supo manejar la política de su provincia y, en parte, la del país, como quien maneja una estancia.
Nunca logró ser el hijo pródigo. A él todo le costó un poco más que a su hermana. De Luis, el tercer miembro del clan, se sabe poco y su desempeño como diputado de la Nación es casi olvidable.
Se casó joven, con la joven Pilar Kent, hija del ex presidente de River Plate y ex embajador de Holanda en los primeros años de gobierno de Carlos Menem.
Los catamarqueños que no lo quieren afirman que es un hombre de la noche, que le costaba mucho levantarse temprano para asistir a los actos protocolares y que solucionó el tema haciéndose traer desde Miami un robot que tenía como única misión despertarlo todas las mañanas.
A sus amigos les gusta decir que es un hombre de letras, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del Salvador y de Derecho Romano en la UBA, que ama las computadoras, con las que sostiene entretenidísimos torneos de ajedrez en el nivel número nueve.
Los escándalos
El diseñador de los espectaculares vestidos de Eva Perón dijo por televisión que el gobernador había invitado a sus chicas a la residencia de las Pirquitas, su feudo.
Militante desde su juventud en el PJ, Ramón Saadi fue uno de los fundadores de la generación intermedia del justicialismo.
Entre 1975 y 1976 fue director del diario La Voz y, entre 1987 y 1989, senador nacional, cumpliendo el mandato de su padre al asumir éste como gobernador de la provincia. Un enroque extraño.
En 1983 asumió como gobernador y creó la comisión de Derechos Humanos y de Violaciones de Normas Penales, medida aplaudida por quienes habían sufrido persecuciones políticas.
Pero pocos años después apoyó decididamente el indulto a los militares que decretó su amigo Carlos Menem.
En las dos oportunidades en que fue elegido gobernador tuvo problemas a la hora del recuento de votos. Las elecciones estuvieron sospechadas de fraude.
En 1983, además, tuvo que explicar cómo un hombre como él, que no había nacido ni vivido jamás en Catamarca (lo hizo en Buenos Aires, donde estudió), se postulaba para jefe del Ejecutivo.
Pero ganó. Tanto brilló su estrella que, al igual que don Vicente, un buen día de 1989 pensó que estaba para algo más, para la Casa Rosada, el sueño que su padre no pudo conseguir.
Pero la pelea le quedaba grande y tuvo que bajarse del ring con la cara golpeada. Ramón nunca se repuso de esa apuesta fallida y apeló al lugar que conocía bien: su provincia, a la que manejaba con los legados de don Vicente, con el clan familiar cuidándole las espaldas, con la Justicia no tan independiente, con las picardías de siempre.
Pero esa provincia estaba cansada. Un cadáver -el de María Soledad- encendió la mecha y ya todo fue imparable: se quedó solo, sin poder, sin partido, con pocos amigos, con un escaso aparato y comenzó a rodar de escándalo en escándalo.
Y Menem no lo soportó. El 17 de abril de 1991, después de 30 marchas de silencio, firmó el decreto por el que intervino la provincia. Al igual que su padre en 1949, Ramón debió soportar la humillación de ser expulsado del poder por un presidente peronista.
La mala nueva le fué comunicada en el despacho de su enemigo Eduardo Bauzá y por boca de uno de sus hombres, Julio Mera Figueroa, ministro del Interior. Como último manotazo de ahogado, Saadi pidió que lo dejaran renunciar, pero la decisión estaba tomada; su tiempo había terminado.
El decreto de intervención decía:
- "Los poderes provinciales no son capaces de garantizar debidamente la vigencia del Estado de derecho.
- "Los sucesos que allí ocurren denotan claramente que se ha dejado de lado el principio de la separación de poderes, principio liminar del sistema republicano.
- "Es notorio que en el ámbito de la provincia de Catamarca se vive, desde hace ya tiempo, un evidente clima de conmoción social.
- "Tampoco la realización anticipada de elecciones pondría remedio a este estado de cosas, toda vez que su convocatoria, organización, control y escrutinio dependen de los propios poderes cuestionados.
- "Han resultado estériles todos los esfuerzos del gobierno nacional tendientes a que la situación apuntada se resolviera dentro del marco que fija la Constritución provincial." Hoy Ramón Saadi tiene iniciadas 11 causas judiciales, aún sin sentencia. Dice que va a querellar a Carlos Ruckauf, y tal vez lo haga. Dice que le corresponde la banca, pero nadie se atreve a tomarle juramento.
¿Cómo será el final de juego de este apostador al que nada le gusta menos que perder?