El sueño de la vacuna propia
El Covid resultó demasiado devastador para ser atendido con marketing político y, como advierte el ministro Guzmán, falta liderazgo
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Siempre medido en las declaraciones públicas, Martín Guzmán aprovechó la intimidad de un almuerzo reciente en Madrid para expresar crudamente la idea que se ha ido forjando del establishment argentino al cabo de un año y medio de gestión. Es sorprendente, dijo, la falta de un liderazgo empresarial en el país. Lo escuchaba una mesa de entendidos. Leandro Sigman, anfitrión del encuentro y presidente de la farmacéutica Chermo; su padre, Hugo, fundador del grupo familiar, y el embajador Ricardo Alfonsín, entre otros. El ministro de Economía expuso ahí también otra inquietud, más específica del momento y en forma de pregunta para los dueños de casa: ¿la liberalización de patentes podría facilitar el acceso a las vacunas? La conclusión de los presentes fue negativa: el actual retraso en las campañas de inmunización de todo el mundo no se debe a esa discusión eterna, sino, en primer lugar, a problemas de capacidad en la producción global.
El solo abordaje del tema representa para Hugo Sigman un enorme disgusto. Está molesto, admite en la intimidad, con las críticas que ha recibido en la Argentina por las demoras de su proyecto con AstraZeneca y Oxford. Tanto, que tenía pensado volver este mes al país y decidió no hacerlo. Tal vez lo haga en mayo o, mejor, pueda resolverlo personalmente en un encuentro a solas con Alberto Fernández, durante la gira que el Presidente prevé hacer por Europa. Su relación con el Gobierno, dicen quienes tratan con él, se limitó siempre más que nada a la rama del Frente de Todos que ha ido perdiendo poder en el transcurso de este año y medio de gestión. Ginés González García, el gobernador Manzur, el peronismo en general. “Él nunca estuvo cerca de Cristina Kirchner”, agregan. En esa distinción reside el drama de gran parte del establishment argentino: el único sector de la administración que se expande en medio de la crisis sanitaria y económica, el que lidera la expresidenta, es a la vez el más inaccesible para la mayoría de los empresarios.
Esa brecha empezó a crecer en 2012, cuando la jefa decidió referenciarse más en La Cámpora que en el PJ o el sindicalismo, más en Kicillof que en De Vido, y ha sido siempre una fuente de trabajo para oportunistas, desde consultores hasta banqueros o dirigentes de buena relación con el sector privado, que se ofrecen al universo de los negocios como traductores del jeroglífico militante: puentes entre ambas orillas. Sergio Massa viene ensayando ese rol desde el distanciamiento inaugural de Alberto Fernández con las empresas, que fue la crisis de Vicentin. Pero entonces su idea, que el grupo Vila-Manzano encabezara un rescate para la cerealera, cayó mal en el Instituto Patria y fue desechada. También intentó mostrarse como garante de la racionalidad ante los holdouts durante la renegociación de la deuda, y ahí la irritación se oyó en la Casa Rosada, donde le cuestionaron que quisiera atruibuirse méritos que le correspondían a Guzmán. Otro de sus ensayos es demasiado incipiente para recabar adeptos o detractores: la posibilidad de acercar a quienes pueden hacer una oferta por los activos de Telefónica.
Con todo, su afán de empatía con las penurias del establishment económico sigue intacto, ajeno a los dogmatismos del Frente de Todos. Dicen, por ejemplo, que celebró en voz baja el triunfo de Guillermo Lasso en Ecuador. Es cierto que Massa tiene ahora con el kirchnerismo un entendimiento estratégico. Una ventaja circunstancial que reside en su condición de presidente de la Cámara de Diputados y que probablemente venza en 2023, cuando se empiecen a discutir las candidaturas para la Casa Rosada. Pero falta para entonces tanto tiempo que nada le impide ventilar los sueños: a principios de este año admitía en su entorno que aspiraba a competir en una primaria con el candidato que designara Cristina Kirchner. Son además elucubraciones anteriores a esta segunda ola de Covid o, como dice Kicillof, “tsunami”, una crisis que incluye urgencias sin cuya solución no hay proyecto que valga.
Sus recientes gestiones por la fabricación de la Sputnik V en la Argentina deberían ser interpretadas dentro de esta convicción. Fue Massa quien no solo se contactó varias veces con Marcelo Figueiras, dueño de Richmond, su vecino en Tigre, sino además el que convenció a José Ignacio de Mendiguren, presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), para comprarle parte de las obligaciones negociables que el laboratorio en cuestión necesita para reunir 80 millones de dólares y construir una nueva planta en Pilar. A este aval se sumó Kicillof, también dispuesto a colaborar económicamente. “Si necesita ayuda, lo vamos a apoyar”, le dijo el gobernador en estos días a un empresario.
El proyecto es ambicioso y tiene el objetivo de producir 500 millones de dosis por año, pero pretende empezar importando un millón: será el Estado el que, desde junio, comprará las vacunas mediante un convenio que incluye un fee para el laboratorio. Hay que entender también el anuncio de esta semana en ese contexto de dos necesidades: de un lado, el apuro gubernamental por aportar soluciones en medio de las críticas por los retrasos en el plan original y, del otro, las gestiones que Figueiras viene haciendo desde el año pasado con el Instituto Gamaleya y otro socio, el fabricante indio Hetero Pharma, y que habían quedado congeladas cuando Kicillof convenció a Cristina Kirchner de iniciar las negociaciones con Rusia.
El Gobierno se había abocado desde entonces a trabajar con la administración de Putin en un acuerdo que, en un principio, hasta que se conocieron irregularidades, llegó a incluir al laboratorio bonaerense HLB Pharma. Lo que pasó después ya se sabe: los ensayos de la fase III de la Sputnik V se publicaron en la revista científica The Lancet, eso desbocó la demanda en todo el mundo y el Kremlin, que les había prometido contratos a más de 50 países, incumplió con la Argentina y casi todo el resto. Ahí estaba entonces Figueiras para retomar su plan original. Dio el primer paso el 4 de febrero, cuando, durante una visita oficial organizada por el ministro Kulfas a su planta de Pilar, abordó a Alberto Fernández carpetas en mano. Después se contactó con todos: con Cristina Kirchner, con Massa, con Mendiguren, con el ministro bonaerense Daniel Gollán, con Rodríguez Larreta y hasta con dirigentes de la Coalición Cívica.
¿Otra solución argentina a los problemas globales? Difícil saberlo: la crisis sanitaria derribó tantos pronósticos que quedan muy pocos crédulos. Por lo pronto en el Gobierno, donde esperaban tener vacunada a la población de riesgo antes de la segunda ola y, ahora, prefieren evitar las expresiones de euforia. Pero también entre los empresarios, que necesitan la vacuna para volver a trabajar como antes de la pandemia y temen estar frente a un nuevo exceso de optimismo. Terminan de sospechar cuando ven a la dirigencia política involucrada en iniciativas en las que quisieran ver, mal que les pese a los kirchneristas, a CEO. “Massa es Droopy”, definió con ironía a la nacion el dueño de un grupo nacional. El Covid resultó demasiado devastador para ser atendido con marketing político. Y en la orilla de enfrente advierten exactamente lo mismo que Guzmán: falta liderazgo.