EL sueño cumplido de Freddy Hunt
Un día, un amigo estrena un peliculón. Una mirada personal a la trastienda de CHON
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Hoy quiero hablarles de Freddy. Fuimos compañeros de redacción durante muchos años, porque su ocupación principal, su formación y su oficio, hasta hace muy poco, estuvo vinculada al diseño gráfico. Compartimos almuerzos en bodegones, cervezas y tragos en diversos happy hours, debates absurdos, charlas profundas, batallas de diversa índole y las memorables fiestas de “Tutti li fioqui”. Construimos una amistad a partir de la cotidianeidad, y siempre me pareció un tipo extremadamente sensible.
En cada fin de semana largo, en cada receso por vacaciones, en cada oportunidad que se le presentaba, Freddy, entonces un veinteañero, se iba a Córdoba a visitar a sus abuelos. Se había criado con ellos, aunque en su adolescencia, ellos habían dejado su casa en Acasusso para instalarse en un geriátrico sui generis, rodeados de naturaleza, en las sierras de Córdoba.
Freddy me habló mucho de la Fundación Villa Champaquí, ese hogar de ancianos fundado en 1978 por evangelistas alemanes en Villa General Belgrano. Ese era el lugar que habían elegido sus abuelos para retirarse, a mediados de los 90. Desde entonces, era una meca para mi amigo.
Hace una década, en una fiesta de fin de año, Freddy quedó deslumbrado por la dinámica de los habitantes de ese lugar. Y lo que empezó como una curiosidad, imaginar las historias de vida de cada una de esas personas que convivían con sus abuelos, se transformó en una visión, un anhelo, una ambición.
Fue en un almuerzo que Freddy nos contó por primera vez que quería filmar un documental sobre las personas que habitaban ese lugar. Parecía una utopía, pero si este relato fuera un time-lapse, se repetirían muchísimos almuerzos e iríamos viendo cómo ese deseo se iba volviendo cada vez más real.
Freddy supo rodearse de gente talentosa. Autodidacta absoluto, trabajó a partir de la intuición, con la contención de un equipo notable: la montajista Luciana Fabbri, las guionistas Luz Marquez y Agustina Gatto y la camarógrafa Ayelén Koopman. Una mención especial, para el notable trabajo de Denise Giovanelli en la Dirección de Fotografía y para las notables melodías de Santiago L. Vardé. El rodaje ocurrió en la Semana Santa de 2015, poco después de que su abuelo cumpliera 100 años, poco antes de que falleciera. Y en un proceso relajado, y sin estridencias, la semana pasada estrenaron CHON.
El título del film, disponible en la plataforma Cine.ar, rinde homenaje a las iniciales de los principales elementos que componen a un ser vivo: Carbono, Hidrógeno, Oxígeno y Nitrógeno.
El abuelo de Freddy se llamaba Ernesto Germán Jacobo Miguel Brigel y era químico. Cuando su nieto le preguntaba qué había más allá de la muerte, él respondía, como siempre, dentro de la razón y la ciencia: “No hay nada. Nos desintegramos y volvemos a la tierra. Somos lo mismo que un árbol, o un perro. Todos estamos hechos de CHON”.
Hay veces que los gestos enseñan más que las palabras. “Nunca me dijo que me quería. Pero en las tardes de mi infancia con él, me enseñó a lavarme las manos. Mientras me explicaba que el jabón curó a la humanidad de enfermedades terribles, yo hacía mucha espuma para salvarme. Una vez que hice trampa en el truco, no jugó conmigo -a nada- durante un año. Nunca más estafé a nadie. En su carpintería me enseñó a cortar la madera, y yo vi cómo unos listones se convertían en una silla en la que después me senté. Pero que me quería, nunca”, relata Freddy en un fragmento del film.
Su abuelo no habló en la película, pero está presente todo el tiempo. Las voces son las de otros habitantes de la residencia. Es un brillante ensayo sobre la senectud, mucho más logrado, a mi entender, que el sobrevalorado documental chileno El agente topo. Pero más allá de toda subjetividad es, esencialmente, un ejercicio amoroso de sensibilidad del director, Alfredo Hunt. Mi amigo Freddy.