El silencioso exilio bonaerense
Cada vez más ciudadanos se ven forzados a salir de la provincia para buscar atención médica; también hay otros “éxodos” en busca de seguridad, empleo y educación
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Una escena cotidiana en la guardia del Hospital Argerich, filmada de manera subrepticia, ha expuesto un fenómeno del que se hablaba en voz baja, pero del que no había un registro documental: cada vez más bonaerenses se ven forzados a salir de la provincia para buscar atención médica.
En apenas un minuto y medio, el video desnuda una realidad sin maquillaje ni relato: un médico ve la guardia desbordada y se dirige a la sala de espera, donde las demoras para la atención ya superan las cuatro o cinco horas. Intenta explicar que los recursos del Argerich son limitados y están orientados a la atención de vecinos de la ciudad y, en particular, de La Boca. “¿Usted de dónde viene?”, les pregunta el profesional a los pacientes que hacen fila. Las respuestas fueron todas de ciudades o localidades de la provincia de Buenos Aires: La Plata, Florencio Varela, Aldo Bonzi (La Matanza), Avellaneda, Alpargatas y Zapiola.
¿Alguien hubiera imaginado hace apenas unos años que un vecino de La Plata se fuera a atender a un hospital alejado de su ciudad? Era exactamente al revés: La Plata, con una red hospitalaria que supo ser de excelencia, fue históricamente un polo de atracción para pacientes de toda la provincia y del interior del país. Hoy, sin embargo, en lugar de atraer, expulsa. Hay que llamar, entonces, a las cosas por su nombre: existe una suerte de exilio bonaerense, forzado por prestaciones públicas cada vez más degradadas.
La salud pública bonaerense se ha desmoronado: las guardias están colapsadas, hay muchos servicios que se quedaron sin especialistas, conseguir un turno médico es una odisea y la cobertura de IOMA (la obra social del Estado provincial) es cada vez más precaria. A esto se suman el deterioro de la infraestructura y la aparatología hospitalaria y una crisis estructural que atraviesa también al sistema de medicina privada.
Las encuestas reservadas que hacen las asociaciones médicas entre sus afiliados arrojan resultados desoladores: más del 80 por ciento de los médicos están disconformes con las condiciones en las que ejercen su profesión. Para alcanzar un ingreso de supervivencia, un médico hoy tiene que resignarse a un esquema de pluriempleo, con la atención de un paciente detrás de otro y el cumplimiento de guardias en establecimientos que funcionan al borde de la saturación y el colapso. Esto se refleja en otro dato alarmante: el sistema privado de salud hoy trabaja con un 30 por ciento menos de médicos que hace cuatro años, según una estimación de la Cámara de Prestadores de Salud del Conurbano (Capresco). Muchos profesionales se han ido a trabajar a países limítrofes, donde cobran hasta ocho veces más por una guardia, un parto o una cirugía.
IOMA, mientras tanto, ofrece un ejemplo escalofriante del descalabro del sistema de salud en la provincia. Manejado por un militante de La Cámpora que se recibió de médico en Cuba, ha desarmado el sistema de cobertura tradicional para crear su propia red de atención a través de un oscuro y cuestionado sistema de policonsultorios propios. El resultado ha sido catastrófico: hoy IOMA ha recortado sus coberturas, al extremo de que hay municipios, como el de San Nicolás, que decidieron irse de esa obra social y contratar para los agentes municipales una cobertura privada. El mes pasado, los afiliados de Mar del Plata intentaron tomar las oficinas de IOMA, hartos de no recibir respuestas. La obra social acumula una deuda con la Federación Médica de la Provincia de más de 2500 millones de pesos y tiene atrasos de más de seis meses con los farmacéuticos. Los afiliados se encuentran todo el tiempo con clínicas y profesionales que suspenden la atención por IOMA. En Tandil, más de 25.000 personas quedaron sin cobertura.
La salud es –junto con la educación– uno de los ámbitos en los que queda expuesto, con mayor nitidez, el abismo que existe entre la realidad y los discursos. El gobierno bonaerense cultiva una retórica basada en el eslogan del “Estado presente” y hace alarde de una “inversión pública” que, sin embargo, no se traduce en prestaciones de calidad, sino en un engorde del aparato estatal que, al mismo tiempo, debilita y deteriora sus servicios esenciales. La ecuación, por donde se la mire, exhibe groseras distorsiones: la administración de Kicillof ha incorporado, en cuatro años, al menos 47.000 empleados públicos. Pero en el Hospital de Niños de La Plata faltan enfermeros y pediatras. Hay oficinas administrativas en las que existen entre dos o tres empleados por cada silla o escritorio. Eso significa que, si algún día fueran todos a trabajar, no tendrían donde sentarse. ¿Cómo? ¿No van siempre a trabajar? En muchos organismos del Estado bonaerense se ha naturalizado el “trabajo optativo”.
Es paradójico: en nombre del Estado se dilapidan recursos públicos, se deterioran los servicios esenciales, se resquebraja el sistema hospitalario y se fomenta una cultura desigual en la que el médico de guardia está mal pago y desbordado mientras la militancia rentada cobra sin ir a trabajar. Eso se inscribe en un contexto general de degradación bonaerense, en el que la escuela pública está subordinada a la lógica sindical, mientras el delito y las organizaciones mafiosas avanzan sobre las ciudades.
“¿Qué es lo que más creció en La Plata en los últimos cuatro años?”, pregunta, ante un auditorio reducido, un dirigente empresario con una larga actuación en la capital bonaerense: ¿un parque industrial?; ¿alguna actividad comercial?; ¿un desarrollo inmobiliario? Nadie acertó. Lo que tuvo una mayor expansión fue la “megatoma” de Los Hornos, una usurpación de tierras que se extendió a un ritmo vertiginoso al extremo de convertirse en “la toma más grande del país”. De la mano de ese fenómeno de marginalidad urbana han crecido también las organizaciones del comercio clandestino que colonizaron las principales plazas de la ciudad capital. Todo ha ocurrido con la complicidad y el amparo del Estado. Frente a la propia gobernación, Kicillof ha consentido una gran feria ilegal que funciona bajo la difusa coartada de “la economía popular”.
En ese paisaje se mimetiza la Legislatura provincial, símbolo de una profunda degradación institucional que solo ha merecido el escandaloso silencio de todo el sistema político bonaerense.
Esa provincia gobernada con ideologismo e impericia, con eslóganes huecos y coartadas dialécticas, empieza a expulsar a los bonaerenses. Son “exilios silenciosos” que pasan por debajo de los radares estadísticos, pero que resultan cada vez más evidentes: muchos se toman el ferrocarril Roca para atenderse en hospitales porteños, mientras otros se van de IOMA a una prepaga. Miles de familias se mudan de las ciudades a barrios cerrados en busca de seguridad, o emigran de la escuela pública a la educación privada para asegurarse el dictado de clases. Otros van a buscar empleo o a trabajar a la Capital Federal o a otras provincias, cuando no directamente a otro país. Son ciudadanos que huyen de distintas formas de desamparo y que asumen una especie de exilio o migración interior en la búsqueda de lo más elemental: seguridad, salud, educación, empleo.
Buenos Aires, que fue históricamente una provincia receptiva, hoy es un territorio empobrecido que expulsa a sus ciudadanos. Lo hace también con las inversiones, que encuentran entornos más amigables en otras provincias con menor presión impositiva y gobiernos menos hostiles a la cultura empresaria. La industria turística ha tenido un desarrollo mucho más pujante e innovador en Mendoza, Jujuy y la Patagonia que en el interior bonaerense. El cordón industrial de Córdoba ha registrado, en los últimos años, una expansión mucho mayor que el del conurbano, donde la tasa de empleo privado se ha visto, en el mejor de los casos, estancada. La propia inversión agropecuaria ha empezado a buscar otros destinos, incluso en países vecinos como Paraguay, mientras la industria del conocimiento ha registrado, en el ecosistema bonaerense, un desarrollo mucho menor al que prometía hace apenas una década.
El video del médico del Argerich que pregunta “¿usted de dónde viene?” podría ser apenas la punta del iceberg. Muestra una especie de éxodo bonaerense, que suele ser el resultado de gobiernos que saben gastar y recaudar, pero no les importa administrar. Son regímenes que solo creen en sus propios relatos ideológicos mientras reniegan de la gestión, y que asimilan calidad, exigencia y eficiencia con las ideas de “la derecha” y “el mercantilismo”. Detrás de esos eslóganes ampulosos, empieza a asomar la realidad: cada vez más bonaerenses van a buscar a otro lado lo que la Provincia no les da.