El silencio es el mejor negocio
El consejo sonó entre resignado y fraternal. Héctor Méndez , presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), lo oyó anteanoche durante una comida que la petroquímica Braskem organizó con argentinos y brasileños en el Yatch Club de Puerto Madero. "Gordo, a esta gente no le entran las balas: no te inmoles más", le dijo un fabricante local. "Esta gente" significa, en clave de hartazgo empresarial, el Gobierno.
Méndez viene quejándose en voz baja como fabricante de plástico y, al mismo tiempo, haciendo equilibrio en público como líder fabril. Ha quedado también preso de esa dialéctica propia de dueños de empresa que, en repúblicas institucionalmente débiles, asumen funciones gremiales en cámaras corporativas: opiniones propias versus intereses del sector que representan.
Su última penuria fue personal. Hace tiempo que Conarsa, su pyme fabricante de contenedores de basura y envases plásticos para transportar alimentos, ha perdido competitividad. De ahí que Méndez, siempre más bien inclinado a ideas de apertura económica, haya tenido ahora un sobresalto proteccionista cuando se enteró de que Wenco, competidora con casa matriz en Chile, había recibido autorización para importar 25.000 cajones para cítricos.
Méndez llevaba producidos 19.000 en el año y le envió entonces una carta a Augusto Costa, secretario de Comercio, para explicarle que, al no tener arancel, los chilenos pagaban por la tonelada de materia prima 1600 dólares, mientras que él tenía que comprársela a Dow Chemical a 2100. Después reforzó su queja por teléfono. "Me mataste", le dijo. "Héctor, no puedo hacer nada: eran DJAI [Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones] que ellos tenían aprobabas ya desde antes", contestó Costa.
Fue el momento más crítico del presidente de la UIA, al que sus pares notaron enseguida con poca paciencia. "Si tengo que entrar en concurso o no puedo levantar cheques ni pagar sueldos, no puedo conducir la UIA", se descargó entre ellos. En realidad, toda la industria sufría ya problemas y, cortados los vínculos con el Gobierno, buscaba a tientas alguna salida. Por ejemplo, la posibilidad de invitar a almorzar a la UIA a Alejando Vanoli, jefe del Banco Central, para pedirle la reaparición de la línea de créditos productivos, una iniciativa que los bancos juzgaban perdidosa porque ofrecía tasas a la mitad de la inflación.
Apenas los industriales lo plantearon en una reunión interna, el tema se filtró y exasperó a los banqueros. Quien transmitió el malestar fue Claudio Cesario, presidente de la Asociación de Bancos de la Argentina, que le envió a Méndez un mail punzante. "Me sorprende que la UIA pida igualdad ante la ley con la de abastecimiento y, al mismo tiempo, estos créditos", le decía.
La discusión se extendió en privado durante el último Coloquio de IDEA y se saldó parcialmente, pero la desconfianza persiste. Méndez quiso entonces dar un gesto y, ayer por la mañana, llamó por teléfono a Vanoli. "No puedo invitarte a almorzar a la UIA por ahora", le dijo. "Pensé que era el miércoles próximo", se sorprendió el del Central. "Es que no queremos quilombo", insistió el empresario. En eso anda la UIA. Necesita evitar confrontaciones públicas por lo menos hasta después de la Conferencia Industrial, que se hará el 2 y el 3 del mes que viene. Cualquier encontronazo podría entorpecer la visita de Cristina Kirchner al encuentro.
Nada nuevo. Es la encrucijada en que han entrado casi todas las entidades empresariales en el ocaso del kirchnerismo, completamente divorciadas de un poder político que ya no las escucha. Hay que estar, por ejemplo, en las reuniones que convoca Débora Giorgi, donde nadie puede emitir una crítica sin recibir al menos a un gesto de malhumor de la ministra. Ese diálogo de sordos ahonda el aislamiento de una administración que tampoco les encuentra la vuelta a la recesión y a la caída del empleo.
"Los empresarios parecen haber aceptado el juego. Hace un mes, momentos antes de que empezara una reunión de junta de la UIA, EN el grupo Industriales, corriente interna que suele congregarse en el hotel Castelar frente a la sede fabril, varios ejecutivos cuestionaron que Méndez fuera en público crítico del Gobierno y que todos tuvieran que pagar el costo de decisiones que no compartían, como la adhesión al Grupo de los Seis para impugnar la ley de abastecimiento en la Justicia o el apuntalamiento al Foro de Convergencia que varias cámaras integran con la Rural".
Las quejas llegaron enseguida a Méndez, que encabezaba la junta. "¿Pueden irse todos y dejarnos sólo a los directivos?", les pidió a los técnicos. Los asistentes se miraron. El empresario inició entonces una catarsis que, para quien no hubiera estado en el encuentro de Industriales, resultaba incomprensible. "Me gustaría que las cosas se dijeran de frente -empezó-. Nadie hace declaraciones políticas; lo único que me propongo es defender los intereses del sector." Se hizo silencio. "Héctor, ¿podés ser más específico? No sé a dónde vas", se apuró Guillermo Moretti, industrial de Santa Fe. "No es con vos, Guillermo, no te preocupes", lo atajó Méndez. El tema terminó ahí, sin demasiadas aclaraciones.
El fondo de la cuestión es bastante más que una ofensa personal. Sin instituciones que resguarden la igualdad de todos ante el Estado, los empresarios han quedado como nunca expuestos a los antojos del Gobierno. Es la conclusión que sacó Alfredo Coto aquel día de 2005 en que decidió retirarse para siempre de la conducción gremial tras su paso por IDEA, y lo que buscó evitar hace años la Asociación Empresaria Argentina al reemplazar a Luis Pagani, de Arcor, por Jaime Campos, un profesional que venía del mundo de la publicidad.
La UIA deberá resolver el embrollo antes de abril, cuando elija al sucesor de Méndez. No está ante cualquier cambio de ciclo: a través del manejo de la iniciativa política, el kirchnerismo ha sido exitoso en su objetivo de evitar la debilidad que aqueja a los gobiernos sin posibilidades de reelección. Es probable, por tanto, que esa obsesión recrudezca frente a una oposición que eligió esperar fuera de escena el fin del mandato.
El 46% de imagen positiva de la jefa del Estado, un logro que la militancia juzga "histórico", ha envalentonado a todos a continuar con una estrategia que podría terminar, si Máximo Kirchner lo aconseja, con la Presidenta como candidata a diputada y jefa de campaña. Sería además el mejor modo de preservarla frente a las investigaciones por corrupción. ¿Están los empresarios preparados para esa gesta electoral que, si se atienden las confidencias de la Unidad de Información Financiera o la AFIP, los tendrá sin duda como blanco público preferido, mientras proliferan las investigaciones por criminalidad económica? Son iniciativas que conduce Pedro Biscay, miembro del directorio del Banco Central, un abogado que saltó a la fama por organizar, ya como funcionario, el escrache contra Cavallo en la UCA.
Nada resultará más alegórico de esta época que esos huevazos. Neutralizado el ataque, Cavallo se limpió el traje, subió al atril y advirtió que el país estaba a las puertas de una hiperinflación. Hace tiempo que hacerse oír exige nervios de acero.
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