El siglo de la paz
Los conflictos de Medio Oriente (Israel, Palestina, Siria, Irak, Paquistán, Irán) y los de Ucrania o Sudán no pueden hacernos perder la perspectiva global: el siglo XXI es el "siglo de la paz". Es previsible que, tal como vimos operar en forma conjunta a los Estados Unidos y Rusia para desmantelar el arsenal de armas químicas sirias, veamos en el futuro próximo actitudes similares en Ucrania, Corea del Norte (EE.UU. y China) o Israel-Palestina. Ya está ocurriendo lo mismo para neutralizar al autoproclamado "Califato de Siria e Irak" (allí Irán aparece como aliada de los EE.UU. y Rusia).
Así como el siglo XIX estuvo plagado de guerras coloniales, bilaterales y regionales, y el siglo XX se caracterizó por las guerras mundiales, el siglo XXI está destinado a ser el siglo de la pax global. El sistema político y económico planetario está interrelacionado de una forma tan intensa que, afortunadamente, impide su fragmentación.
Los mayores tenedores de bonos del tesoro norteamericano son China, Japón, Inglaterra, los bancos anglo y holando-caribeños de "paraísos fiscales", los países árabes productores de petróleo y Brasil. China concentra el 33% de las reservas mundiales (40% en bonos del tesoro norteamericano). Cuatrocientas de las 500 empresas Fortune más grandes del mundo están instaladas en China. Tres naciones -Estados Unidos, China y Alemania- ocupan el podio superior en la "pirámide trunca" del poder mundial, escoltadas por los cuatro ex grandes imperios que conservan un lugar en las grandes decisiones planetarias: Japón, Rusia, Inglaterra y Francia.
Un escalón más abajo están "los grandes emergentes" que exigen un lugar en esa mesa: Brasil, la India, México, Sudáfrica, Turquía e Indonesia. Siempre están presentes las naciones a las que "les va bien": sean grandes (Canadá, Australia) o pequeñas (Singapur, Chile); sean nuevas (Panamá o Emiratos Árabes) o viejas (España, Italia, Suecia o Corea).
Las doce naciones más importantes (sobre un total de 190) representan el 50 % de la población mundial y un porcentaje similar del PBI planetario. Esta concentración del poder tiene una dispersión geográfica que, si bien no está equilibrada, incluye a los cinco continentes en una fase de la historia que ha superado al colonialismo, al enfrentamiento de bloques y a la competencia nuclear, y en la que se alcanzó un sustancial acuerdo en favor de la preservación del medio ambiente, y contra el terrorismo internacional y el tráfico de drogas.
También hay un "pacto tácito" sobre la conveniencia de los bancos centrales independientes, metas de baja inflación sostenida, sanas políticas presupuestarias que no excedan un déficit del 3% del PBI, tipos de cambio únicos y acatamiento a las reglas comerciales de la OMC con el aditamento de acuerdos de libre comercio regionales.
Estas reglas universales de comportamiento constituyen un "nuevo consenso" con sede conjunta en Washington, Pekín, Berlín, Moscú, Nueva Delhi y Brasilia, con intercomunicación de los grandes mercados (Chicago, Londres, San Pablo, Fráncfort) y los grandes bancos centrales (Banco de China, Reserva Federal, Banco de Inglaterra, Bundensbank y Banco Central Europeo).
Este "nuevo mundo" se siente cada día más incómodo con los "conflictos localizados" que intentan dividirlo con el modelo de las pasadas alianzas. Esas ententes o bloques van desapareciendo a la luz del interés conjunto de afianzar una paz que, siendo muy competitiva, no busca dirimir sus diferencias sentándose sobre las bayonetas.
Mercado, productividad, tecnología, especialización y capacitación son los "nuevos ejércitos" que deben desplazarse sobre el mapa. Marginalidad, pobreza, desocupación y violencia son los peligrosos subproductos que genera este mundo con reglas de juego claras, pero que marca la cancha con crueles fronteras entre el éxito y el fracaso.
El desafío es cómo hacer para jugar en este terreno sin olvidar los grandes valores del humanismo y la solidaridad, que deben imperar para evitar el foso entre los más débiles y los más fuertes.
En este último campo, los líderes sociales, religiosos, medioambientales, filósofos y educadores deben alzar sus voces para evitar las exclusiones e inequidades. Ser exitosos en esta materia es la forma de asegurar esa paz con justicia que preservará al planeta del siempre presente peligro de su autodestrucción.