El sentido de la educación
¿Por qué llevamos a nuestros hijos a la escuela? ¿Cuál es el propósito de ese gran esfuerzo que llamamos educación?
A la hora de plantear soluciones para los problemas educativos en nuestro país, usualmente escuchamos que hay que sumar días y horas de clase. Pero la realidad es que si analizamos los porcentajes de escolarización brindados por el Ministerio de Educación, nuestro país cuenta con una de las tasas más altas de la región, con un 97% de chicos escolarizados. Es decir, los chicos de Argentina teóricamente están en las aulas, pero las pocas mediciones que existen nos demuestran que cada vez son más los chicos que egresan sin los conocimientos básicos.
Los resultados son preocupantes y la crisis educativa es innegable.
¿Es entonces más días y horas de clases la solución? O, ¿es al menos la solución para todos? ¿No tendríamos que analizar primero por qué los chicos no están aprendiendo dentro de las aulas?
Para responder a estas preguntas tenemos que ir a la base y preguntarnos: ¿para qué existe la escuela? La realidad es que la escuela es el medio, por excelencia, para educar. Pero, nuestras escuelas ¿están educando? ¿Aprenden todos los chicos lo que necesitan aprender? ¿Es la escolarización sinónimo de calidad educativa? En principio, pareciera que no.
Y entonces, ¿cuál es el sentido de la educación?
Por un lado, siempre se pensó a la educación como formadora de ciudadanos informados, responsables y críticos, que se respeten mutuamente y sepan discernir lo que está bien y lo que está mal, actuando en concordancia con esos principios. Desde esta perspectiva, existen valores comunes y transversales a toda la sociedad que queremos transmitir a través de generaciones para lograr integración y cohesión social.
Pero si además queremos que la educación sirva como herramienta de movilidad social, desafiando desigualdades, y preparando a las personas en sus intereses y pasiones para el futuro laboral, fomentando las habilidades, competencias y emociones esenciales para su desarrollo personal y económico, cada chico deberá recibir una educación acorde a las capacidades, contexto y circunstancias que lo rodean.
Si el objetivo de la educación es que cada chico pueda desarrollar su proyecto de vida con las herramientas necesarias para enfrentar el mundo que se viene, que sean protagonistas de su futuro y que puedan lograr que su origen no determine su destino, entonces hay mucho que cambiar.
Tenemos que encontrar las distintas soluciones a medida, no estandarizadas, para cada chico, cada escuela, cada ciudad, y generar un sistema flexible que permita que las personas que logran independizar su destino de su origen, no sean la excepción sino la regla.
Para eso, hay dos pasos que son clave: dar autonomía a las escuelas y repensar la formación docente, además de acompañarlos mejor en el proceso.
Hoy, las provincias son las principales entidades que toman las decisiones de qué, cómo y quién enseña; y desde enormes organismos centralizados imparten directivas uniformes que no siempre se ajustan a las necesidades de cada escuela y mucho menos de cada chico. Es así como cada vez más jóvenes quedan afuera. Los estamos expulsando del sistema porque perdimos el foco y no priorizamos que aprendan sino que entren en un talle único.
Debo señalar, sin embargo, que ningún Estado cuenta con los recursos para diseñar un plan educativo para cada alumno. Ahora bien, si se delegaran las atribuciones de los ministerios hacia los directores de las escuelas, ellos podrían tomar decisiones a medida de su comunidad, siendo quienes conocen sus necesidades de primera mano, ahorrando tiempo y recursos que hoy se pierden en los pasillos de la burocracia estatal.
Para que esto sea posible, debemos primero capacitar a directores y docentes para dotarlos de herramientas, motivación y liderazgo, de manera que impacten positivamente en sus respectivas escuelas. En este punto el rol del Estado sería el de acompañante y auditor.
La autonomía en las decisiones administrativas y pedagógicas son un camino más directo para resolver los problemas operativos, de aprendizaje y emocionales que rodean el día a día de la escuela.
Tenemos que confiar en ellos y darles más libertad en los procedimientos con mayor responsabilidad en los resultados.
Para comenzar con el cambio, es fundamental que emprendamos una campaña que defienda y abogue por una reforma del sistema educativo, dando la batalla de una vez por todas, que le debemos a los chicos.
Llevamos a nuestros hijos a la escuela para que tengan todas las herramientas necesarias para ser los protagonistas de su futuro. Cuando cada chico de cada rincón del país así lo sienta, le habremos devuelto el sentido a la educación.
Legisladora porteña por Republicanos Unidos