El sentido de la doble vuelta electoral
Los argentinos elegiremos en las urnas a quien, en nuestra representación, ejercerá el cargo de presidente de la Nación los próximos cuatro años. Deberemos elegir entre el candidato del oficialismo, Sergio Massa, y el candidato de una nueva fuerza política, Javier Milei, los dos más votados en el primer turno electoral, no habiendo alcanzado ninguno de ellos el piso mínimo requerido por la Constitución para evitar esta nueva instancia.
Apenas develados los resultados de la primera vuelta comenzaron las especulaciones: ¿a quién darían sus votos las coaliciones y partidos derrotados? ¿Dejarían “en libertad de acción” a sus votantes”? Estas preguntas parten de un grave error estructural: creer que los partidos y coaliciones (y sus dirigentes) son dueños de los votos de los ciudadanos. Grave error que fomenta los acuerdos de cúpulas de espaldas al único soberano, el pueblo. Si bien los partidos pueden –y deben– avanzar en la búsqueda de nuevos consensos, no son sino instrumentos para permitir a los ciudadanos decidir a quién darán su confianza.
También se escucha a quienes, ante esta alternativa, plantean la abstención, el voto en blanco o el voto nulo como expresiones de descontento y protesta ante una oferta electoral que consideran que no los representa. ¿Son estas opciones? Cualquiera de ellas, con excepción de la abstención, que no sería una alternativa viable, en razón de la obligatoriedad del voto dispuesta por la Constitución, si bien resultan alternativas legales, no son políticamente aceptables y constituyen posturas intransigentes que no contribuyen al fortalecimiento de la democracia y las instituciones.
Cuando los constituyentes de 1994, con antecedente en la efímera reforma de 1972, establecieron la elección presidencial directa a dos vueltas, tuvieron como objetivo crear una fuerte base de sustentación popular al Poder Ejecutivo, a fin de evitar gobiernos débiles que pudieran resultar vulnerables ante las –lamentablemente recurrentes– crisis políticas de nuestro país. El sistema de doble vuelta electoral fomenta el pluralismo político, permitiendo que el presidente surgido de la segunda vuelta posea fuerza política suficiente por contar con la mayoría del voto popular, y modera las posturas extremas.
Frente a un resultado electoral que determina la necesidad de la segunda vuelta, los dos candidatos más votados deben intentar moderar sus posiciones y buscar acuerdos para atraer a ese electorado que, en la primera vuelta, optó por otros candidatos. De este modo se procura la búsqueda de la moderación y los consensos, esenciales en el sistema democrático representativo. No podemos olvidar que quien sea elegido presidente será quien represente a todos los argentinos, lo hayan votado o no.
Sin embargo, la realidad política argentina (y de esto es responsable la gran mayoría de su clase dirigente) considera los acuerdos y concesiones a que deben llegar los candidatos en una segunda vuelta no como instrumentos necesarios del sistema democrático sino como claudicaciones a la propia doctrina, llegando incluso a denominarlos despectivamente “contubernios”, primando la idea de que más vale un gobierno débil (entendido como un gobierno no mayoritario) que ceder un ápice los principios ideológicos, como si estos consistieran en verdades reveladas inmutables que presentaran el único camino a la salvación, posición que resulta violatoria de la esencia misma del sistema democrático. Esta postura errónea afecta a partidos y candidatos, y a los simples ciudadanos.
La política necesita diálogo y acuerdos. Pero diálogos y acuerdos sinceros, y no meras componendas electorales ni tampoco falsos cantos de sirena que, atraídos por ellos, nos destrocen en costas rocosas. Sin ellos –y lamentablemente somos testigos vivos de esta situación– no hay posibilidad de desarrollo y quedamos atrapados en una montaña rusa con bruscos cambios de dirección que nos perjudican a todos. Es la falta de esos acuerdos la que lleva a muchos de nuestros jóvenes a querer irse del país, al no ver futuro.
A los candidatos les pedimos que escuchen la decisión de las urnas y ofrezcan alternativas para que quienes no los votaron puedan, en esta nueva instancia, darles su voto. A los dirigentes de los partidos que no entraron en la segunda vuelta, que escuchen las propuestas de quienes sí llegaron y guíen a sus votantes en pos del bien del país (que no es sino el bien individual y colectivo). No se trata de dejar de ser oposición, sino de ejercer esta constructivamente. Tampoco sirve la “instrucción” a sus votantes fuera de toda reflexión y solo con el intento de evitar que el “otro” gane.
A quienes no votaron ni a Massa ni a Milei, que escuchen y analicen las propuestas de ambos candidatos y elijan con responsabilidad a quien será nuestro presidente.
La intransigencia de todos, lamentablemente, no nos llevará sino al fracaso.