El sentido cristiano de la paz
Estas líneas van dirigidas a todo lector, creyente o no, en la esperanza de la comprensión de lo siguiente. Basta el ejemplo de San Pablo: somos hijos de la permanente conversión. A punto tal que se puede decir que todo hijo de la resurrección es también hijo de la conversión, pues esta es inherente a la condición humana. Tanto el caso de la conversión a la fe como el caso de la lucha por guardar la fe contra la duda, el descreimiento, el escepticismo o la incredulidad. Por eso, a un género amplísimo de destinatarios va dirigida esta nota: a los convertidos a la fe, cuanto a la guarda de la ya adquirida.
La ejemplar vida de San Pablo puede servir de arquetipo de lo que aquí se intenta definir, esto es, que no hay resurrección sin la permanente lucha por la conversión. Los hijos de la resurrección son hijos de Dios y, por consiguiente, hijos del permanente acercamiento al modelo de Cristo, Dios de la paz. Modelo abierto a la fe de todo hombre, para que pueda llegar a la dignidad de ser hijo de Dios.
Cabe insistir en la idea de la conversión como presupuesto de la dignidad de los hijos de la resurrección; esta conversión obliga y compromete a todo hombre, tanto de fe, como no creyente o agnóstico. La conversión es presupuesto necesario y esencial de la resurrección. El ejemplo de la conversión de San Pablo es una muestra necesaria de la resurrección a la que alude Lucas en palabras de Nuestro Señor (Lc. 20, 36).
La conversión está abierta de este modo a todo hombre a quien va dirigida la palabra de Dios. La conversión paulina es modelo del oyente de la palabra, cuya difusión se alcanza por el afán apostólico por la paz. Resurrección y conversión constituyen la síntesis de la lucha por la defensa pacífica y respetuosa de la fe. El hombre de hoy bien puede encontrar en la palabra de Dios el sentido la plenitud de la vida, que consiste en la resurrección de la carne, aspecto esencial de la fe católica. Así pues, la propagación de la fe, en el magisterio de la Iglesia, tiende a la conversión de todo hombre a fin de alcanzar la promesa dirigida a los hijos de la resurrección.
La conversión y la consiguiente resurrección son coadyuvantes para garantizar la paz necesaria entre todos los hombres y solucionar los conflictos armados que buscan un fin puramente mundano, o un fin de paraíso inexistente.