El sentido común reinstala el liberalismo
Lejos de la algarada de los seguidores de Javier Milei, ocurre un proceso lento, pero contundente de conversión ideológica. Un fuerte corrimiento a posiciones clásicas del liberalismo político y económico traspasa partidos y clases sociales.
El fracaso del kirchnerismo y el desencanto que produce la repetición de sus errores es la explicación más directa. El resultado de las elecciones primarias, por su dimensión geográfica como por su impacto cuantitativo, corrobora ese corrimiento. Hay, sin embargo, signos que hacen pensar en una toma de conciencia más profunda por encima de los fulgores electorales.
El fenómeno transcurre al margen de la moda por el anarquismo liberal que se expande sin contagio nacional entre los votantes de la ciudad de Buenos Aires.
"La exacerbación del relato oficialista en contra del esfuerzo para la superación personal y el mérito empieza a encontrar una respuesta por encima de los alineamientos partidarios"
Milei parece más una reacción que un ejercicio de comprensión que se viene macerando entre frustraciones, errores reiterados, relatos engañosos y los datos duros de esa consecuencia: pobreza en crecimiento, pauperización hasta de los trabajadores formalizados, inflación que estraga los ingresos, achicamiento de las fuentes de producción y aumento de la dependencia de la asistencia del Estado.
La evolución de un proceso de conversión ideológica acompaña los continuos años de decadencia hasta llegar a la maduración de la necesidad de un cambio que rompa viejos paradigmas y consignas ancladas en el pasado.
La fractura de los votantes políticos en dos grandes universos venía anticipando un giro connotado por los resultados electorales de los últimos cinco turnos electorales. Con triunfos y derrotas del kirchnerismo, se acentuó en forma cada vez más notoria el rechazo que genera la multiplicación del empleo público y la eternización de los planes sociales en los distritos donde predominan el trabajo y la producción privada. Es lo que viene advirtiendo, elección tras elección, el interior bonaerense, Córdoba, la ciudad de Buenos Aires y Mendoza y, en menor medida, Santa Fe y Entre Ríos.
Esa franja central, señalada con desprecio desde el mando kirchnerista como sectores privilegiados, viene trasladando su influencia a otras regiones y, dato especialmente importante, a sectores sociales que eran hasta los últimos años cautivos de Néstor y Cristina Kirchner.
La exacerbación del relato oficialista en contra del esfuerzo para la superación personal y el mérito empieza a encontrar una respuesta por encima de los alineamientos partidarios. Una parte de la dirigencia peronista parece insinuar una cierta sintonía con los criterios que crecen desde abajo.
El largo encierro originado en la pandemia detonó lo impensado. Mientras desde el Estado se fantaseaba con soslayar el trabajo genuino y reemplazarlo por el control y el reparto estatal, los sectores más castigados observaron que al hambre añadían la aniquilación del futuro de sus hijos, impedidos de educarse durante un largo año y medio.
"Un viejo sentido común regresa. No es demasiado novedoso, pero durante años fue bloqueado por discursos insólitos"
El error fue fatal. Las víctimas de la cuarentena corroboraron que la ayuda estatal siempre será insuficiente, a la vez que entendieron que por sobre ellos se instaló una casta de avivados, llamados dirigentes de organizaciones sociales, que intermedian la ayuda a cambio de un porcentaje.
Un poco más arriba, lo que en otras épocas era la base del electorado peronista comprobó que el desinterés del kirchnerismo por bajar la inflación lo convierte en pobre aun teniendo un trabajo registrado y un sindicato aferrado a la aplicación de un convenio.
Mirado desde lo estrictamente electoral, parte de esos votantes que suelen cambiar de alianza política según a quien atribuyan el fracaso de la economía migraron una vez más en las últimas PASO en busca de una nueva expectativa.
Un viejo sentido común regresa. No es demasiado novedoso, pero durante años fue bloqueado por discursos insólitos. Una gran parte del país vuelve a decir que no habrá salida de la crisis sin un plan económico serio y sustentable y, si vuelve a ser estratégico, la generación de empleo genuino del sector privado.
Es tan grande la desgracia argentina que tales obviedades terminaron arrumbadas entre discursos de Estado presente, reparto de ayudas en lugar de facilidades para promover empleo y nuevos impuestos a los que producen.
Otro dato elemental de una reverdecida conciencia a fuerza de fracasos: se hace inviable que una parte del país sostenga con sus tributos una demanda de recursos estatales que no para de crecer.
"El relato de nuevos derechos que con tanta emoción repite el kirchnerismo ya tiene casi dos décadas"
Es en medio de este nuevo escenario que, en el cierre de la campaña electoral, Horacio Rodríguez Larreta se atrevió a proponer un proyecto para eliminar las indemnizaciones para facilitar la creación de nuevos puestos de trabajo.
El peronismo reunificado creyó encontrar en esa propuesta de campaña un error mortal de Juntos por el Cambio y desde el presidente Alberto Fernández salieron a tomar ventaja del patinazo del jefe de gobierno porteño. Pero no ocurrió ninguna catástrofe ni la intención de voto se le derrumbó a Juntos por el Cambio.
El tiempo pasa y los problemas aumentan y se hacen más complejos. Las leyes laborales, que el primer Perón adaptó como una versión de la Carta del Lavoro de Benito Mussolini, tienen más de 75 años y en su gran mayoría los convenios colectivos de trabajo datan de los años del Rodrigazo, 1975.
El relato de nuevos derechos que con tanta emoción repite el kirchnerismo ya tiene casi dos décadas y choca con la pérdida del derecho a trabajar, a hacer aportes jubilatorios y a tener obra social. Además, impide pensar en crecer a las decenas de miles de pequeñas y medianas empresas cuyos propietarios, en otros tiempos, también integraron la clientela electoral del peronismo.
El kirchnerismo parece haber perdido el olfato, el sentido en el que cambian los tiempos y las urgencias detonan cambios de comportamiento social. En 2003, captó a los movimientos piqueteros que pretendían expresar el súbito brote de la pobreza. Ni entonces ni ahora comprendió que los pobres quieren dejar de serlo.