El sencillo arte de dejarse engañar
MANAGUA.- En una carta de amor que parece más bien escrita por un adolescente timorato que empieza a balbucear en la poesía, Rubén Darío escribe a Amado Nervo el 2 de septiembre de 1908: "Mi caro amigo... y más!/poeta y trovador/a ti dedico con ardor/mis minutos de solaz...". Sólo dan ganas de agregar: ¿quién da más?, para completar la rima ramplona.
Esa misiva sentimental o billete amoroso, como se decía entonces, no es la única, y todas ellas, aunque se trata de una correspondencia supuestamente secreta, pues los amores entre dos hombres, y famosos en su tiempo, tenían que ser necesariamente clandestinos, llevan no sólo la firma, sino también la dirección del remitente, en este caso que cito la calle Serrano 27 de Madrid, cuando Darío era embajador de Nicaragua, y Nervo, secretario de la embajada de México. Nada de seudónimos, nada de iniciales. Nada que se parezca a una conspiración entre amantes. Nada de estremecedores poemas oscuros, como los de Lorca. En cambio, atroces faltas gramaticales: "Porque quiera el mundo/o no quiera/ yo, jamás a ti olvidaré!".
Además, estas cartas no han sido encontradas en el archivo de Nervo, el destinatario, sino en el del remitente, lo que quiere decir que Darío, más descuidado aún, sacó copia de ellas y, temerario, las guardó, él, el más tímido de los mortales, para que la posteridad supiera de su condición de homosexual.
Las cartas son parte de un lote de cerca de 900 documentos escritos a mano y calzados con la firma de Darío, entre los que además hay copias abundantes de sus propios poemas, que acaban de ser adquiridos por la universidad del estado de Arizona, adquisición celebrada con repique de campanas. El profesor de esa misma universidad Alberto Acereda, reputado como experto en la obra dariana, ha sido el primero en tener acceso a ellos y nos regala, como primicia, un artículo publicado en el Boletín de Estudios Hispánicos, que se edita en Londres y que titula "Nuestro más profundo y sublime secreto (título entresacado de una de las cartas): los amores transgresores entre Rubén Darío y Amado Nervo". Su propuesta es que, sobre la base de ese hallazgo, toda la obra de Darío, y por tanto la de Nervo, se lea desde ahora a la luz de la homosexualidad.
Sólo que las cartas son falsas. Y ya se sabe que para bailar esta clase de tangos se necesitan dos: un ingenuo que se deja timar y un pícaro que se alza con el botín que cándidamente le entrega el timador.
No conozco entre esa multitud de documentos más que aquellos que el profesor Acereda revela en su ensayo, pero él mismo advierte que "los manuscritos están en buen estado en su práctica totalidad, gracias al uso de papel grueso y de calidad, perfectamente legibles y con una notable ausencia de tachaduras, correcciones y enmiendas". Es decir, la obra de un falsificador sin imaginación, que busca imitar la caligrafía de Darío, de sobra conocida, pero no advierte que entonces, cuando se usaba tintero, plumilla de acero y secante, no se podía escribir sin borrones ni tachaduras, sobre todo cartas, y más que eso, que la letra cambiante de una persona responde siempre a los estados de ánimo, angustias, de las que Darío vivía lleno, entre ellas su siempre calamitosa condición económica, y la hiperestesia provocada por su tendencia al alcoholismo.
La joya más vistosa, entre las cartas reveladas, es la que Darío dirige a Nervo desde Nueva York, el 12 de enero de 1915, un año antes de su muerte, en Nicaragua, escrita en papel con membrete del Hotel Astor. Allí le dice: "Te escribo estas cuantas líneas, seguro de que al recibo de estas mías te encuentres lleno de alegría y felicidad, de salud y bienestar: confiado en que hayas recibido el poema que recientemente, con fecha de Barcelona, septiembre del año pasado te lo hice y dedicado como muestra de mi gran amor hacia ti, el cual titulé «Ah! Recuerda!», como tributo al sentimiento y gran amor y pasión que nos une...". Otra vez el idioma destrozado bajo la firma, dichosamente falsa, de Darío.
El poema en cuestión también está en el archivo comprado por la Universidad de Arizona, a un precio aún no revelado, y comienza: "De tus ardientes pupilas/aún siento el vago poder/aún me incendian tus miradas/de infinita languidez/aún escucho tus palabras/y tus promesas de ayer/aún de tus besos dulcísimos/siento en tus labios la miel...". El manuscrito falsificado no lleva ninguna puntuación. Pero eso es lo de menos. Todo el andamiaje se derrumba cuando encontramos que ese poema no es sino una copia de "Remember", una de las composiciones de adolescencia de Darío, escrito en Managua, antes de su viaje a Chile en 1886, cuando no conocía a Amado Nervo, y nunca pudo habérselo dedicado.
Una falsificación tan burda que hace agua por todos lados: en la carta donde se menciona "Ah, recuerda!", se le da fecha de 1913, pero el falsificador lo olvidó al fabricar el manuscrito del poema, pues en el facsímil del mismo, que aparece reproducido al final del ensayo del profesor Acereda junto con las demás piezas que buscan probar los "amores transgresores" entre Darío y Nervo, se lee al pie: "Barcelona, noviembre de 1914". El falsificador, o los falsificadores, pues a lo mejor se trata de todo un equipo de transgresores, ignora todo acerca de la vida de Darío, pues el 25 de octubre de ese mismo año había partido hacia Nueva York a bordo del buque Antonio López, mediante pasaje que le obsequió el marqués de Comillas, un viaje para nunca más volver. Y "Remember", aquel poemita de su adolescencia, de tanta fortuna entre los enamorados, tenía ya treinta años de existencia. ¿Lo recordaría aún el poeta moribundo?
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