El salario de los médicos: un desfase entre la valoración social y la retribución económica
En 1953, una película dirigida por Henri-Georges Clouzot, interpretada por Yves Montand y titulada El salario del miedo (basada en la novela homónima de Georges Arnaud) causó considerable impacto. El núcleo del guion era la contratación de un grupo reducido de personas para intentar una “misión suicida” que consistía en transportar nitroglicerina a lo largo de un peligroso camino de montañas y selvas con el objetivo de neutralizar el incendio de un pozo de petróleo. Recordé esta novela como una verdadera alegoría para abordar el tema de la remuneración de los médicos argentinos, un asunto sumamente sensible desde siempre y más aún en el contexto de la actual y devastadora pandemia. La diferencia de los personajes de la ficción respecto de los médicos es que el cartel que convocaba a aquellos ofrecía una “salario elevado” por efectuar un “trabajo peligroso”. Los médicos argentinos, tanto en el ámbito público como en el privado, perciben algo peor aún que aquel “salario del miedo”.
El tema va mucho más allá de la “esencialidad” de los médicos durante la pandemia, pero es un buen punto de partida para el análisis. La gran pregunta es por qué la sociedad tiene una elevada consideración de la trascendencia y responsabilidad que implica el trabajo del médico, pero esto no tiene un correlato en el reconocimiento económico por parte de quienes contratan a los médicos (tanto en el nivel público como en el privado). Este tema tiene múltiples implicancias en el ámbito de la salud, como la existencia de especialidades críticas y el pluriempleo médico. Hurtado Hoyos y colaboradores han expresado claramente que “mantener remuneraciones médicas no adecuadas repercute como un factor de riesgo para la salud pública” (“Remuneraciones profesionales médicas”, Revista de la Asociación Médica Argentina, 2009; vol. 122-3:6-15).
Las especialidades críticas son aquellas en las que el número de profesionales es inferior al necesario. Esto ocurre, básicamente, porque los médicos jóvenes han dejado de optar por ellas porque la relación esfuerzo/riesgo/remuneración es absolutamente absurda. Una de estas especialidades críticas es justamente la de los médicos especializados en terapia intensiva. La pandemia ha desnudado dramáticas obviedades tales como que los recursos técnicos (ejemplo: respiradores) se pueden incorporar al sistema en plazos infinitamente menores que los años que lleva capacitar a un médico especialista a cargo de los pacientes conectados a esos equipos.
Las asociaciones profesionales que representan a los médicos enfrentan cíclicamente notorias dificultades para lograr el objetivo de recomponer el salario y/o los honorarios de los médicos. La imagen que se reitera todos los años es la de “médicos mendicantes” que reclaman su derecho no solo a un salario razonable, sino también a condiciones de trabajo adecuadas.
Se podrán esgrimir causas como las limitaciones presupuestarias, pero en determinados ámbitos también juegan un rol muy importante la relación oferta/demanda y el débil poder de negociación de los profesionales de la salud. Lo cierto es que para quienes contratan a los médicos el rubro “salario o remuneraciones médicas” cede ante los recursos económicos destinados a otras prioridades o intereses. El buen samaritano, como es lógico, nunca dejará de asistir al paciente.
Como muy bien lo expresan Daniel Maceira y colaboradores, “la existencia de un sistema de salud altamente descentralizado a nivel provincial, con capacidades financieras y perfiles demográficos y epidemiológicos diferenciados, configura un escenario con actores con distinto poder de negociación”.
Estos autores afirman con buen criterio: “Las motivaciones no monetarias de los trabajadores de la salud son un ingrediente sustancial en su vínculo con el trabajo (solidaridad, compromiso social, prestigio, trabajo en equipo). Dentro de estos aspectos “no monetarios” que determinan elecciones laborales por parte de los profesionales de la salud se encuentran “la posibilidad de acceder al aprendizaje de nuevos procedimientos, tener acceso a equipamientos de punta, desarrollar tareas en instituciones de prestigio, etc.”.
En una encuesta, entre el 80% y el 95% de los médicos entrevistados (de acuerdo con la jurisdicción analizada) manifestaron estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con el nivel salarial que ofrece el establecimiento público para profesionales de su currículum y experiencia. Entre el 72% y el 83% (de acuerdo con la jurisdicción) de los médicos de la salud pública expresaron que cuentan con al menos una o dos actividades complementarias de la labor que realizan en el hospital público (pluriempleo o multiactividad). (Fuente: “Política salarial del sector salud en el Mercosur. Estudio de Argentina”. Maceira, D.; Palacios, A.; Nieves, M.).
Un análisis del tema que nos ocupa no sería objetivo si no consideráramos ciertos sesgos de la conducta prestacional en los subsistemas de salud en nuestro país, tanto en las estructuras de pagos fijos (cápitas) –en las que se fija un arancel por paciente independientemente de las prestaciones realizadas– como en el extremo opuesto, el pago por prestación. Una auditoría compartida entre instituciones contratantes e instituciones médicas sería una saludable opción para lograr equilibrio y razonabilidad.
La Argentina tiene 182.189 médicos matriculados (a 2019). (Fuente: Observatorio Federal de Recursos Humanos en Salud www.argentina.gob.ar/salud/observatorio, con base de datos de la Red Federal de Registros de Profesionales de la Salud, abril de 2020). Para poner en perspectiva esta cifra, según el Global Health Security Index, los países con una adecuada disponibilidad de médicos tienen entre 200 y 400 médicos por cada 100.000 habitantes. La Argentina dispone de 405 médicos cada 100.000 habitantes. Un panorama comparativo nos muestra que Italia tiene 391 médicos cada 100.000 habitantes; España, 387; Francia, 324; el Reino Unido, 283, y EE.UU., 257, por mencionar solo algunas referencias (fuente: Global Health Security Index, NTI y Bloomberg School of Public Health –2019–).
El número de médicos no es un aspecto menor en el tema que nos ocupa, dado que la relación oferta/demanda es determinante en la oferta remunerativa. En la Argentina, el salario de un médico residente supera escasamente el valor de la canasta familiar básica, y el salario de un médico de planta promedio es equivalente a dos canastas familiares básicas. Es hora de que el sistema de salud no tenga como principal sustento el “heroísmo médico”. Si el protagonismo dramático que ha adquirido la medicina durante este evento excepcional de la pandemia no genera un cambio de prioridades que determinen una nueva jerarquización de los médicos (y de todo el personal del equipo de salud), la sociedad en su conjunto cometerá un acto de injusticia imperdonable.
Profesor adjunto de la cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Medicina (UBA)