El rottweiler de Cambiemos
En la semana que pasó, la doctora Elisa María Avelina Carrió coronó uno de sus máximos desvelos desde hace doce años: Cristina Kirchner fue llamada a indagatoria por el direccionamiento de obra pública hacia Lázaro Báez. También, como si fuera poco, le imprimió velocidad a detectar la ruta del dinero S (Scioli).
Todo sucedió en ausencia física de la diputada quien volvía ayer de Italia. Allí, además de dar rienda suelta a dos de sus principales pasiones -comer rico y zambullirse en todo charco de agua que encuentre a tiro- fue en busca de supuestos indicios de bienes ocultos del ex gobernador bonaerense.
Carrió, que tiene un sexto sentido para intuir irregularidades con singular precisión, vislumbró desde muy temprano, ya en 2004, el modus operandi del robo para la corona de los políticos australes. Tardó cuatro años más en acumular las pruebas y darle forma jurídica a lo que fue su denuncia concreta en 2008 ante el juez Julián Ercolini, que entonces, lejos de englobar los casos bajo la figura de asociación ilícita, prefirió dividirla en varios expedientes y se quedó sin hacer olas durante ocho años más, hasta este 2016.
El hallazgo del aparatoso dragón de lata que contenía en sus entrañas una tremenda caja fuerte (vacía) al borde de una pileta dentro de un country resultó la comidilla de los medios por su empalagante acumulación de desopilantes alegorías. El dueño del peculiar artefacto, Walter Carbone, fue el cajero de la campaña electoral del derrotado candidato presidencial del Frente para la Victoria.
Aunque a Lilita no le cae mal Scioli, eso no le impide intentar descifrar como un sabueso su situación patrimonial y el de su círculo íntimo. Para ello cuenta con un reducido y afiatado cuerpo de abogados conducido por Paula Oliveto, jefa de investigación de ese equipo desde hace 14 años. La especialización administrativista de todos ellos, y sus vinculaciones estrechas con pares en ese rubro que ocupan puestos clave en distintos poderes del Estado, facilita que la información fluya hacia las manos de los Lilita's boys prescindiendo de los viscosos servicios de inteligencia por los que Carrió siente marcada alergia.
Aparte de hacer chistes con sus amigos y en las redes sociales, y de refugiarse en su chacra de Exaltación de la Cruz en busca de relax y de bajar un poco el estrés que la llevó en los últimos años a internaciones por su baja de potasio, no hay nada que a Carrió le guste más que poner bajo su potente lupa de control de calidad institucional no sólo a ajenos, sino también a propios.
Ser la arquitecta que pergeñó la exitosa coalición de Cambiemos (con un Pro protagónico, secundado por la UCR y su partido) no le impide seguir siendo la autoerigida fiscal de la República. Aunque serlo del propio gobierno que contribuyó a conformar suscite sensaciones extrañas e incomodidades.
Es que nunca sucedió algo así. Las presidencias en la Argentina suelen ser imperialmente verticales y, si se las discute desde adentro, pueden generar graves cismas. Así sucedió con Alejandro Gómez y Chacho Alvarez, respectivos vicepresidentes renunciantes de Arturo Frondizi y de Fernando de la Rúa, con costos letales, en no mucho tiempo más, para los propios titulares de esas fórmulas.
El hecho de que Lilita no ocupe ningún cargo institucional atempera el impacto en la opinión pública de los afilados mandobles que la legisladora suele asestar en el momento menos pensado. Carrió está obsesionada por limpiar en el acto cualquier mácula que amenace con ensuciar al gobierno de Cambiemos y en corregir los rumbos que considera equivocados como advirtió tempranamente en el tema de las tarifas. Tampoco se olvidó de la aduana, los narcos ni del jefe de la policía bonaerense, Pablo Bressi. Ni de sus broncas hacia Massa, Lorenzetti y Angelici. Pero, en cambio, bancó a Gómez Centurión.
Es un rottweiler listo para atacar a quien amenace a la República. Eso no quita que por error o por puro mal genio esa raza canina también le tenga reservados gruñidos y hasta algún doloroso tarascón a su propio amo. Sólo que en el caso de Carrió ni siquiera hay amo: ella se siente un espíritu libre, que disfruta de no tener que estar atada a ninguna formalidad. Y la opinión pública parece captar ese espacio tan particular que sólo ella puede ocupar y ya no se conmociona ante sus graves denuncias, aunque cada vez más, por su comprobada credibilidad, no deja de prestarle creciente atención.
En contraste con lo que sucedía hasta hace apenas nueve meses, cuando nadie osaba contradecir dentro del oficialismo a Cristina Kirchner, que el gobierno de Cambiemos sostenga una voz interior tan exigente y severa es casi lo mejor que le puede pasar a la construcción de una nueva gobernabilidad en serio. Lejos de desestabilizarla, la volverá más potente si sabe atender y restañar a tiempo esos llamados de atención.
Pro y contra sobre Elisa Carrió. Responde el presidente Mauricio Macri: "Me quedaría solamente con el pro. Siento que ayuda, me ayuda y nos ayuda a reflexionar desde el punto de vista institucional, que es la carencia mayor que tiene la Argentina. Eso es valioso por sobre todas las cosas que se digan en contra y que son demasiado trilladas".
El 26 de diciembre cumple 60 años y dice que se jubila (pero el año que viene habrá elecciones). ¿Alguien puede creerle?
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