El rompecabezas tributario y su impacto en la gobernabilidad
En estas horas aciagas no es sencillo ser un gobernante populista en un país pobre y estancado. Si se estimula el consumo con emisión monetaria se dispara la inflación. Si se busca tomar deuda, los mercados exhiben de inmediato las inconsistencias macroeconómicas y la falta de credibilidad del país cobrando una tasa de interés altísima que genera quejas en los consumidores y asfixia en los productores. Para expropiar una empresa concursada hacen falta mucho dinero, una mayoría en el Congreso y que ningún juez se anime a aplicar la ley a rajatabla. Los sectores medios urbanos están irritables, se enojan y se manifiestan ruidosamente no solo en las redes sociales: también ganan la calle, que hasta hace no mucho era patrimonio de los movimientos sociales afines, hoy domesticados gracias al gasto y la fascinación de sentirse cerca del poder. Los inversores huyen en manada hacia destinos con reglas de juego claras y estables: a pesar de que la globalización está estancada y se ven algunos síntomas de reversión, los países sensatos (y los no tanto) compiten por captar los flujos que migran de los destinos más turbulentos.
Lejos de "combatir al capital" o acusar a empresarios de complicidades imaginarias, los seducen con bajos impuestos, seguridad jurídica e incentivos de toda índole. El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, acaba de hacer un exitoso raid mediático para terminar de convencer a miles de familias argentinas de clase media alta de que su mejor destino es cruzar el charco y observar la decadencia de nuestra nación desde la anhelada tranquilidad que siempre nos brinda la Banda Oriental. "No queremos solo su dinero, queremos a su familia, que se integren a nuestra sociedad", remató.
Para los atosigados populistas de la periferia debe ser frustrante comprobar que algunos billonarios de los países más ricos piden a gritos que les cobren más impuestos, a menudo reducidos incluso por gobernantes que rechazan la utopía liberal de la globalización y la democracia que predominó unas décadas atrás
Para los atosigados populistas de la periferia debe ser frustrante comprobar que algunos billonarios de los países más ricos piden a gritos que les cobren más impuestos, a menudo reducidos incluso por gobernantes que rechazan la utopía liberal de la globalización y la democracia que predominó unas décadas atrás. ¿Por qué esos capitalistas "buenos", comprometidos y generosos viven tan lejos? María Elena Walsh había advertido que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez (también avisó sobre que un ladrón podía llegar a vigilante y otro incluso a juez; nada dijo de cargos electivos, tal vez porque lo escribió en un contexto en que las urnas estaban bien guardadas). Pero ni ella ni los mejores exponentes del realismo mágico imaginaron que un grupo de ciudadanos increíblemente adinerados solicitara cándidamente a las autoridades competentes que les cobraran muchos más tributos.
El sueño del recordado Carlos Tacchi se hizo realidad: poco menos de cien millonarios, entre los que se cuentan dos herederos del imperio Disney, Abigail y Tim, así como el ex-CEO nada menos que de BlackRock Morris Pearl, declararon públicamente su intención de contribuir a sanear aunque sea parcialmente los gastos excesivos que están enfrentando sus países como consecuencia de la megacrisis desatada por la pandemia de Covid-19.
A diferencia de los escasos millonarios que siguen siendo residentes fiscales en nuestro país, a quienes los grupos más radicalizados del Frente de Todos pretenden, como acaba de insistir Bonafini, aumentarles la altísima presión tributaria, los impulsores de esta inusual iniciativa –que se autoimpusieron el pomposo nombre de "Millonarios por la Humanidad"– tienen algo en común: ganaron una impresionante cantidad de dinero en los últimos años. Más de lo que jamás habían esperado. Mucho más de lo que podrían gastar. Son conscientes de que viven en un mundo muy inequitativo, lleno de conflictos y necesidades. Tal vez no puedan o les dé culpa disfrutar de sus fortunas. Cuentan con los mejores asesores impositivos, con una gran expertise en diseñar mecanismos de planificación fiscal a medida de sus clientes para aprovechar agujeros y contradicciones en los marcos regulatorios existentes.
Vaya paradoja: cuando los gobiernos suben los impuestos, los capitalistas se quejan, logran excepciones o huyen hacia paraísos fiscales o hacia destinos con una carga impositiva más acotada; cuando los bajan demasiado, piden que se los aumenten. Deben saber que sus fortunas derivan solo en parte de sus talentos y esfuerzos: viven y trabajan en países competitivos, el costo de financiamiento es bajísimo y todos sus activos se han valorizado muchísimo, en especial las empresas. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en la Argentina: pésimas políticas públicas implementadas durante décadas por sucesivas ineptocracias destruyeron un país rico y vigoroso, quebrando fiscalmente al Estado, empobreciendo a la sociedad y derrumbando el valor de los activos financieros y reales, incluidos el patrimonio y las empresas de nuestros menguados capitalistas, casi una especie en extinción. Lección para el manual del gobernante populista: para distribuir el ingreso, primero es necesaria una larga etapa de acumulación. De lo contrario, lo que se distribuye es pobreza, sobre todo por el descrédito, las crisis de la deuda y la inflación. Un estudio reciente de la consultora de Orlando Ferreres demostró que la emisión monetaria igualó a la recaudación. Nadie puede sorprenderse de que la inflación de junio fuera del 2,2%, a pesar de la hiperrecesión que causó la pandemia.
Los gobiernos populistas que enfrentan crisis tan agudas tienen dos opciones, que explican las serias disputas dentro del FdT: se profundiza un programa de radicalización estatista, aunque eso ponga en riesgo al sistema democrático y se termine de dilapidar la poca riqueza que aún nos queda, o se despliega un esfuerzo de sensatez y sentido común, con una dosis enorme de pragmatismo y algo de ortodoxia. Esto último fue lo que prefirió el peronismo, con suerte, calidad y liderazgos disímiles. Lo hizo Perón entre 1949 y 1952. También Isabel, con el "Rodrigazo" en 1975, que profundizó esta interminable decadencia en la que está metida la Argentina. Lo mismo ocurrió con la dupla Duhalde-Remes, durante el colapso del régimen de convertibilidad.
La pregunta es qué hará el actual mandatario, en especial en un marco en que las tensiones dentro de su coalición escalaron tanto en las últimas horas que erosionaron la autoridad presidencial. Parece contraintuitivo, pero… ¿deberemos mirar esta experiencia a la luz del fracaso de la Alianza? ¿Se desintegrará la coalición gobernante al quebrarse la fórmula que plasmaba un acuerdo electoral? Si Fernández se deja tentar por los cantos de sirena de los halcones más duros, se puede partir su coalición con la fuga de los segmentos más moderados, que se supone que él lidera, con consecuencias electorales potencialmente similares a las que sufrió el kirchnerismo en 2009, 2013, 2015 y 2017. Pocos creen que se anime a profundizar las contradicciones existentes y enfrentar a Cristina, aunque pueda pactar con las palomas de JxC y arrastre consigo a la mayoría de gobernadores e intendentes: la gobernabilidad es imposible sin la provincia de Buenos Aires, o al menos sin el GBA, donde se supone que aún reina la vicepresidenta mediante su dupla de confianza Axel-Berni. Seguramente, el Presidente postergará esta dramática decisión hasta que no tenga más remedio. No es fácil determinar el estado de descomposición que puede tener nuestra sociedad cuando eso ocurra. O si para entonces pueda ser demasiado tarde.