El rompecabezas del litio
En 2017 (parece ayer…), viajamos a Jujuy para visitar el centro científico que se estaba gestando para el desarrollo de la tecnología del litio en Palpalá y la magnificencia del salar de Olaroz, que se extiende por 300.000 hectáreas a 4200 metros de altura sobre el nivel del mar y a 68 km del paso de Jama, en el límite con Chile. Allí, el viento sopla feroz sobre el mar blanco del que se extrae por evaporación ese metal considerado el “oro blanco” de la actualidad, por su uso en baterías de computadoras, teléfonos celulares y autos eléctricos, y del que la Argentina posee uno de los mayores yacimientos del planeta.
Recorrimos los caminos serpenteantes de la Puna, de una hermosura que deja sin aliento, junto con los fotógrafos Emiliano Lasalvia y Silvana Colombo. Íbamos guiados por la química Victoria Flexer y el geólogo Javier Elórtegui Palacios, ambos investigadores del Conicet. El sueño que alentaban entre esas majestuosas soledades era el de llegar a dominar la tecnología para no vender el litio “en bruto”, sino integrado en baterías, bienes que están en la mira de gobiernos, inversores e industrias. Contra viento y marea, Victoria está haciendo escuela e impulsando un polo de investigación que surgió casi de la nada, junto con sus becarios y otros científicos de la Universidad Nacional de Jujuy.
Las noticias de las últimas semanas de que compañías internacionales comprarían litio argentino para fabricar baterías de autos eléctricos me hizo recordar inmediatamente a ese grupo de jóvenes brillantes y aguerridos. ¿Estarían ya en condiciones de hacer realidad sus proyectos? Bastaron algunas explicaciones de la “fierecilla del litio” para comprender que las dificultades para entrar a jugar “en primera” son mayores de lo que se imagina.
Las baterías están compuestas de “celdas”, que son los dispositivos básicos donde se produce la transformación de energía química en eléctrica ( la batería es el ensamblaje de una o más de estas unidades). No las estamos fabricando con nuestro litio esencialmente por tres razones, explica Victoria. La primera es que no sería negocio. Las fábricas de países desarrollados producen un volumen tan gigantesco (entre uno y tres millones por día), que pueden obtener ingentes ganancias con precios que están apenas por encima (un 5 o 10%) de su costo de producción. Pero si la industria es pequeña, la ganancia es tan exigua que el negocio deja de ser tentador.
Por otro lado, para hacer una batería que funcione, no basta con tener “la receta”. Hay que conocer los aditivos para que la ciclabilidad del sistema sea alta, conocer la pureza necesaria de los reactivos y otros secretos que solo poseen las grandes empresas.
Y como si todo esto fuera poco, el litio que se produce en el país está enteramente en manos extranjeras que le venden al mejor postor; en general, sus propias casas matrices. De modo que si alguien decidiera instalar aquí una fábrica de baterías o celdas, no tiene garantizado el litio necesario como materia prima.
¿Quiere decir que ya perdimos el tren? Tal vez no y valga la pena ponerse a hacer “ingeniería reversa”, prueba y error. Pero, claro, habrá que estar dispuestos a ir “a pérdida” durante un tiempo largo, algo que difícilmente sea aceptado por un privado. He ahí el rol que debería cumplir un Estado comprometido con una visión de largo plazo. Si se decidiera aceptar el desafío, la tarea deberá estar en manos no de científicos que tienen que correr detrás de subsidios, papers y evaluaciones académicas, sino de un grupo de tecnólogos que estén en condiciones de dedicar el 100% de su tiempo laboral a este tema.
Mientras tanto, para Flexer, hay una oportunidad importante en el desarrollo de nuevas técnicas de explotación minera más eficientes y sustentables. “Los métodos actuales de extracción no solo presentan problemas ambientales, también son malísimos desde una perspectiva de eficiencia –explica–. Y esa carrera la están corriendo muy, pero muy pocos. Ahí también tenemos una oportunidad de convertirnos en exportadores de tecnología”. A veces, para ver hay que saber mirar.