El rol fundamental que tendrá la oposición
Hace cincuenta años, el nobel de Economía Kuznetz dijo que existían cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y la Argentina. Esa reflexión tal vez sirva para explicar la elección del domingo 22, una anomalía, si las hay: que el candidato oficialista se imponga, en un país al borde de la hiperinflación, con la mitad de la población en la pobreza y en medio de un festival de corrupción pornográfica.
Las anomalías no se explican, esa es su naturaleza. Por eso conviene más analizar lo que viene; sobre todo las condiciones del nuevo escenario para cualquier candidato que gane la segunda vuelta. Sin exagerar, los desafíos que debe enfrentar un próximo gobierno son de los más graves en lo que va del siglo. Basta un dato: el país no crece desde hace diez años. Esa es la razón por la que el ingreso per cápita viene cayendo a razón de 0,9% anual. Somos sostenidamente cada vez más pobres.
Hay dos preguntas que los candidatos debieran responder. Las básicas: ¿qué? y ¿cómo? En cuanto a la primera, los contendientes están en los extremos; uno propone la continuación de un modelo disfuncional, plagado de parches e inconsistencias de toda índole. El otro plantea la implosión del sistema, con propuestas terminantes para una suerte de empezar y dar de nuevo. La segunda propuesta es aún más compleja, porque tiene que ver con el camino institucional crítico para llevarla adelante, para hacerla realidad.
Y es aquí donde viene lo más interesante. Tan complejo escenario social, económico y político va a tener uno de los poderes ejecutivos más limitados de los que se recuerde. Sin capacidad de quorum propio en el Congreso ni mayorías suficientes para votar. Y con una Justicia que ya se ha puesto más que atenta. Ante la necesidad imperiosa de jugar en los bordes, Montesquieu adquiere toda su dimensión.
Y acá se presenta el deber y la oportunidad de la oposición perdedora. Tiene nueve gobernaciones y una presencia determinante en el Congreso. Viene a la memoria el famoso bloque de los 44, con legisladores de la talla de Balbín, Frondizi, Yadarola y Rojas, y tantos otros grandes. Su rol no es ni más ni menos que preservar el sistema institucional del país en lo que muy probablemente se incline hacia el desboque, con la excusa perenne de la necesidad y urgencia.
Lo primero es mantenerse unidos; la prueba de que es posible la han dado los últimos cuatro años, en los que casi nunca cedió a los intereses particulares ni a las malas artes. Lo segundo es desplegar su capacidad de veto o construcción, teniendo en miras siempre el bien superior. Su rol, en definitiva, es ser la vara moral y conceptual de un país que va a estar acechado por el riesgo más grande para un sistema, el desborde.
Lo inmediato es el siguiente paso electoral, sea acuerdo o libertad de acción. Es una coalición y hay diferencias de miradas y hasta de viejas amistades. Deben primar los valores, siempre, antes que los intereses. Aquí se empezará a definir todo, que no es solo el futuro de la coalición opositora, sino la del país y su gente. Porque está claro que sin eso no hay desarrollo ni inversión ni nada y seguiremos a los tumbos.