El rol del sector privado en tiempos de emergencia
Si hay una palabra que sobrevuela todas las conversaciones en tiempos de cuarentena, es "incertidumbre". Nadie sabe a ciencia cierta cuándo habrá vacuna, cuándo llegará el pico de la enfermedad o cuándo terminaremos el confinamiento entre cuatro paredes. Lo que sí sabemos es que cuando todo vuelva a funcionar más o menos normalmente nos encontraremos con mayor pobreza y desigualdad.
Frente a esto, cabe preguntarse cómo el sector privado ha respondido a esta emergencia inédita, teniendo en cuenta que –antes de ver cuánto y a quién donó cada empresa– su primera responsabilidad social es la de cuidar a las personas. Y esto podría resumirse en sostener y cuidar el empleo; sostener la cadena de pagos y los compromisos con sus clientes y proveedores; sostener los precios y no aumentar preventivamente y sostener a las comunidades en que están insertas, a través de las organizaciones sociales a las que apoyan.
Sin embargo, antes de exigir estos compromisos de ciudadanía corporativa, que les corresponden a las empresas como actores sociales que son, hay que comprender al mismo tiempo cómo esta crisis les está afectando directamente. Sabemos que si bien hay una porción de la actividad económica que ha mantenido e incluso incrementado su facturación en este tiempo, la gran mayoría ha caído por debajo de todo parámetro. En nuestro país hay plantas industriales que han detenido su producción por primera vez en 70 años, alcanzando una producción cero, o peor aún hay compañías que se aproximan al tercer mes consecutivo sin ventas.
Hecha esta contextualización, es importante encontrar un equilibrio virtuoso y evitar todo fundamentalismo. Ya sea aquella actitud que más que alentar la articulación público privada, busca una subordinación de la actividad económica al Estado; como aquella otra a la que cualquier referencia de bien público le provoca escozor.
Pero volvamos al análisis de la filantropía institucional, es decir, del universo de las fundaciones donantes y las empresas comprometidas con la inversión social. Esta crisis excepcional ha hecho brotar un acontecimiento que merece la pena reconocerse y es la irrupción de los CEOs y dueños de empresas que asumieron el liderazgo en primera persona. "Argentina nos necesita" y "Seamos Uno", son dos de las campañas de recaudación de fondos promovidas por los ejecutivos que ya recaudaron cientos de millones de pesos para la asistencia social y sanitaria.
Esta crisis excepcional ha hecho brotar un acontecimiento que merece la pena reconocerse y es la irrupción de los CEOs y dueños de empresas que asumieron el liderazgo en primera persona
Desde el Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE) también promovimos "Una sola hinchada", la campaña para llevar alimentos a las localidades más necesitadas del interior del país y hacer lo propio para que no falte el plato de comida en la mesa de ninguna familia.
Ahora bien, mencionadas algunas de las respuestas urgentes ante la emergencia, surgen algunos aprendizajes de cara al futuro. El primero es entender el desarrollo sostenible como un proceso necesario de institucionalización. En otras palabras, es imprescindible crear una "infraestructura de bien público" en el sector privado que vaya de la fragmentación y la competencia individualista hacia una colaboración eficaz. Ese encuentro de cámaras y asociaciones empresariales es llamado a trascender la gesta heroica de "los número uno" y establecer una coordinación estratégica de largo plazo.
El ideario de un "ecosistema de bien público" que una a las empresas más allá de sus intereses particulares es un camino que comenzamos a transitar desde el GDFE junto a ACDE, AmCham, CEADS, IARSE e IDEA en pos de lograr una agenda común. Y nos preguntamos: ¿Por qué no institucionalizar un nuevo paradigma empresarial que no descuide nada de su rol como agente económico y que incorpore cada vez más de su propósito como actor social?
Asimismo, las organizaciones de la sociedad civil con su irreemplazable rol territorial necesitan ser reconocidas y valorizadas como entidades intermedias sin las cuales ni siquiera el Estado puede cumplir muchas veces sus obligaciones. Es imprescindible articular también junto a los sectores de la economía social y crear un ecosistema de la sociedad civil institucionalizado.
A su vez, escuchamos hasta el cansancio que muchos de nuestros males son producto de la falta de confianza en las instituciones. Los organismos públicos, las empresas, la justicia y hasta las iglesias ganan en desprestigio. Es cierto que entidades que otrora gozaban de buena reputación hoy son cuestionadas. Pero al mismo tiempo también es cierto que quedándonos en el diagnóstico apático de lo que es dejamos de pensar en lo que puede ser.
Parafraseando a Ortega y Gasset afirmamos que las instituciones son auténtica creación, imaginación absoluta. Claro, las malas prácticas enquistadas en su funcionamiento no fueron dadas de una vez y para siempre, sino que nosotros mismos las reproducimos día a día. Dado que a lo instituido le precede lo instituyente ¿qué esperamos para poner manos a la obra de la reinstitucionalización?
¿Por qué no arriesgarnos a impulsar entre medio de los males recurrentes algo distinto? ¿No será tiempo de rebelarnos contra la pretendida "vuelta a la normalidad" por entender que dicha normalidad trae consigo que la mitad de los niños vivan bajo la línea de pobreza? ¿Por qué no lanzar un movimiento plural con mirada de bien común para repensar nuestras instituciones? ¿No será este tiempo de pausa de lo ordinario el oportuno para soñar con lo extraordinario?
Director Ejecutivo del Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE)