El riesgo del corto plazo en la educación
El debate educativo está acorralado por el corto plazo. La investigación comparada muestra que es necesario reunir seis condiciones para mejorar en serio un sistema educativo: una clara visión; liderazgo político-educativo ampliamente reconocido; presupuesto (sin recursos no hay verdaderas reformas educativas); diálogos productivos y sinceros; equipos técnicos de primer nivel que entiendan cómo funciona el sistema y sepan crear llaves de cambio practicables, y tiempo, mucha continuidad y retroalimentación para modificar prácticas profundas.
Estas características muestran largos caminos por recorrer hoy en el país, salvo en algunas provincias donde ciertos equipos han logrado consolidarse. La urgencia fiscal está dominando la posibilidad de transformar la educación. Las negociaciones salariales tienden a la baja: en promedio el salario docente bajó un 5% en 2016 y un 4% en 2017 en términos reales.
El círculo que debemos crear es ampliamente conocido en el debate educativo mundial: mejorar salarios en combinación con requisitos más exigentes de formación docente y una carrera profesional basada en el mérito y no únicamente en la antigüedad. Si no están presentes todas estas piezas al mismo tiempo y durante varios años, es imposible que la docencia gane prestigio social. Sin prestigio social pocos querrán acercarse a la docencia, algo que ya vemos en algunas jurisdicciones como un grave problema.
De la mano vienen las políticas curriculares y pedagógicas: repensar la escuela, lo que se enseña y la dinámica interna de la organización escolar. Esto requiere formar equipos en el Estado que tengan continuidad, claridad y legitimidad. Equipos que puedan trabajar codo a codo con las escuelas, aprender de lo que funciona y generar cambios sustentables. Las reformas educativas no se pueden imponer porque dependen de las prácticas de los docentes. Sin su apropiación, sin que los docentes encuentren nuevos caminos con sentido y motivación, sin entender qué necesitan ni cuánto puede pedirse de ellos, no se puede pretender mejorar la educación.
Si la hipótesis fuese que la cuestión fiscal es más importante que la educativa, entonces hay que cuidar a los educadores y a los alumnos sabiendo que no es su momento. Habrá que sostener el salario real, disminuir las ineficiencias (algo que requiere un trabajo muy cuidadoso para no cometer injusticias) y crear caminos de diálogos y aprendizajes dentro del sistema sin proponer reformas impracticables.
Lo último que debe ocurrir es ampliar las brechas. La brecha entre los que más y menos tienen puede ser reducida si se invierte más en provincias y escuelas más pobres o si se propone una reforma fiscal realmente progresiva. La brecha ideológica, que mina la posibilidad de construir caminos educativos comunes. Es urgente crear puentes con especialistas reconocidos y de miradas plurales en los consejos oficiales de educación, que han sido vaciados desde hace muchos años. Y la brecha entre los educadores y la sociedad: es importante que los políticos reconozcan el enorme esfuerzo de los docentes y no los enfrenten a la sociedad acusándolos de todos los males del sistema.
Si es necesario disminuir el ausentismo que se avance seriamente, pero que no sea el centro del debate porque así se desprestigia aún más a los docentes. La inmensa mayoría de ellos está en las aulas dando las grandes batallas contraculturales de nuestro tiempo: son los defensores del largo plazo, de la equidad, de la formación de valores en una sociedad despiadada. Los docentes son parte de los activos más poderosos que tenemos para construir una sociedad más justa. Merecen ser defendidos con presupuesto, visiones de largo plazo y respeto.
Investigador principal de Cippec y director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés