El riesgo de no honrar el mandato del votante
Algunas veces la oposición camina por una delgada línea de quiebre que la coloca de espaldas al espíritu del voto del 14 de noviembre. La mayoría que votó contra el Gobierno lo hizo con un mandato: frenar al kirchnerismo desde la unidad de la oposición. Pero hay quienes no lo han comprendido, o lo han comprendido a medias.
El ejemplo más claro ha sido la crisis del radicalismo que por estas horas busca puntos de encuentro tras la asunción del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, en la presidencia del partido. La historia es conocida: esa crisis provocó la división de su bloque en la Cámara de Diputados. Una disputa por la titularidad de la bancada terminó con el sector que lideran el senador Martín Lousteau y el diputado Rodrigo de Loredo armando otro bloque. Ese grupo no consiguió las adhesiones para dirigir la bancada y desconoció al diputado Mario Negri, el más votado para presidirla. Fue un favor a un kirchnerismo que no termina de hacer pie tras la derrota electoral y que se aferra a las rencillas internas de sus adversarios para disimular sus fisuras y debilidades.
En todos los partidos hay peleas por el control del poder, pero esas riñas no son gratuitas frente a los millones de votantes con los que se selló un contrato el día de los comicios. Provocan desconcierto y malestar. Sobre todo cuando lo que se discute son tajadas de poder y vidriera pública y no una agenda de proyectos, posiciones ideológicas o morales, como ocurrió, por ejemplo, con la legalización del aborto, que abrió grietas, pero que no tuvo la fuerza para dinamitar la unidad partidaria. Lo mismo sucedió cuando Mauricio Macri ocupaba la Casa Rosada y hubo momentos en los que crujía la sociedad con la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica. Pero no se quebró.
Hay antecedentes de sacudones importantes en el centenario partido, pero que no llegaron a la ruptura del bloque de diputados. Uno ocurrió en 1994 frente a la reforma constituyente que habilitó la reelección presidencial y le allanó el camino a Carlos Menem, tras el llamado Pacto de Olivos. La UCR votó dividida, pero esa situación no derivó en la ruptura. El otro, más afín a lo que se ha vivido estos días en el Palacio del Congreso, se produjo en la elección del presidente de la bancada de Diputados tras el triunfo de la entonces flamante Alianza, en 1997. Federico Storani se impuso por un voto a Rafael Pascual en la lucha por la presidencia del bloque, y este y sus correligionarios no armaron rancho aparte. El radicalismo olfateaba la cercanía del poder, que llegó en 1999 con el triunfo de Fernando de la Rúa, lo cual potenció la batalla interna. Es lo mismo que perciben los líderes del radicalismo en este tiempo de crisis y después de los impactantes triunfos de noviembre, y cuando el llamado a la unidad es un ruego silencioso.
En una columna de 2015 en LA NACION, el expresidente de Uruguay Julio María Sanguinetti, sacó de la baulera un enorme concepto sobre la ética de la derrota, a raíz de una respuesta que Felipe González le dio tras haber perdido las elecciones en España. “Perdiste, pero con sabor a victoria”, le dijo Sanguinetti. “El tema es que perdimos y lo importante es la aceptación, asumir con normalidad y de buen talante el pronunciamiento ciudadano que no nos quita del escenario político, sino que apenas nos cambia de lugar”, le respondió González. Una lección que trasciende las fronteras y bien puede aplicarse al oficialismo, que el 17 de noviembre “celebró el triunfo” en la Plaza de Mayo, o a los dirigentes políticos de cualquier color que no pueden reconocer una derrota.
En la última sesión de la Cámara de Diputados, en la que el oficialista Frente de Todos fracasó en su intento de aprobar el presupuesto luego de que su presidente, Máximo Kirchner, rompiera todos los puentes con una provocación inesperada, el bloque de Juntos por el Cambio estuvo a minutos de votar dividido. Los salvó el kirchnerismo con la intervención agresiva de Máximo Kirchner, que unificó a la oposición en su contra. El kirchnerismo vuelve a aparecer hoy como la más profunda razón de ser y la garantía de supervivencia de la coalición entre la UCR, Pro y la Coalición Cívica.
Estas circunstancias ahondan la distancia de la sociedad con sus dirigentes políticos. Oficialistas u opositores. Según una encuesta reciente sobre la confianza en instituciones y actores sociales de la consultora Taquión, ocho de cada diez argentinos expresan desencanto con la política y seis de cada diez, con el Congreso.
No se puede saber con exactitud cuál es el mandato principal de los millones de votantes que optaron por los candidatos de Juntos por el Cambio en noviembre. Pero, si se tuviera que elegir uno, casi con certeza sería la unidad de la oposición.